Caminando hacia la Basílica de San Pedro desde el lateral derecho de la Columnata de Bernini, unos adoquines diferentes al resto llaman la atención.
La placa del atentado a Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro. Crédito: Daniel Ibáñez/ACI Prensa |
El Papa Juan Pablo II llegaba hace 42 años a una
abarrotada plaza de San Pedro en lo que parecía una mañana corriente en el
Vaticano, cuando de pronto recibió el impacto de cuatro balas; dos de ellas
alcanzaron su estómago, otra el brazo derecho y la última llegó hasta su mano
izquierda.
Aunque
una monja y varios testigos lograron que el autor del ataque -el turco Mehmet
Ali Ağca-, dejara de disparar, Juan Pablo II perdió bastante sangre y tuvo que
ser trasladado al hospital. De hecho, la sirena de su ambulancia estaba rota y
tuvo que viajar en sentido contrario para llegar a tiempo al hospital Gemelli
de Roma, donde estuvo varios meses.
Mehmet
Ali Ağca fue atrapado por Camillo Cibin, el jefe de seguridad del Cuerpo de
Gendarmería de la Ciudad del Vaticano y en sus declaraciones, Ağca
contó que al llegar a Roma se encontró con tres cómplices: un
compatriota turco y dos búlgaros.
Aseguró
que la operación estaba liderada por Zilo Vassilev, un militar búlgaro que
residía en Italia. Según Vassilev, la misión le había sido encargada por el
mafioso turco Bekir Çelenk en Bulgaria.
La mano de Fátima
El
atentado tuvo lugar un día como hoy, 13 de mayo, día que la Iglesia celebra la
Virgen de Fátima, cuya protección salvó la vida del entonces Papa.
Cabe
destacar que fue el dedo del Papa el que desvió la bala, logrando
que el disparo no fuera mortal.
San
Juan Pablo II señaló que cuando fue alcanzado por la bala, no se dio cuenta que
era el “aniversario del día en que la Virgen se apareció a tres niños en
Fátima” y más tarde explicó que fue su secretario personal quien le dijo tras
la operación que le habían extraido un proyectil del intestino.
Durante
su convalecencia, San Juan Pablo II estudió los informes de las
apariciones de Fátima y al año del atentado viajó por primera vez a su
santuario en Portugal para “agradecer a la Virgen su
intervención para la salvación de mi vida y el restablecimiento de mi
salud”.
En
1984, el Papa Wojtyla formalizó su devoción y agradecimiento a la Virgen
donando al santuario de Fátima la bala que le extrajeron y que fue engarzada en
la aureola de la corona de la imagen. Además, el papamóvil en el que se
encontraba en el momento del ataque se muestra hoy en los Museos
Vaticanos.
El 14 de mayo de 2006,
cuando se cumplían 25 años del atentado, el Papa Benedicto XVI recordó el
atentado y dijo que “Juan Pablo II sintió que había sido salvado milagrosamente
de la muerte por la intervención de ‘una mano materna’, como él mismo dijo, y
todo su pontificado estuvo marcado por lo que la Virgen había anunciado en
Fátima: ‘Al final mi Corazón Inmaculado vencerá’”.
El Tercer Secreto de Fátima
Además,
a este ataque se le ha atribuido el Tercer secreto de Fátima, donde la Virgen
reveló a los pastores Lucía, Jacinta y Francisco que “el Santo Padre, postrado
de rodillas a los pies de la Cruz, fue muerto por un grupo de soldados que
le dispararon varios tiros de arma de fuego y flechas”.
Por
su parte, la Congregación para la Doctrina de la Fe ha interpretado este
secreto como “el sufrimiento de la humanidad antes de las guerras mundiales, la
persecución de la Iglesia (incluyendo el intento de asesinato de Juan Pablo
II), los sacrificios de los mártires, la penitencia, el llamado a la conversión
y la esperanza de la salvación”.
El valor del perdón
San Juan Pablo II expresó
públicamente su perdón al turco en varias oportunidades, y
ambos se reunieron
en diciembre de 1983 en la cárcel de Rebibbia en Roma,
donde Agca preguntó al Santo Padre cómo era posible que sus disparos no hayan
acabado con su vida.
En 2013 Agca publicó el libro “Me prometieron el
paraíso. Mi vida y la verdad sobre el atentado al Papa”, donde culpó al ayatola
Jomeini de Irán de haber ordenado el ataque. Esta afirmación fue desmentida por
el P. Federico Lombardi, en ese momento vocero vaticano, al advertir que el
turco reinventó la conversación que tuvo con San Juan Pablo II.
Por Almudena
Martínez-Bordiú
Fuente: ACI
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