En el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma de este año comenta la transfiguración de Jesús en el Tabor, cuyo Evangelio se lee en el segundo domingo de Cuaresma.
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Comenta, en primer lugar, el aspecto pedagógico del milagro en orden a educar a los apóstoles en el sentido de la cruz que, como sabemos por el contexto, resultó escandaloso a Pedro. No cabía en sus planes que Jesús tuviera que padecer. De ahí que, cuando Jesús anuncia su muerte, Pedro quiera impedirlo.
Jesús ve en esta actitud la presencia de Satanás y le
ordena ponerse detrás de él sin interferir los planes de Dios. La
transfiguración viene a confortar a los tres discípulos predilectos, que verían
la angustia de Jesús en Getsemaní, para que comprendan que la pasión es el
camino de la gloria.
El segundo aspecto que resalta el Papa Francisco es el
de caminar con Jesús, subiendo al Tabor, para explicar el sentido de la
sinodalidad, tema sobre el que venimos trabajando. Caminar con Jesús, hacia la
cruz y hacia la gloria, es lo propio del cristiano en cuanto seguidor de
Cristo. Cuando Jesús le dice a Pedro que se ponga «detrás de él» sin
obstaculizar su camino, le indica que el Maestro es él y solo él puede señalar el
camino, que es, al mismo tiempo, verdad y vida.
Es frecuente entre los cristianos que, cuando algo del Evangelio
nos resulta difícil de entender y acoger en el corazón, pretendemos interpretarlo
a la luz de nuestras opiniones. El discípulo siempre va detrás del Maestro,
sigue sus pasos y carga con su propia cruz. Si Jesús llama Satanás a Pedro, a
quien momentos antes había concedido la gracia de ser su Vicario en la tierra,
es para advertirle del peligro de no caminar con él y detrás de él.
En la trasfiguración, Jesús aparece en la gloria propia de Dios. Es una teofanía. Jesús revela por un instante su identidad de Hijo de Dios que da plenitud a la revelación representada por Moisés y Elías: la Ley y los Profetas. Jesús es el Verbo que explica todas las palabras, también aquellas, que, como la de la cruz, nos resultan incomprensibles y molestas. Pero todavía hace algo más: enseña a sus apóstoles que, si le siguen de verdad, también ellos participarán un día de la gloria de Cristo.
Esta enseñanza en plena
Cuaresma nos viene bien a todos. La inclinación a evitar la cruz y todo
sufrimiento es propia de nuestra condición humana. Olvidamos, sin embargo, que
la gloria a la que estamos llamados es el término del camino. Los tiempos de
prueba y dificultad por los que pasa la Iglesia le sirven de purificación de
todo lo que no es evangélico. Es tiempo de prueba, como lo fue para Cristo su
pasión, pero no es la meta definitiva. La meta es la gloria de la resurrección
de la que el acontecimiento del Tabor fue un deslumbramiento que, especialmente
a Pedro, le hubiera gustado que durara para siempre: «Hagamos tres tiendas», se
atrevió a decir a Jesús. No quería bajar del Tabor. Se estaba bien allí en el
reino de la luz.
La condición del peregrino, que camina con Jesús y
detrás de Jesús, conlleva asumir que la Iglesia realiza su misión entre las
luces y las sombras de la historia, pero lo hace con la certeza de que la luz
ha brillado en la tiniebla y, por tanto, puede iluminar todos los aspectos de
la vida humana, propia y ajena. Esta fue la enseñanza que quiso dar Jesús a sus
apóstoles para que superaran el escándalo de la cruz y fuesen testigos de la
gloria que un día se revelaría en la resurrección.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia