Capítulo 3: QUE ES PROVECHOSO COMULGAR CON FRECUENCIA.
1. A Ti vengo, Señor, para disfrutar de tu don
sagrado, y regocijarme en tu santo convite, que en tu dulzura preparaste, Dios
mío, para el pobre. En Ti está cuanto puedo y debo desear; Tú eres mi salud y
redención, mi esperanza y fortaleza, mi honor y mi gloria. Alegra, pues, hoy el
alma de tu siervo, porque a Ti, Jesús mío, he levantado mi espíritu.
Deseo yo
recibirte ahora con devoción y reverencia, deseo hospedarte en mi casa de
manera que merezca como Zaqueo tu bendición, y ser contado entre los hijos de Abrahán.
Mi alma anhela tu sagrado cuerpo; mi corazón desea ser unido contigo.
2. Date, Señor, a mí, y me basta; porque sin Ti
ninguna consolación satisface. Sin Ti no puedo existir; y sin tu visitación no
puedo vivir. Por eso me conviene llegarme muchas veces a Ti, y recibirte para
remedio de mi salud, porque no me desmaye en el camino, si fuere privado de
este manjar celestial. Pues Tú, benignísimo Jesús, predicando a los pueblos y
curando diversas enfermedades, dijiste: No quiero consentir que se vayan ayunos
a su casa, porque no desmayen en el camino. Haz, pues, ahora conmigo de esta
suerte; pues te quedaste en el Sacramento para consolación de los fieles.
Tú
eres suave alimento del alma, y quien te comiere dignamente será participante y
heredero de la gloria eterna. Yo que tantas veces caigo y peco, tan presto me
entibio y desmayo, necesito verdaderamente renovarme, purificarme y alentarme
por la frecuencia de oraciones y confesiones, y de la sagrada participación de
tu cuerpo; no sea que absteniéndome de comulgar por mucho tiempo, decaiga de mi
santo propósito.
3. Porque las inclinaciones del hombre son
hacia lo malo desde su juventud; y si no le socorre la medicina celestial, al
punto va del mal en pero. Así es que la santa Comunión retrae de lo malo, y
conforta en lo bueno. Y si ahora que comulgo o celebro soy tan negligente y
tibio, ¿qué sucedería si no tomase tal medicina y si no buscase auxilio tan
grande? Y aunque no esté preparado cada día, ni bien dispuesto para celebrar,
procuraré, sin embargo, recibir los divinos misterios en los tiempos
convenientes, para hacerme participante de tanta gracia. Porque el principal
consuelo del alma fiel, mientras peregrina unida a este cuerpo mortal, es
acordarse frecuentemente de su Dios, y recibir a su amado con devoto corazón.
4. ¡Oh admirable dignación de tu clemencia para
con nosotros, que Tú, Señor Dios, Criador y vivificador de todos los espíritus,
te dignas de venir a una pobrecilla alma y satisfacer su hambre con toda tu
divinidad y humanidad! ¡Oh feliz espíritu y dichosa alma la que merece recibir
con devoción a su Dios y Señor, y rebosar así de gozo espiritual! ¡Oh, qué
Señor tan grande recibe, qué huésped tan amable aposenta, qué compañero tan
agradable admite, qué amigo tan fiel elige, qué esposo abraza tan noble y tan
hermoso, y más amable que todo cuanto se puede amar ni desear! Callen en tu
presencia, mi dulcísimo amado, el cielo y la tierra con todo su ornato, porque
todo cuanto tienen de esplendor y de hermosura lo han recibido de tu
beneficencia; y nunca pueden aproximarse a la gloria de tu nombre, cuya
sabiduría es infinita.
Fuente: Catholic.net