«Sus vidas no son un reflejo de la mía», «pedir perdón alivia el sentimiento de culpa»...
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Dominio público |
Si
muchos días estás triste y no paras de llorar por ser el "peor padre del
mundo", debes saber que no está todo perdido, la fe ofrece varias enseñanzas para poner tu
mirada en el Único que te da las fuerzas y la esperanza. A
continuación, nueve verdades a las que aferrarse cuando te sientas un padre
fracasado.
1. El futuro de mis hijos no depende
solo de mí
El
futuro de mis hijos no depende solo de mi buen hacer como padre. Es verdad que
tengo un gran impacto en ellos, pero en lo que lleguen a convertirse o lo que
logren en sus vidas no es
responsabilidad únicamente mía.
Cuanto
antes me de cuenta de esta verdad, antes se me quitará la presión a mí y a mis
hijos. Por mucho que nos esforcemos o intentemos controlar el futuro, la vida
es imprevisible. Además, Dios lo ve todo, y como diría el refrán: "Si quieres hacer reír a Dios
cuéntale tus planes... o, en este caso, los planes que tienes para tus
hijos".
2. La vida de mis hijos no es un reflejo
de la mía
A
veces, si no ponemos cuidado, tendemos a desdibujar los límites que hay entre
la vida de los hijos y la nuestra. Debemos saber que cada vida está separada de la de los demás.
Somos únicos. Nadie es una astilla más de un viejo madero. Recordemos que
"Dios solo sabe contar hasta uno".
Los
niños crecen para reflejar quiénes son ellos mismos, no para representar a los
padres en el futuro. Aunque aveces puedan tener hasta tu propio nombre, los
hijos son seres independientes, que tienen una misión en la vida muy concreta y exclusiva.
3. La crianza no va de rendimiento, sino
de amor
Estar
constantemente analizando cómo soy de bueno como padre hace que me concentre únicamente en mí mismo. Esta
actitud me distrae de lo importante: tratar de servir a mis hijos lo mejor que
puedo. Un padre cometerá muchos errores, pero no se trata de lo bien que lo
hace, sino de lo bien que ama a sus hijos.
Pero,
para amar bien a los hijos, primero has tenido que haberte sentido amado por
alguien. Ese amor se
incrementa cuanto más tiempo se pasa en la presencia de Dios —que es
el amor—. Solo aprendiendo del único padre perfecto, podremos amar a nuestros
hijos como ellos necesitan que lo hagamos, y no proyectando nuestras carencias
o aspiraciones.
4. Reconocer los errores alivia la culpa
Pareciera
que si un padre pide perdón al hijo estuviera reconociendo su debilidad o falta
de autoridad. Sin embargo, esto no es cierto, reconocer las culpas puede fortalecer la relación con ellos y
aliviar la culpa y la sensación de fracaso de los padres.
Pedir
perdón modela y perfecciona la responsabilidad de los padres y ayuda a crecer en humildad ante
Dios y ante los demás. Disculparse por los errores, sin poner ninguna
excusa, es mucho mejor que la soberbia y la apariencia.
5. Debo acompañar... pero no dominar
Hay
padres que se sienten culpables de todo, desde que la hija tiene miedo a
tirarse por un tobogán hasta que no quiere jugar con algunos de los niños en el
patio del recreo.
Sin
embargo, esto no es bueno ni saludable. Los padres no son los responsables de todo lo que ocurre en la
vida de los hijos. Además, sus miedos son, muchas veces, fases transitorias
de desarrollo. El papel de un padre es acompañar a los niños a través de estas
etapas de la vida, en lugar de culpabilizarse por lo que ocurre en ellas. Cual
6. La culpa es un lujo que no me puedo
permitir
Afortunadamente,
Dios no cambia la culpa de un lugar a otro de la vida, "simplemente"
la perdona. Por ello, no debo martirizarme por ello. La culpa y la vergüenza del pasado no sirven para nada,
salvo para ayudarnos a ser mejores padres.
Los
sentimientos de cada momento pueden sacudirnos, pero la fe debe ser nuestro
ancla. Si pedimos ayuda a Dios, podremos tener paz a la hora de tomar las
grandes decisiones de la crianza. Se trata de hacer lo mejor posible y confiarle el resto al Señor.
7. Los niños deben seguir el plan de
Dios, no el de sus padres
A
todo padre le gustaría que su hijo fuera farmacéutico como él o futbolista como
el abuelo, pero esto no nos puede obsesionar. Los hijos deben seguir los planes que Dios tenga pensados para
ellos. La misión de un padre es preparar al hijo para que un día pueda
elegir libremente al Señor.
Aunque
en un principio esto suponga un fracaso, porque mis hijos no cumplen el plan
que yo tenía proyectado en ellos, a la larga serán mucho más felices. Es mejor animar a mis hijos a
seguir a Dios, que obligarlos a seguirme a mí. Recuerda: "Nunca
serviré a un señor que se pueda morir" (Francisco de Borja).
8. El pasado es pasado,
déjalo ir
¡Mis
hijos eran unos bebés tan lindos! A menudo los padres recuerdan la infancia de
sus hijos y se centran
todo el tiempo en el pasado, en lugar de en el presente. Desear
constantemente que tus hijos sigan siendo pequeños socava su progreso
madurativo.
Además,
esta actitud hace que nuestra relación con ellos se estanque. Vivir en el
pasado puede perturbar tanto el presente como el futuro. La vida es un camino,
y la misión de los padres
es hacer crecer a sus hijos, para que un día ellos hagan lo mismo con sus
hijos.
9. Obedientes sí, pero no dependientes
Este
es uno de los puntos cruciales, porque un día los padres no estarán cerca. Por
ello, la función de los
padres es preparar a sus hijos para valerse por sí mismos, para que no me
necesiten tanto. Aunque esto a veces me sienta terriblemente mal.
Controlarlos de forma absoluta puede evitar que alcancen su
máximo potencial. Por ejemplo, cuando tu hijo se va de excursión, tú te sientes
que lo has abandonado, que le ocurrirán cosas horribles... y por la tarde tu
hijo vuelve contento, habiendo tomado decisiones que le hicieron madurar. Elijamos amar bien a nuestros hijos, confiando en que Dios
nos ayudará a cada paso del camino.
J. C. M.
Fuente: ReL