Capítulo 15: QUE LA DEVOCIÓN SE ALCANZA CON LA HUMILDAD Y ABNEGACIÓN DE SÍ MISMO
Jesucristo:
1. Debes buscar con diligencia la gracia de la
devoción, pedirla con instancia, esperarla con paciencia y confianza, recibirla
con gratitud, guardarla con humildad, obrar solícitamente con ella, y dejar a
Dios el tiempo y el modo en que se digne visitarte. Te debes humillar en
especial cuando sientes interiormente poca o ninguna devoción; mas no te abatas
demasiado, ni te entristezcas desordenadamente. Dios da muchas veces en un
instante lo que negó largo tiempo. También da algunas veces al fin de la
oración lo que dilató desde el principio.
2. Si siempre se nos diese la gracia sin
dilación, y a medida de nuestro deseo no podría abrazarla bien el hombre flaco.
Por eso la debes esperar con segura confianza y humilde paciencia; y cuando no
te es concedida, o te fuere quitada secretamente, echa la culpa a ti mismo y a
tus pecados. Algunas veces es bien pequeña cosa la que impide y esconde la
gracia, si es que debe llamar poco y no mucho lo que tanto bien estorba. Mas si
aquello poco o mucho apartares, y perfectamente vencieres, tendrás lo que
suplicaste.
3. Porque luego que te entregares a Dios de
todo tu corazón, y no buscares cosa alguna por tu propio gusto, sino que del
todo te pusieres en sus manos, te hallarás recogido y sosegado; porque nada te
agrada. Cualquiera, pues, que levantarse su intención a Dios con sencillo
corazón, y se despojare de todo amor u odio desordenado de cualquier cosa
criada, estará muy bien dispuesto para recibir la divina gracia, y se hará
digno del don de la devoción. Porque el Señor echa su bendición, donde halla
los vasos vacíos. Y cuanto más perfectamente renunciare alguno las cosas bajas,
y estuviere muerto a sí mismo por su propio desprecio, tanto más presto viene
la gracia, más copiosamente entra, y más alto levanta el corazón ya libre.
4. Entonces verá y abundará, y se maravillará,
y se dilatará su corazón; por que la mano del Señor está con él, y él se puso
enteramente en sus manos para siempre. De esta manera será bendito el hombre
que busca a Dios con todo su corazón, y no ha recibido su alma en vano. Este,
cuando recibe la santa Comunión, merece la singular gracia de la unión divina;
porque no mira a su propia devoción y consuelo, sino sobre todo a la gloria y
honra de Dios .
Fuente: Catholic.net