A menudo tendemos a confundir los términos monje y fraile. Confusión legítima, ya que estas dos figuras religiosas tienen muchas cosas en común, y con frecuencia las diferencias que las distinguen son inciertas
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¿Cuál es la
diferencia entre un monje y un fraile? ¿Y un sacerdote? ¿Ejercen todos el mismo
servicio en la Iglesia? Y, si no es así, ¿cuál es la diferencia? La respuesta a
estas preguntas, que parecen de simple cultura general, te permitirán sorprenderte
ante los diferentes llamados o misiones con los que Dios quiere entrar en
relación con las personas que deciden consagrarle su vida.
1. EL MONJE
La figura
del monje nació en el Occidente europeo en el ámbito de la temprana Edad
Media. Sucedió cuando el colapso del Imperio Romano había arrojado al viejo
continente a una era de incertidumbre y peligro constante.
La furia de los
bárbaros, la pérdida de los valores y las leyes que habían gobernado el Imperio
más poderoso que jamás haya existido, hicieron dramáticas las vidas de hombres
y mujeres.
En este
escenario, hombres y mujeres volvieron su mirada a Dios, encontrando
inspiración en la forma de vida de los monjes de Oriente Medio; que no
olvidemos, es la cuna de cristianismo, donde nació, vivió y murió Jesús.
En el siglo IV,
en Egipto, Palestina y Siria, siguiendo los pasos de Antonio el Grande y otros
Padres del Desierto, un número creciente de personas ya habían abandonado el
mundo por completo para vivir en soledad.
Vivían en
un eremos (ermita), de ahí el término «ermitaño», un lugar alejado,
frecuentemente perdido en el desierto; en él, una o varias personas se aislaban
para dedicar su vida únicamente al amor de Dios.
Precisamente de
ahí viene el término «monje», que proviene del latín «monachus» y este
del griego μοναχός (monachós), que quiere decir «único», «solo» o
«solitario».
Ahora bien, en
Europa, entre los siglos IV y VIII, este concepto de monaquismo que había
llegado de Oriente Medio gracias a San Jerónimo en Roma, San Agustín en África,
San Martín en Francia, evolucionó.
San Benito de Nursia (480-547), fundador de la orden
religiosa más antigua de Occidente, los benedictinos, comenzó su experiencia
religiosa como ermitaño, viviendo durante tres años en soledad y oración en una
cueva cerca de Subiaco, localidad montañosa a unos 70 kilómetros de Roma.
El gran cambio
que introdujo San Benito fue la vida de comunidad. Los monjes ya no se
caracterizaban por vivir en la soledad; sino que se unían en una vida de
comunidad para apoyarse en la oración y el trabajo, las dos dimensiones
fundamentales de su vida.
Fue así como
nacieron en Europa los monasterios. Los primeros fueron fundados precisamente
por San Benito en el centro de Italia.
Dado que estos
monasterios, a menudo, se encontraban en áreas impracticables e inaccesibles, era
necesario que los monjes aprendieran a producir por sí mismos lo que se
necesitaba para su sustento.
Los monjes
cultivaban la tierra que rodea al monasterio. A su alrededor, en plena
violencia bárbara, se reunían familias campesinas que encontraban refugio a la
sombra del monasterio; colaboraban con el cultivo de las tierras, permitiendo a
los monjes compaginar su vida de oración.
De este modo,
en plena decadencia europea, los monasterios se convirtieron en focos de
recuperación económica y de renovación cultural. Gracias a los
monjes se pudieron conservar y transcribir los libros de los grandes pensadores
de la Edad Antigua, en particular griegos y romanos, que de otra manera se
hubieran perdido para siempre.
2. EL «FRAILE»
El término
«fraile» también es de origen medieval, y está vinculado a la profunda
transformación que sufrió la vida religiosa a finales de la Edad Media, en
particular gracias a la «revolución» traída por san Francisco de Asís (1182-1226).
Los
franciscanos trajeron una gran novedad con respecto a los monjes. Los
seguidores de san Francisco ya no se dedicaban únicamente a orar y trabajar en
lugares apartados, los monasterios.
Los nuevos
religiosos se integraban en la vida de los pueblos y ciudades, tanto a nivel
espiritual como a nivel material; mostrando su abandono total a Dios con un
gesto muy elocuente: vivir de la limosna.
Europa fue
testigo entonces de hombres que, en su afán de consagrar su vida a Dios, se
mezclaban con la gente de las ciudades, con los pobres, con los enfermos, para
brindarles consuelo y ayuda. Estos monjes, en las ciudades y pueblos y no
vivían en «monasterios», sino en «conventos».
Fraile viene de
la palabra latina frater, «hermano». Y es que el ideal de San Francisco
era precisamente que sus seguidores vivieran como hermanos; no solo entre
ellos, sino también con las personas a las que ayudaban.
Los frailes se
caracterizaban, entre otras cosas, por un estilo de vida muy pobre y humilde, y
una vestimenta modesta; con ropa sencilla y solo sandalias para
proteger los pies.
3. LOS MONJES Y
FRAILES, ¿SON SACERDOTES?
Por último,
surge espontáneamente otra pregunta: los monjes y los frailes, ¿son
sacerdotes?
La respuesta es
curiosa: ni todos los monjes y frailes son sacerdotes, ni todos los sacerdotes
son monjes o frailes.
Un sacerdote,
en la Iglesia católica, es un hombre que ha recibido el sacramento del Orden
Sacerdotal. En virtud del mismo puede celebrar el sacrificio de la misa,
confesar, dispensar algunos sacramentos, y realizar otras tareas propias del
ministerio pastoral.
Puede
pertenecer a una orden o familia religiosa (es decir, puede ser fraile o
monje); o a una diócesis (en cuyo caso, es un sacerdote diocesano).
Los monjes y
los frailes están unidos por una misma matriz: ambos han hecho los votos de
pobreza, castidad y obediencia, y pertenecen a una congregación o familia
religiosa concreta (franciscanos, dominicos, jesuitas…).
Muchos monjes
no son sacerdotes, viven su vida de consagración a Dios sin recibir la
ordenación sacerdotal.
Los sacerdotes
diocesanos, por su parte, no tienen votos de pobreza, castidad y obediencia.
Ahora bien, al recibir la ordenación de manos del obispo hacen siete promesas
que aquí puedes descubrir: Los sacerdotes hacen estas 7 promesas el día de su ordenación
(aleteia.org)
Matilde Latorre
Fuente: Aleteia