La lógica de la fe cristiana es apabullante. Todo cuadra en la relación de unos dogmas con otros. Nada queda descolgado en la urdimbre de la fe. No hay hilos sueltos. La razón de esta lógica reside en la verdad de Dios.
![]() |
Jesús con los Saduceos. Dominio público |
De hecho, Dios había dispuesto desde toda la eternidad que su
Hijo se encarnara y revelara la verdad sobre Dios, sobre el cosmos y sobre el
hombre con su sola presencia en este mundo.
«Caro
cardo salutis», decía Tertuliano. La carne se ha convertido en el quicio de la
salvación. Por eso su Palabra, como indica el mismo término hebreo dabar que
puede traducirse por palabra y por acción, es al mismo tiempo algo que
acontece.
En el Evangelio de este domingo se narra un diálogo de Jesús con los saduceos, grupo religioso que negaba la resurrección de la carne. Plantean a Jesús un caso rebuscado de una mujer que se queda viuda sin descendencia. Conforme a la ley del levirato, la viuda debía casarse con el hermano de su difunto esposo, que tenía seis hermanos. Uno tras otro muere sin dar descendencia a la mujer.
q2Como los siete habían estado casados con ella, preguntan a Jesús a quién
de ellos pertenecerá la mujer cuando llegue la resurrección de los muertos.
También hoy hay muchos cristianos que tienen una idea de la resurrección poco
acorde con la fe cristiana: desde quienes la niegan directamente con el
argumento de que ya en la muerte resucitamos, hasta quienes consideran la vida
eterna como una prolongación de esta, aunque sin fin (¿con sus excesos y
deficiencias?).
Según
el Evangelio de hoy, Jesús aprovechó la ocasión para hacer una catequesis sobre
el significado de la resurrección y sobre la vida más allá de la muerte, que no
puede entenderse desde categorías meramente terrenas. Afirma, sobre todo, que
los muertos resucitarán porque Dios no es un Dios de muertos sino de vivos,
como lo indica el calificativo que los judíos daban a Dios: Dios de Abrahán,
Dios de Isaac, Dios de Jacob. Al mencionar a los patriarcas, que, para la fe
judía, ya vivían en Dios, Jesús concluye que Dios no es un dios de muertos,
sino de vivos, porque para él todos están vivos.
Cuando algunos cristianos de Corinto negaron la resurrección de los muertos, san Pablo argumentó de una manera muy sencilla: si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó, y si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe. Ahora bien, si Cristo ha resucitado al tercer día de su muerte, es obvio que, por resurrección, solo puede entenderse la de su carne, la que asumió en la encarnación. La resurrección supone la encarnación. El modelo de nuestra resurrección solo puede ser la suya.
En otra ocasión san Pablo dice que hemos
resucitado con Cristo en el bautismo. Lo que de forma sacramental comenzó en el
bautismo llegará a su plenitud al fin de la historia cuando resucitemos.
Entonces, nuestra carne será trasformada según el modelo de la carne gloriosa
de Cristo. Esta es la lógica coherente de la fe. La carne, como decía
Tertuliano, se ha convertido en el quicio de la salvación.
En
cuanto a cómo será la vida de los resucitados, debemos dominar la fantasía para
evitar las trampas absurdas de los saduceos. Una cosa es segura: será vivir en
la plenitud de lo humano conforme al plan de Dios trazado para su Hijo. Si Dios
nos ha creado para la felicidad eterna, y ha querido que su Hijo compartiera
nuestra carne, es lógico deducir que lo previsto para nosotros supera lo que la
imaginación pueda barruntar. Nada de lo humano se perderá, sino que alcanzará
la plenitud de lo divino.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia