¿Qué pasa con aquellas familias cuyos hijos fueron quienes sembraron el
amor divino? Conoce a estos jóvenes que inspiraron a sus padres a ser santos
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Pier Giorgio Frassati | Facebook | Fair Use |
Hemos
escuchado historias sobre cómo hay padres que les enseñan la fe a sus hijos,
pero, ¿qué pasa con aquellas familias cuyos hijos fueron quienes sembraron el
amor divino? Conoce estos bellos testimonios de santos que iniciaron su
evangelización desde el hogar.
Beato Carlo
Acutis
Carlo Acutis llamaba la atención de
las personas que lo rodeaban, era un joven que siempre estaba dispuesto a dar
al que lo necesitaba, asistía a Misa diario y
fomentaba el acercamiento a los sacramentos y evangelizaba en la web.
Su madre, Antonia, no se
consideraba tan cercana a la fe, para ella el catolicismo no era una realidad,
era una religión llena de puro simbolismo. Sin embargo, al ver a su hijo Carlo,
con su actuar lleno de devoción desde los 4 años, empezó a comprender la vida
de la Iglesia.
Ella definió, en una entrevista
para Aleteia, que el ejemplo de su pequeño era
impresionante, “su vida ordinaria, era extraordinaria, porque se sentía la
presencia de Cristo cerca de Carlo”.
Desde la muerte del beato -que está
próximo a ser canonizado-, la familia se ha mantenido cercana a Dios, para ella
ha sido toda una alegría ver como Carlo ha inspirado a miles de personas.
Antonia expresa todo el orgullo y el amor de la maternidad al haber criado un
santo.
Beato Pier
Giorgio
El beato era parte de una familia
adinerada de Italia, pero aunque hubiese esta riqueza económica, Pier Giorgio
trabajaba en su humildad. El dinero que recibía de sus padres lo regalaba
íntegro a la caridad y visitaba a los pobres de las periferias de Turín para
llevarles comida y ropa, entre otras cosas.
Sus padres no entendían su labor,
no consideraban adecuado que alguien que provenía de una clase alta en la
sociedad se juntara con personas que no estaban en su mismo status. Lo que
causaba una lejanía entre ellos.
Pier Giorgio falleció
repentinamente a los 24 años de una poliomielitis fulminante. Llegaron miles de
personas a su funeral, todas aquellas que el beato ayudó en vida. Es ahí cuando
su padre reconoció con un gran dolor y dijo frente a su tumba, “no conocí a mi
hijo”.
Su padre, Alfredo, quedó devastado
por su muerte, sintió que no comprendió las buenas obras de su hijo, y este
sufrimiento hizo que se fuera acercando al Evangelio, donde encontró consuelo y
amor. A esta increíble conversión se le adjudica como “el primer milagro” de
Pier Giorgio, joven que será canonizado durante el jubileo 2025.
San Bernardo
de Claraval
San Bernardo era un hombre piadoso
que decidió ingresar a la orden de los Benedictinos cuando recibió su llamado
al sacerdocio una noche de Navidad. En sueños, vio a la Virgen con el Niño
Jesús y ella se lo ofrecía para cuidarlo.
Al contarle a su familia sobre su
decisión de ingresar al convento, ellos se negaron rotundamente porque pensaban
que era una pérdida de tiempo encerrarse cuando podía hacer más cosas en el
exterior.
Él no se desanimó y les contó sobre
la belleza de la vida consagrada. Fueron tan hermosas sus palabras que sus tres
hermanos mayores decidieron irse junto con él. Al poco tiempo, su hermano menor
también ingresó y, cuando falleció su madre, el padre de Bernardo decidió
unirse también a los Benedictinos.
San Luis
Gonzaga
Desde la adolescencia, san Luis
Gonzaga encontraba un enorme amor por la vida de fe. Un día, se le apareció la
Virgen María y le dijo que debía estar en la Compañía de su hijo. Por lo que
pidió a su padre el permiso para irse a la vida religiosa, pero éste no lo
concedió.
Por orden de su padre, que buscaba
que se olvidara de la idea de ser seminarista, Luis Gonzaga tuvo que
asistir a fiestas. Al paso de los meses, su papá le preguntó si su interés
había cambiado, a lo que san Luis le respondió que no había dejado de pensar ni
un solo día en ser sacerdote.
Entró a la Compañía de Jesús, donde
obró, maravillosamente, una vida llena de caridad y misericordia al ayudar a
los enfermos. Un día, al estar con uno de ellos, se contagió de Tifo y falleció
a los 23 años.
Desde que Luis entró al seminario,
su padre fue acercándose poco a poco a Jesús y soportó el fallecimiento de su
hijo a lado de Cristo. Para el momento de su propia muerte ya era muy cercano a
Dios. Tiempo después, su madre presenció con emoción la Misa de beatificación
de su hijo.
Yohana Rodríguez
Fuente: Aleteia