En las arrugas y en las heridas nace el beso de Dios sobre mi alma siempre joven. Una preciosa reflexión del padre Carlos Padilla
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Alvaro. Dominio público |
Me
queda menos tiempo para vivir eternamente. Pero el desgaste y la
pérdida de muchas cosas erosionan el ánimo en ocasiones. Hace poco leía:
«Envejecer no significa
perder la belleza, sino transferirla del rostro al corazón».
Sigo siendo bello en mi interior. Y la belleza que me dan los años es distinta. Es la madurez lo que me puede dar el paso del tiempo.
Me hago mayor
Veo la luz maravillosa que
ha dejado el tiempo en mi rostro, en mi aspecto. Hay un miedo
terrible a perder facultades.
Y un deseo
enfermizo de adquirir una eterna juventud. Ya sea con el
deporte, la comida, las terapias o cualquier otro camino saludable.
Algo
que retrase el adiós definitivo al don más grande que recibí al nacer en el
seno de mi madre.
Como si pudiera empujar el
mañana hacia delante para que nunca suceda, retrasar el punto final a una
historia maravillosa que Dios ha tejido conmigo.
¿Se me escapa la vida?
Despedir a los amigos.
Dejar de ser autosuficiente, perder el don de la juventud que a todos
encandila.
Dejar de sonreír por miedo
a mostrar mi alma. Dejar de hablar para que no vean mi torpeza incipiente.
El miedo a
perder mis dones, mis talentos, mis capacidades. La angustia ante
ese día en el que el Señor venga, quizás cuando menos lo espere…
Cuesta
llegar a viejo y dejar de ser tomado en cuenta.
Como si toda mi
experiencia no sirviera para nada, porque ahora las cosas se hacen de forma
diferente. Hay nuevos medios, nuevos caminos y los míos ya son antiguos, están
caducos.
Envejecer
Me niego quizás a aprender
cosas nuevas, porque me asusta todo aquello que no controlo,
que no domino.
Dejo de exponerme porque
me asusta tanto el juicio de los hombres. ¿Qué van a pensar de mí? Y
siento que mi
alma se va poniendo vieja.
Tal vez el cuerpo más que
el alma. Pero a veces es el alma lo que envejece antes. Las frustraciones de la
vida, los sinsabores aceleran que la vejez me invada por dentro.
Me veo seco, torpe,
aburrido. Y la amargura se convierte en mi aspecto
habitual.
No he logrado ser quien
quería ser. No he obtenido los logros que un día parecieron prometerme algunos.
Y entonces el paso de los años me parece ruin. Se están llevando mi vida sin que pueda hacer nada por retenerla entre mis manos.
Constancia
«Lo que tengamos que
hacer, hagámoslo también con tranquilidad y constancia.
Aquel de nosotros que sea
aún joven, trate de formarse en todos los campos posibles. Supongamos que
trabajan en una escuela, por cinco, diez o más años, y de pronto deben volver a
la labor de predicar, ¿podrán hacerlo?
Reflexionen con sensatez
sobre este punto: hay que formarse para los años de la madurez y de la vejez.
¿Qué puedo hacer cuando
sea una persona entrada en años? ¿Qué?… quizás no pueda predicar, quizás
tampoco me haya formado como confesor porque nunca me tocó desempeñar esa
labor».
Niños ante
Dios, José Kentenich
Vivir en paz
Las
circunstancias no pueden determinar mi felicidad. Quiero seguir sonriendo cuando
casi no pueda sonreír.
Quiero tener paz cuando
la vida que llevo no sea la que antes llevaba. Cuando dependa de otros que
guíen mis pasos.
La mejor manera para
cuidar mi actitud interior es ser siempre positivo. Lo que puedo
hacer ahora lo hago con constancia, como si fuera
el último día de mi vida. Como si mañana no fuera a despertar.
No dejo para mañana lo que pueda hacer hoy. No dejo de soñar con un mañana largo aun sin saber cuándo vendrá Jesús a mi encuentro.
Sin huir ni negar
No vivo con miedo, sino
con la paz de los niños acostumbrados a conjugar los verbos en presente. Decía
el papa Francisco en Amoris
Laetitia:
«Llama la atención que las
rupturas se dan muchas veces en adultos mayores que buscan una especie de
autonomía, y rechazan el ideal de envejecer juntos cuidándose y sosteniéndose».
Huyo de mí mismo queriendo
encontrar la juventud perdida y negándome a vivir la vejez con aquel a quien
amo.
Es con él con el que
quiero compartir esos últimos años de olvidos, de pérdidas, de carencias, de
miedos, de confusión.
Años en los que las únicas
certezas me las darán los amores verdaderos, aquellos que el
paso de los años no logra enmudecer.
Lo auténtico no muere
No me turba entonces el
paso de los años porque lo más verdadero permanece siempre. Lo auténtico
nunca muere. La paz de Dios no desaparece.
Quiero gritarle a Dios que
me siga llamando cuando viva desgastado y sienta que los hombres no me
necesitan. Cuando me aparten a un lado porque ya no es requerida mi sabiduría.
En esos momentos en los
que me duela el corazón no dejaré de mirar al cielo y confiar.
Dios me sigue mirando
igual que siempre. Mejor aún, ama mi alma madura,
acrisolada con el devenir de amores y desamores.
Y mis heridas,
esas que creo que me afean, son la firma de Dios, son mi belleza,
son mi historia sagrada.
Es el mapa de mis amores
donde Dios ha dejado su huella impresa. En mis arrugas, en mis heridas, en mis
dolores.
Allí
nace, con una belleza infinita, el beso joven de Dios sobre mi alma siempre
joven.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia