Surfistas, aventureros y con vidas complicadas hasta que Dios tocó su corazón por separado
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Pancho y Kati llevaban vidas inquietas y alejadas de Dios. Tras un Retiro de Emaús se casaron y ahora ayudan a otras parejas |
Cómo Dios es capaz de transformar vidas dándole un vuelco al
sinsentido y a las idas y venidas puede comprobarse ver con el testimonio de Kati y Pancho, un
joven matrimonio con mucha vida recorrida a sus espaldas. Surfistas y
aventureros, fue en un festival de música techno donde descubrieron que querían
iniciar un camino juntos. Ya de vuelta en España, un Retiro de Emaús realizado
primero por él y más tarde por ella dirigió sus corazones a Cristo.
Su testimonio impresionó a su entorno y amigos, la gran parte no
creyentes. Cambiaron su forma de vivir y relacionarse hasta el matrimonio, que
fue además una herramienta de evangelización para los invitados. Ahora ellos ayudan con su testimonio a muchas
parejas de novios que de una forma u otra se pueden sentirse
identificados con ellos. Lo cuentan en Contagiosos,
el serial de Juan Manuel Cotelo.
Kati es una joven mallorquina cuyas grandes pasiones han sido
siempre el surf, el skate y el patinaje, y desde hace un tiempo también Dios,
al que descubrió a lo grande. Su familia era religiosa pero como a otros muchos
de su edad llegada la adolescencia perdió todo contacto con Dios. No rechazaba a Dios, simplemente
vivía sin tenerle en cuenta para nada. Estudió en Madrid y siguiendo
su pasión por las olas se fue a vivir primero a Galicia y luego al País Vasco.
Allí
ella misma reconoce que su vida “empezó a ir por malos caminos”. Fiestas, malas
relaciones con novios que la llevaron a buscar “relaciones que no tenían ningún
sentido y a creer que con cuantos más chicos estuviera más iba a
molar…”.
En
apariencia era una chica feliz, admirada por sus amigas y “el alma de la
fiesta”. “Me creé una máscara de divertida, sonriente, pero feliz no
era. Cuando estaba sola lloraba”, confiesa. Entró en un “bucle” de
noches de fiesta, trabajar sin apenas descansar y resacas insoportables.
Kati
recuerda en un momento dado se puso a llorar y en esa ocasión gritó: “¡mamá,
mamá!”. “Luego me di cuenta –agrega- que no gritaba a mi madre, a la que podía
llamar por teléfono. Estaba gritando a la Virgen. Pedía que me sacara
de allí, que no podía hacerlo mi misma. Ahí fue cuando ella me mandó a
Pancho”.
Pancho,
ahora mismo su esposo, es un valenciano de 35 años, también apasionado del surf
y de la naturaleza. Al igual que ella provenía de una familia religiosa,
pero en la adolescencia dejó de ir a misa aunque siempre mantuvo “una
inquietud espiritual”.
Ambos
se conocieron en un campamento de surf. Se hicieron muy amigos y
conectaron. Cuando llegó el momento de la despedida ella confiesa que
él significaba algo para ella, y también para él pero ahí quedó la cosa.
Pancho
acabó en Panamá y pasaron años manteniendo un contacto aunque no fuera muy
frecuente. Allí conoció a una chica alemana y su plan era casarse y
vivir en Alemania. Pero una vez que estaba todo preparado ella le dejó. Él
aún así, aventurero como es, decidió irse a vivir a Alemania y hacer su vida.
Mientras
esto le ocurría a Pancho, una de las mejores amigas de Kati vivía en Berlín y
la llamó para que fuera con ella a un festival de techno en Fráncfort.
Y a través de Facebook él se enteró de que iría a este festival que
curiosamente se celebraba a 15 minutos de su casa.
Años
después volvían a reencontrarse. Pronto vieron que querían estar juntos para
siempre. Una vez que ella volvió a España, lo hablaron por teléfono y poco
después en persona él se declaró.
“Sentí
esa paz de cuando estás en casa y todo está
arreglado, saber que mi vocación era casarme con Pancho”, cuenta ella.
En
este mismo periodo de tiempo algo estaba ocurriendo también en la familia de
Kati. Su hermano había hecho un Retiro de Emaús y había vuelto totalmente
cambiado. “Fue un shock en casa, qué pasada, qué cambio”, cuenta.
Después
de su hermano, fue su madre la que hizo otro de estos retiros. También salió
encantada. “Por casualidades de la vida –afirma Pancho- acabé siendo yo
el tercero de la familia en hacerlo. Fui al retiro porque siempre he sido
muy respetuoso con esto de la Iglesia, había leído sobre espiritualidad y sabía
que iba a ir a un retiro católico, como su fuera de yoga o budista. No iba a
poner ninguna etiqueta”.
De
aquel fin de semana este joven valenciano salió muy contento y con mucha
paz. “Salió feliz, con una sonrisa…”, confirma su ahora
esposa.
Del
retiro Pancho salió con la convicción de amar aún más a Kati y dispuesto
a sumergirse por completo en esta fe que le habían presentado durante
el fin de semana.
Al
cabo de un mes fue ella la que acudió al retiro, aunque sin mucha convicción.
Una vez que salió lo tiene claro: “es lo mejor que hecho en mi vida. Salí
renovada y sentí que Dios me amaba”.
“Tenía
a Dios como alguien que me iba a castigar por haberme portado mal. Era lo
contrario. Me amaba y sólo quería que volviese a sus brazos. No le había hecho
ni caso durante muchos años, pero Dios me había querido todo el tiempo,
aunque hubiera hecho cosas súper malas. Sólo le pedí que no dejara que
me volviera a alejar”, explica.
Una
vez que los dos habían tenido este fuerte encuentro con Dios llegó la pregunta:
“¿ahora qué? Y vieron claro que era o todo o nada, que no valían medias
tintas. Vivían juntos, y decidieron que desde ese momento vivirían como
hermanos y en castidad.
Sus
amigos no daban crédito a todo esto. “Pudimos llevar a cabo esto gracias a Dios
porque somos débiles, pero Él nos ayudó. Fueron ocho meses viviendo de
esta manera hasta que fue la boda y tenemos que decir que es lo mejor que hemos
hecho. Esta fue la muestra de amor más grande que nos pudimos dar
antes de casarnos”, confirma Kati.
Finalmente,
llegó el esperado día de la boda. Para Pancho y Kati lo más importante ese día
era el sacramento y la celebración religiosa. Y así lo quisieron hacer ver a
todos los invitados. Por ello, ambos hablaron desde el ambón para “contar a
nuestros amigos que estábamos ahí de corazón. Queríamos que Dios estuviera
presente en nuestro matrimonio y queríamos explicarlo nosotros para
que entendieran que no era por tradición o porque nuestras familias nos habían
presionado. Esto no era una comedia. Que lo importante del día era esto, que
Dios estaba bendiciéndonos”.
“La
gente flipó con esto y le gustó porque aunque no crean en Dios les
gustó nuestra sinceridad”, explica ella.
Ellos
reconocen ahora ya casados que el cambio en ellos no fue automático, ni de un
día para otro. Es un camino que siguen recorriendo y descubriendo juntos nuevas
maravillas. En esta búsqueda de Dios como matrimonio empezaron a ir a
misa todos los días. “Fue un cambio en nuestras vidas y nos ayuda a
querernos mejor”, reconocen.
Y
además todo son ventajas: “Ahora todo es un alivio. Pase lo que pasé está
Dios”.
Javier Lozano
Fuente: ReL