Maite dirige su propio tablao en Madrid, donde no le faltan momentos para hablar de Dios.
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La joven fue la encargada de bailar una canción a la Virgen en el último concierto del grupo (Foto: Hakuna Group Music) |
Maite Arriola tiene
26 años, es la pequeña de seis hermanos, es madrileña de nacimiento y jerezana
de sentimiento, ingeniera naval y licenciada en Derecho, y es, ante todo, una
penitente cristiana y, por qué no, impenitente
flamenca. Desde su casa de Madrid, la bailaora del fenómeno católico del momento atiende
a Religión en Libertad para contar su testimonio de fe, y para confesar la fuerza que le mueve
sobre las tablas cada día y que le hace vivir siempre con alegría.
Una dimensión desconocida
"Cuando
era pequeña iba a un colegio donde nos obligaban a ir a bailes folclóricos, a
mí me empezó a encantar el
flamenco, aunque se me daba fatal", comenta. A partir de ahí, aquella
incipiente pasión de Maite se fue desbordando, llegando, incluso, a cambiar el
recreo por apuntarse a clases de otros grupos. Al cumplir los 18 años, se sacó
el carnet de conducir con el único objetivo de poder ir hasta Madrid, ella
vivía en una localidad cercana, para matricularse en la academia de flamenco más
prestigiosa de la ciudad.
"Cuando
llegué a Amor de Dios (la escuela de flamenco) fue muy curioso, aquellas
personas y yo no habíamos sido cortadas precisamente por el mismo patrón. La mayoría eran gitanos, gente que
había mamado esa cultura desde la infancia", relata la joven. Maite
mejoraba cada día su técnica y algunos profesores le recomendaron que se
apuntara al conservatorio. El problema era que había empezado a estudiar Ingeniería
Naval, así que decidió
terminarla.
Casualidad
o no, el lugar de las prácticas
de la carrera iba a suponer un antes y un después en su vida. A Maite
le habían cogido en la constructora de barcos Navantia, en la ciudad de Cádiz.
Fue allí donde su pasión por el flamenco alcanzaría una dimensión desconocida.
Por las mañanas, la joven trabajaba diseñando prototipos de barcos y por las
tardes se iba hasta Jerez de la Frontera para bailar con los gitanos. Entonces, una bailaora le ofreció el
trabajo que siempre había ansiado, eso sí, antes debía hacer las pruebas del
conservatorio.
Una de las grandes ayudas
Viniendo
de una familia que no tenía mucho que ver con el flamenco, o tal vez sí, Maite
se lió la manta a la cabeza y se fue a vivir a Jerez, para preparar su ingreso
en el conservatorio. En unos meses la joven madrileña se convirtió en una auténtica flamenca. Se
echó un novio gitano, y todo lo que rodeaba su vida estaba marcado con la seña
del cante jondo, salvo una cosa, su fe. Algo que mantuvo desde niña, y que,
mientras estuvo allí, no dejó de cultivar acudiendo a misa y participando activamente de los
sacramentos.
"La
gente me decía que se me
estaba yendo la olla, pero yo les decía que mi fe era mi fe, y que el
pueblo gitano tenía unos valores que ya quisiéramos nosotros", explica.
Maite se preparó muy bien en Jerez y regresó a Madrid, donde abrió un tablao flamenco. Como en
su familia preferían que estudiara mientras bailaba, la joven se puso a hacer a
distancia la carrera de Derecho. Hoy es opositanda a notarías por las mañanas y
empresaria flamenca por las tardes, y recuerda muy bien el día que recibió una
de las ayudas de fe más
grandes que ha tenido en su vida.
"Yo
tenía ciertos prejuicios con los ambientes de la Iglesia en los que me movía, todas las personas eran iguales,
estudiaban en las mismas universidades… Hasta que un verano, una amiga me dijo
que se iba a Grecia al día siguiente, con un grupo llamado Hakuna, y que le
acompañara. No sé por qué le
hice caso y allí me presenté. Tenía muchos miedos de no encajar, por
mi profesión, que era muy distinta a la del resto", comenta. Sin embargo,
la acogida que recibió le hizo sentirse como en casa, algo que necesitaba después de pasar
una temporada muy agobiada.
No conoce incompatibles
Maite
iba a encontrar en Hakuna lo que muchas veces había buscado en otros lugares.
"Hakuna ha sido un sitio donde yo me he siento querida tal y como soy. He pasado momentos malos en mi vida
y nunca me he sentido tan en familia como allí. Es un sitio donde la gente me ayuda a ir al cielo, me
ayuda a crecer", comenta la joven.
Con
sus largas uñas pintadas de amarillo, Maite iba a propiciar una simbiosis muy singular entre
Hakuna y el flamenco. "Lo que yo vivía con las gitanas lo iba metiendo en
Hakuna, por ejemplo, 'la fiesta de las zambombas' de Jerez... nos reuníamos
todos, con los gitanos, cantando y bailando villancicos", relata. La joven
comenta que es esto, precisamente, en lo que consiste esta nueva realidad
eclesial. "Una de las cosas más bonitas que tiene Hakuna es que no conoce incompatibles, es
esa primera luz que se abre en sitios muy oscuros", afirma.
Maite
lo pudo comprobar en persona en aquel viaje a Grecia, cuando se sintió muy
acogida. "Tú le dices a Hakuna: 'Vámonos a Móstoles a organizar algo', y
te monta una misa allí. No
se tienen prejuicios, creo que puede hacer mucho bien. Es algo que se
atreve a llevar a Dios a todos. Para que cuando uno mire a alguien vea a otro
Cristo. Y, ese otro Cristo, puede ser un gitano que lleva tatuado a Camarón. A
eso estamos llamados todos los
cristianos, no solo Hakuna", comenta Maite.
Esa
devoción por el flamenco, y, especialmente, por lo gitanos, le iba hacer
descubrir vínculos muy interesantes para su propia fe. "Ellos están
acostumbrados a rezar a Dios cantando, tenemos que aprender mucho de su
cultura. Es gente que vive
al día, que tiene una gran capacidad de sacar lo bueno de cada momento y
con una sensibilidad especial para apreciar
la belleza. Un gitano jamás lleva a un abuelo a la residencia, nunca
reparte una cuenta en un restaurante. Tienen una idea de familia preciosa, en su casa siempre cabe una
silla más", asegura Maite.
"Hasta donde Tú quieras"
Y,
así, lo vivió durante el pasado concierto de Vistalegre, cuando los gitanos que
la acompañaban quedaron maravillados. "Les sorprendía mucho que en la
Iglesia hubiera gente
joven normal, incluso lo guapos que eran los seminaristas. Decían todo el
tiempo que qué bien los cuidaban, que qué sonrientes todos, les encantaba el buen ambiente que
había. No se podían creer que toda esa gente fuera católica, y que muchos se
les acercaran de corazón a corazón, como hermanos", afirma.
Una
relación con los flamencos que siempre ha sido una misión muy especial para ella. "Un
día estábamos ensayando un himno rociero y empezó a sonar una canción de Hakuna
que era más tranquila, y la bailaora gitana se puso a cantarla, y, pensé, que
si no fuera por estas cosas esa chica igual nunca hubiera tenido trato con Dios", explica.
Algo que también ocurre en su tablao. "A mi izquierda tengo a la Virgen
del Rocío, y cuando no me apetece nada bailar le digo: 'Mamá, yo hasta donde Tú quieras'",
explica.
Sin
embargo, la joven cree que esta misión no debe ser una búsqueda forzada sino una consecuencia. "Hace
poco leí que evangelizar no es una cosa que tenga que hacer el cristiano, sino
que es una consecuencia del estilo de vida. Estoy agradecida a Dios de que me haya puesto ahí. Antes de
salir a bailar siempre rezo, y muchísimas veces se me une el resto",
comenta Maite.
Ejemplo
de esto es su amiga Sara. "En Jerez siempre le contaba a Sara, que es
gitana, cómo veía a Dios, y ella me decía que si podía ir conmigo a misa",
comenta. Aunque Maite reconoce que, muchas veces, su misión más importante está
en la habitación de al lado. "Mis hermanos están muy alejados de la
Iglesia y vinieron a verme al concierto, y alucinaban. Les llamaba mucho la
atención lo queridos que
se sintieron. Dios nos pone en cada sitio para algo concreto, en este caso
para un bien muy visual, un bien que es belleza, alegría…", confiesa.
La persona que faltaba
Una
belleza que alcanzó su máximo esplendor en el pasado concierto de Vistalegre,
que se ha convertido en un momento especial en la historia de la música
católica en España. "Fue increíble.
Estaba super nerviosa, encima habían tirado confeti y pensaba que me iba a
resbalar. Ese ambiente de familia, de 'todos por todos', me hizo pensar que si
me caía, era como si lo
hacía en el salón de casa", asegura la joven.
Pero,
si hubo algo especial aquel 17 de septiembre fue el recuerdo de una persona que
faltaba. "Mi madre se fue al cielo cuando yo tenía nueve años. Ella me inculcó la fe y no he
visto nunca una fe como la suya. Tuvo un cáncer durante mucho tiempo, y nunca
la vi quejarse, era la alegría
personificada. Ella decía que pobres los que se fueran al cielo y no
tuvieran ningún sufrimiento que ofrecer al Señor. Siempre me había costado
mucho el trato con la Virgen. Allí sentí mucha cercanía con Ella, como si me hubiera dicho: 'Maite,
yo he querido que bailes mi canción'. Fue algo muy especial, como de niña mimada",
confiesa.
La
joven se despide reconociendo que hace poco descubrió que su abuela era bailaora y su abuelo productor de artistas, y dueño
del Florida Park de Madrid, en la época de Lola Flores. "La intuición es
algo superior a la razón y, sin tener ni idea, me he dedicado curiosamente a
esto. Siempre digo de broma que mi ángel de la guarda es Lola Flores. Me
encantaría ser madre y que mis niños fueran los más flamencos del mundo, que formaran mi propia banda.
Pero, por encima de todo, lo que Dios quiera siempre de mí, como si me pide ser
monja, flamenca o monja flamenca", concluye.
Fuente:
ReL