El mensaje del Papa a la Iglesia Católica
en Grecia es precioso para todos
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El sábado
pasado el Papa Francisco habló a la Iglesia de Grecia sobre el valor de la
pequeñez, porque ser una Iglesia pequeña -como en el caso de la grey católica
en este país- la convierte en un signo elocuente del Evangelio. El Dios
anunciado por Jesús elige a los pequeños y a los pobres, se revela en el
desierto y no en los palacios del poder. Se pide a la Iglesia, no sólo a la
griega, que no se enorgullezca persiguiendo grandes números, abandonando el
deseo mundano de querer contar, de querer ser relevante en el escenario
mundial.
Pero Francisco también explicó que ser pequeño no equivale a ser
insignificante. Ser levadura que fermenta escondida "dentro de la masa del
mundo" es, de hecho, lo contrario de entregarse a la vida tranquila, de
avanzar por fuerza de la inercia. El camino indicado por el Papa es el de la
apertura a los demás, el del servicio, el del acompañamiento, el de la escucha,
el del testimonio concreto de cercanía a todos: que es lo contrario de una
Iglesia encerrada en sí misma que se complace de su pequeñez.
Ante la secularización y la evidente dificultad que los cristianos encuentran
hoy para transmitir la fe, es posible encerrarse, intentando crear comunidades
perfectas, que se abstraigan del mundo para preservar su pequeño o pequeñísimo
rebaño, esperando que pase la tormenta y con nostalgia de un pasado que ya no
existe. O bien, y este es también un riesgo muy presente hoy, nos dedicamos con
hiperactividad a las estrategias misioneras, convencidos de que el anuncio, el
testimonio e incluso la conversión no son frutos del Espíritu a los que debemos
dar cabida, sino el resultado de nuestras capacidades y de nuestro
protagonismo. Así, existe el riesgo, desgraciadamente recurrente en la era
digital, de que en el centro de la evangelización esté el evangelizador y sus
artilugios, en lugar del Evangelio y su Protagonista. Dejar espacio al
Protagonista: este es el sentido profundo de la conversión, como metanoia, como
cambio de mentalidad a la luz del Evangelio.
La pequeñez de la que habla Francisco es, pues, un don. Es ser conscientes de
que sin Él no podemos hacer nada y que es Dios quien nos precede, quien
convierte, quien sostiene, quien cambia. Y esta toma de conciencia es también
preciosa para las Iglesias incluso numéricamente significativas: la oportunidad
que ofrece el camino sinodal que acaba de comenzar puede ayudar a las
comunidades cristianas a liberarse de las ataduras de la burocracia, del
clericalismo, de confiarse en las estructuras, para construir o reconstruir un
tejido de relaciones humanas en el que florezca el testimonio.
Andrea
Tornielli
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