Dios creó al hombre, pero quiere tener una relación con él. La base de este contacto entre creador y criatura es la oración. ¿Cómo se puede tener una buena relación con alguien con quien no se habla regularmente?
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La oración es fundamental para la vida del cristiano. Dominio público |
El mundo necesita hombres íntegros
que vivan su vocación con valentía, que sean ejemplos para sus hijos y para todo el
mundo. De este modo, en Catholic Gentleman ofrecen
seis principios que los varones católicos pueden aplicar a sus vidas, que les
harán más santos, felices y gracias a los cuales podrán empezar a cambiar el
mundo:
1. “Temeré, amaré y honraré a Dios
sobre todos lo demás, incluso a costa de mi propia vida”
La Iglesia primitiva estuvo repleta
de mártires. Aquellos cristianos no sólo ofrecieron su vida por Cristo,
sino que se enfrentaron con valentía a la muerte, en ocasiones incluso con
alegría. Para estos hermanos de los primeros siglos Jesús era tan importante
que consideraban el martirio como un precio pequeño para estar con Él.
Seguramente, los varones de hoy, al
menos en Occidente, no tengan que morir por su fe, aunque sigue habiendo
verdaderos mártires en el siglo XXI. Sin embargo, sí que se puede
padecer el llamado “martirio suave”, como puede ser perder amistades o
incluso un trabajo por ser fieles a las enseñanzas de la Iglesia. La palabra
“mártir” significa “testigo”. Al mantenerse fiel a las enseñanzas de Cristo, se
da testimonio de un orden superior de valores.
2. “Honraré las cosas santas y las
trataré con respeto”
En el pasado, simplemente las cosas
sagradas eran tratadas como sagradas. Ahora vivimos en un mundo que ha
perdido el sentido de lo sagrado. Y esto incluso ocurre en el interior de
las iglesias, y entre las personas de fe.
Es importante que el hombre
no intente rebajar a Dios a su nivel, a su altura. Aunque Cristo bajó
y se hizo carne por nosotros, lo hizo para abrirnos las puertas del cielo. Por
ello, hay que recordar que Cristo es el Señor, y por eso mismo hay que ser
siempre respetuoso y reverente con todo lo sagrado.
3. “Aprenderé a rezar como si de
ello dependiera mi salvación eterna”
Dios creó al hombre, pero quiere
tener una relación con él. La base de este contacto entre creador y criatura es
la oración. ¿Cómo se puede tener una buena relación con alguien con
quien no se habla regularmente?
La oración es fundamental para el
cristiano. Y es importante hacerse una pregunta relacionada con esto: si uno no
quiere pasar tiempo con Dios aquí en la tierra, ¿por qué va a querer pasarlo en
la eternidad? Cuanto más se reza, más se fortalece el alma.
4. “Lucharé por la virtud y por
superarme, por más difícil que sea el proceso, sin hundirme en la mediocridad y
la excusa”
La vida espiritual es difícil. El
mismo Cristo dijo: “Toma tu cruz y sígueme”. Por ello, el que quiera tomarse en
serio esta vida espiritual sabrá que habrá dolores y dificultades.
“Crecer espiritualmente implica
morir a ti mismo y a tu amor por el placer, la comodidad y el éxito. No
es que esas cosas sean malas en sí mismas, pero no puedes dejar que te dominen.
Por eso la penitencia es una parte esencial de la vida espiritual. Tenemos que
mortificar nuestros deseos de comida, bebida, sexo y otros placeres para que
Cristo pueda reinar en nosotros”, explica el autor del artículo, John Heinen.
5. “Preferiré las bienaventuranzas a
los valores del mundo”
El mundo opera por un paradigma muy
claro. Es exactamente lo opuesto al orden de Dios. El mundo enfatiza el poder,
el placer, el prestigio, la venganza y mirar solo por uno mismo. En las
Bienaventuranzas, Cristo da totalmente vuelta a todos esto. Él dice: “Bienaventurados
los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Promete
también el gozo eterno a los perseguidos, a los que sufren y a los olvidados.
Esto da esperanza a los que no tienen “éxito en este mundo”, al mismo tiempo
que desafía a los que viven solo para esta vida.
Un buen consejo es releer y meditar
las Bienaventuranzas con
frecuencia. Tienen el poder de transformar la vida.
6. “Trataré a los demás hechos a
imagen y semejanza de Dios con dignidad y respeto”
Un cristiano tiene no sólo que
ayudar a los pobres, a los débiles y a los rechazados, sino que debe
honrarlos y servirlos, tal y como haría el propio Jesús.
Esto se remonta a los dos grandes
mandamientos (que en realidad son uno): “Amarás al Señor tu Dios con toda tu
alma, mente y fuerzas y amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
Cada persona está hecha a imagen y
semejanza de Dios. Esto también incluye a los pobres y los que sufren. Los
santos que sirvieron a los pobres siempre dijeron que estaban sirviendo a
Cristo mismo. “Esfuérzate por amar y servir a los demás, especialmente a
aquellos que no pueden dar nada a cambio. De lo contrario, realmente no amas a
Dios”, concluye Heinen.
Fuente: ReL