Fue con el mundo universitario y de la cultura con el que el Papa Francisco se reunió en la última cita de su Viaje Apostólico a Hungría
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El conocimiento, los progresos de la técnica,
la arrogancia del ser y del tener, el riesgo de que el hombre se deje aplastar
por las máquinas, pierda el contacto con la realidad y la capacidad de cultivar
el espíritu: son temas que Francisco abordó en el último discurso de su 41º
Viaje Apostólico, en el Encuentro con el mundo de la universidad y de la
cultura.
Fue con el mundo universitario y de
la cultura con el que el Papa Francisco se reunió en la última cita de su Viaje
Apostólico a Hungría. En la Universidad Católica “Péter Pázmány”, pensando en
el Danubio que “conecta este país con muchos otros”, Francisco habló de la
cultura como “un gran río” que “permite navegar en el mundo y abrazar países y
tierras lejanas, sacia la mente, riega el alma, hace crecer a la
sociedad”.
La misma palabra cultura deriva del
verbo cultivar. El saber conlleva una siembra cotidiana que, penetrando en los
surcos de la realidad, da fruto.
Citando a Romano Guardini se
refirió a dos modos de conocer: uno que “conduce a sumergirnos en las cosas y
su contexto”, y otro que “consiste en aprehender, descomponer, clasificar,
tomar posesión del objeto, dominarlo”. Un modo, este último, en que
"las energías y la materia han sido conducidas hacia un fin único: las
máquinas". Aclaró Francisco que Guardini no demoniza la técnica, que
permite vivir mejor, comunicar y tener muchas ventajas, sino que advierte sobre
el riesgo de que esta se vuelva reguladora, si no dominadora, de la vida.
Invitó a pensar, entre otras cosas, en la crisis ecológica, en la naturaleza
que simplemente está reaccionando al uso instrumental que le hemos dado.
También en la soledad de los individuos que muy “de redes sociales”
pero "poco sociales", recurren a los consuelos de la técnica
"para llenar el vacío que experimentan, corriendo de manera aún más
frenética mientras, esclavos de un capitalismo salvaje, sienten de manera aún
más dolorosa las propias debilidades, en una sociedad donde la velocidad
exterior va a la par de la fragilidad interior".
La cultura
esté subordinada al bien integral de la persona
El Papa invitó, pues, a reflexionar
en la “arrogancia de ser y de tener”, que ya en los albores de la cultura
europea Homero veía como una amenaza y que "el paradigma tecnocrático
exaspera, con un cierto uso de los algoritmos que puede representar un ulterior
riesgo de desestabilización de lo humano". Citando a Benson el Papa
advirtió sobre “ideologías opuestas” que convergen “en una homologación
que coloniza ideológicamente”:
El hombre, en contacto con las
máquinas, se achata cada vez más, mientras la vida común se vuelve triste y
enrarecida.
Ante tal panorama, Francisco señala
la universidad como “el lugar donde el pensamiento nace, crece y
madura abierto y sinfónico”, el “templo” donde el conocimiento está
llamado a liberarse de los límites estrechos del tener y del poseer para
convertirse en cultura, es decir, en “cultivo” del hombre y de sus relaciones
fundamentales: con el trascendente, con la sociedad, con la historia, con la
creación. Y recuerda cuanto afirmado por el Concilio Vaticano II:
La cultura debe estar subordinada a
la perfección integral de la persona humana, al bien de la comunidad y de la
sociedad humana entera. Por lo cual es preciso cultivar el espíritu de tal
manera que se promueva la capacidad de admiración, de intuición, de
contemplación y de formarse un juicio personal, así como el poder cultivar el
sentido religioso, moral y social.
Señala también que “la cultura nos
acompaña en el conocimiento de nosotros mismos”, que significa “saber reconocer
los propios límites y, en consecuencia, frenar la propia presunción de
autosuficiencia”. Y afirma que esto "hace bien, porque es sobre todo
reconociéndonos criaturas cuando nos volvemos creativos, sumergiéndonos en el
mundo, en vez de dominarlo".
La falsa idea
de libertad
En el discurso del Papa está
también el recordatorio del peligro de las ideologías portadoras de una falsa
idea de libertad y de lo que ha vivido Hungría, que ha visto “subseguirse
ideologías que se imponían como verdad, pero no daban libertad”. Un riesgo que
persiste también hoy, constata Francisco, que dice pensar “en el paso del
comunismo al consumismo”:
En ambos “ismos” hay una falsa idea
de libertad; la del comunismo era una “libertad” forzada, limitada desde fuera,
decidida por otro; la del consumismo es una “libertad” libertina, hedonista,
aplanada, que nos vuelve esclavos del consumo y de las cosas.
El Sucesor de Pedro observa lo
fácil que es "pasar de los límites impuestos al pensar, como en el
comunismo, a pensarse sin límites, como en el consumismo", y "de una
libertad contenida a una libertad sin frenos" y señala el camino de Jesús,
que enseña que “la verdad es todo aquello que libera al hombre de sus
dependencias y de sus cerrazones”.
La clave para acceder a esta verdad
es un conocimiento que nunca se desvincula del amor, relacional, humilde y
abierto, concreto y comunitario, valiente y constructivo. Esto es lo que las
universidades están llamadas a cultivar y la fe a alimentar.
El Santo Padre
concluyó su discurso deseando que esta y todas las universidades sean centros
de universalidad y de libertad “una fecunda obra de humanismo, un taller de
esperanza”.
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