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Entusiasta de
la filosofía, a Juan le gusta razonar las cosas y hacerse preguntas. A partir
de su experiencia, nos explica por qué tanta gente joven (y no tan joven)
queda atrapada en relaciones sentimentales frívolas y dañinas.
Una experiencia
de niño: "Mucha gente no es buena"
Juan Álvarez no
recibió la fe en su familia, aunque, señala con ironía, "el sobrino de mi
bisabuela era el cardenal Jorge Urosa, de Venezuela, yo fui a un colegio
católico e hice la comunión porque todos lo hacían".
Sus padres,
aunque eran buenas personas, no iban a la iglesia ni le hablaban de Dios. Él
tampoco iba a misa. Sí creía que Dios debía existir, pero "no recuerdo
haberle rezado nunca de niño".
Cuando tenía
unos 12 años, en lo que en España sería primer curso de la ESO, se
convenció de que el mundo estaba lleno de gente mala, porque lo veía en otros
niños, incluso en sus mejores amigos, "que se metían con otros niños. Eran
tóxicos". Un mundo así le daba miedo.
A los 16 años
se acostó con una chica. "Tenía miedo de haberla dejado embarazada, y por
primera vez recé. Prometí a Dios que si no quedaba embarazada dejaría de tener
relaciones sexuales. Y así fue, y durante unos años lo cumplí".
En España, el
mundo de la noche
En 2018 llegó a
España. Era un joven adulto que estudiaba Administración de Empresas en la
Complutense de Madrid, y que 'triunfaba' con las chicas en el mundo de la
noche.
"En España
hay muchas chicas guapas y yo conseguí acostarme con bastantes, pero eso no me
hizo feliz. Yo hablaba mucho en las discotecas con otros hombres, para que las
chicas vieran que yo era popular, que tenía amigos. Eso ayuda a que ellas te
acepten. Yo hablaba con hombres incluso de 30 años, que primero te decían que
les gustaba tener muchas novias. Pero después, muy rápido, te admitían
que, en el fondo, querrían una mujer que les amara de verdad, para toda la vida.
Se sienten solos y lo admiten. Me lo contaban a mí, prácticamente un
desconocido", explica.
Juan ha
reflexionado mucho sobre el mundo de la noche y sus relaciones volátiles y
vacías. "A muchos hombres les pasa como me sucedió a mí: una mujer, a
menudo muy inmadura, te hace daño, y algo se rompe en tu corazón, y decides que
las chicas son malas. Decides que son para conquistarlas, acostarse con
ellas y olvidarlas. Y eso es un juego malo, de personas inmaduras que se
usan y se dañan mutuamente", detalla.
Juan se
acostaba con chicas, se daba cuenta de que eso no le hacía feliz, pero insistía
en hacerlo y ante los demás fingía estar contento. "En la discoteca y
en las fiestas ponen esas canciones de reguetón, de que la felicidad es ser
rico y tener chicas. Pero en mi experiencia no era así. Sabía que estaba dando
algo precioso a esas chicas, aunque ni me querían ellas ni yo las quería.
Y pensé: 'No soy feliz porque no soy tan valiente como para ir a por la
más guapa. Si consigo a la más guapa, sí seré feliz'. Y lo logré, me acosté con
la más guapa. Y por la mañana ella se fue, y yo me quedé llorando, sabiendo que
la había usado a ella y me había dejado usar yo".
Tres semanas
después, le sucedió algo en una iglesia que cambió su corazón.
Con Jordan
Peterson, las grandes preguntas
También al
llegar a España, desde los 20 años, empezó a ver charlas del psicólogo Jordan
Peterson por Internet. "Me gustaba Peterson porque decía verdades que
nadie más decía, cosas con significado. Y escucharle me llevó a leer a
Jung, a Freud... Y, más adelante, a las grandes preguntas: quién eres, por
qué existes, y la verdadera pregunta, que decía Camus: ¿me suicido o no? Que
en realidad es preguntarse si existe Dios, el bien, una vida con sentido".
En la
universidad tenía un profesor que decían que era muy exigente, pero que subía 2
puntos la nota si le presentaban un resumen bien trabajado de un libro a elegir
de una lista. Y él eligió Las Ideas Tienen Consecuencias, un clásico de
1948 del pensador conservador Richard M. Weaver.
"El libro
defendía que al perderse la religión y los valores universales, la base de
Occidente, el escepticismo había llevado a las guerras mundiales. Hablé de esto
con mi profesor, y empecé a pensar más en serio sobre el cristianismo".
Conocer
cristianos de cerca
A Juan no le
molestaban temas históricos como la Inquisición o las guerras. Pero consideraba
muy hipócritas a los cristianos: "En mi opinión, se creían mejores
que los demás, pero no los veía ayudar a mejorar nada". Pero su profesor
le dijo: "Sí, es cierto, hay algo de hipocresía en algunas personas, pero
ese mal es muy poca cosa comparado con el bien que se hace".
Su profesor le
animó a ir a la capilla del campus de Somosaguas (la misma donde años
antes enseñó los pechos la concejal de Más Madrid Rita Maestre).
Allí conoció jóvenes cristianos con fe auténtica, buenos formadores... y se
apuntó a una catequesis de confirmación para explorar los contenidos de la
fe.
"Me di
cuenta de que aquellas personas, cristianas, me miraban con buenos ojos. Me
miraban con esperanza. Sacaban lo mejor de mí", recuerda: "Y
empecé a ir a algunas misas con ellos, para entender más, para ver por qué
me sentía bien junto a ellos".
Al final de una
de estas misas, tres semanas después de su decepción con el mundo de la noche,
le sucedió algo que cambió su vida.
Una experiencia
de Dios
"Había
terminado la misa, las chicas habían cantado muy bonito, acababan con una
canción que decía 'Mi pequeño corderito, en ti quiero anidar', o algo
así. Yo estaba sentado en la parte trasera, rezando, con las manos
cruzadas. Acabó la canción. De repente, sentí unas palabras en mi mente. No
venía de nada previo, no era nada que me hubieran explicado. Sentí que Jesús
me decía: '¿Por qué me haces daño a mí, que te amo tanto?' No entendí a
qué se refería, pero me sentí fatal, contrito, dolido por lo que hacía. No era
algo en lo que hubiera pensado yo. En las charlas a las que había ido se habían
hablado de otros asuntos, no de que Jesús te ama personalmente".
El
confinamiento leyendo Santo Tomás y Kierkegaard
Juan quería
entender mejor lo que había experimentado. Pero entonces llegó el confinamiento
estricto del coronavirus, en marzo de 2020. "Yo necesitaba entender
racionalmente, reflexionar, y encerrado en el confinamiento me puse a leer
mucho Santo Tomás y a Kierkegaard. Tomás me dio una certeza de que la fe es
racional. Kierkegaard, en realidad, viene a decir lo contrario, pero me daba da
igual, porque a Kierkegaard lo que le importa es cómo estás de verdad, así que
él también me ayudaba".
"Filosóficamente
llegué a la conclusión de que el materialismo es insostenible. No sólo existe
lo físico, tiene que haber metafísica y por lo tanto se necesita una Primera
Causa que es Dios. Y esa convicción me permitió entregarme a Jesús. Dios
no era meramente razonable, sino necesario. El materialismo es
insostenible", concluyó.
El padre
Rafael, capellán de la Complutense, le dio una oración para que rezara, que le
ayudó mucho. "Es un texto que se titula 'Ámame tal como eres'. Creo
que es de Charles de Foucauld. Esa oración me cambió la vida, y aún ni me he
leído la vida de Foucauld. Y también me ayudó el libro 'Llamadas', que
presenta capítulos del evangelio".
Creciendo en la
fe
Después pudo
acudir con otros jóvenes del campus de Somosaguas a un retiro en Duruelo,
"donde San Juan de la Cruz fundó su primer convento, con los primeros
carmelitas descalzos. Allí están hoy las religiosas de la Madre Maravillas.
Allí leímos a Von Balthasar y las Cartas del Diablo a su Sobrino,
de C.S.Lewis. Ahí conviví 10 días con gente cristiana. Era la primera
vez que lo hacía. Y volví de allí cambiado: por primera vez veía que la vida es
algo hermoso. Hoy recomiendo a quien pueda que haga Ejercicios Espirituales: es
la experiencia que más me ha acercado al Señor".
Juan hoy reza
cada día entre 30 y 45 minutos, "estilo Lectio Divina, pero con
composición de lugar, como en los ejercicios ignacianos. Has de dejarte
querer por Dios, dejarte ver por Jesús, y así palparlo y contagiarte de su
manera de vivir". Vive la fe en la parroquia del Buen Suceso en Madrid y
ha acudido al encuentro europeo de catequistas de LifeTeen en el
monasterio de Montserrat.
"Ahora me
encuentro realmente feliz. La vida tiene para mí un sentido pleno. No
cambiaría el mejor día de mi vida de antes por el peor de ahora. Amo
vivir, y eso es el mayor regalo que me ha dado Jesús: un corazón de
carne, no de piedra", afirma con una sonrisa.
Pablo J. Ginés
Fuente: ReL