La vigilancia a la que Cristo exhorta a sus discípulos en la parábola de este domingo se basa en que deben esperar su venida al fin de los tiempos. Esperar a que el Señor vuelva es lo que mantiene —según Jesús— a la Iglesia en la fidelidad a su Señor.
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Dominio público |
Perder esta actitud supondrá, según la parábola de Cristo, el castigo debido a
los indolentes, despreocupados y a los que, en realidad, han dejado de esperar
al Señor. Esos siervos, entonces, se creen dueños y señores de la iglesia. Con
la excusa de que el Señor tarda, los administradores maltratan a los siervos y
convierten la casa en una taberna inhabitable donde se come, se bebe y se
emborracha.
Al final de la parábola, Jesús concluye con estas palabras: «al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá» (Lc, 12,48). Es obvio que Jesús piensa en su Iglesia y en quienes la gobiernan. Con esta parábola llama a ser responsables con lo recibido —el Reino de Dios— que debe extenderse con la belleza y vitalidad de su primer momento. El Papa Francisco, en diversas ocasiones, ha recordado que Europa —y España es Europa— ha dado la espalda a sus raíces cristianas y ha renunciado al tesoro que recibió en la aurora de la evangelización. Ha pasado, dice Francisco con dureza, de la tradición a la traición.
Esta afirmación no es novedosa. En el magisterio de sus predecesores, san Juan Pablo II y Benedicto XVI, la idea de que Europa debe recuperar sus raíces y los fundamentos de su cultura y convivencia cristianas ha sido muy dominante. En realidad, se pide un retorno a los orígenes de uno de los pilares de nuestra cultura y civilización de derechos humanos, que es el acontecimiento cristiano. Siguiendo la parábola de Cristo, hemos dejado abrir un boquete en la casa por donde han entrado ladrones y saqueadores. Y es evidente que esto se ha hecho por la dejación de los que debían vigilar y administrar los bienes recibidos. El declive de la Iglesia y su falta de vigencia en el mundo no hay que buscarlo solo fuera de ella misma, sino en su propio interior.
La falta de vitalidad, celo apostólico y afán misionero es consecuencia de una fe dormida o aletargada que ha perdido la referencia al Reino de Dios, y a los dones que hemos recibido de la Tradición. En épocas peores que la nuestra, la Iglesia ha respondido con más generosidad que en la actualidad. Si la Iglesia resulta irrelevante para la sociedad debe hacer examen de conciencia y preguntarse si realmente espera a su Señor que nos pedirá cuenta de cómo hemos conservado su herencia.
En la parábola, Jesús
distingue diversas responsabilidades: unas se refieren a los discípulos en su
totalidad; otras, a los que tienen el oficio de administradores, es decir, a
quienes el Señor ha puesto al frente de la servidumbre para que reparta el
alimento a sus horas. Estos son los que más han recibido; son, pues, a los que
más se les exigirá, pues de ellos depende que la casa esté en orden.
No estamos acostumbrados al examen de conciencia. Pensamos que las cosas se dicen para los demás. Pero, cuando el Señor nos pida cuentas, lo hará en atención a lo que cada uno ha recibido. Y esto exige dejar de mirar a otro lado para mirarse a uno mismo.
César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia