Evgeny y su esposa Natalya empezaron a ir a misa a los 45 años; Juan Pablo II tiene que ver
Evgeny y Natalya Toptunov cuentan su historia de conversión |
Su primer contacto con la Iglesia Católica
fue bastantes años antes, en Navidad. Pero no en las navidades blancas de Rusia, sino en unas navidades africanas, contemplando
asombrados la seriedad alegre con la que los niños acudían a misa en Guinea
Conakry. Desde el inicio tuvieron clara la universalidad de la fe católica. Han
contado su historia a Olga Khrul en Ruskatolik.rf.
Sin religión de jóvenes... pero creían
en Dios
Natalya
y Evgeny (Zhenya, para los amigos) son moscovitas, se conocieron en la
Universidad de Moscú estudiando el primer curso de Filología, y durante los
cinco años de universidad solo fueron buenos amigos. Pero poco después de recibir sus diplomas en
1969 algo "empezó a cambiar", se enamoraron y se casaron. Él
encontró un trabajo de profesor de lengua en el Instituto de Acero y Aleaciones
de Moscú, donde trabajó casi toda su vida.
Aunque
no habían recibido ninguna formación religiosa, ambos creían en Dios, a su manera. A veces acudían a una iglesia ortodoxa a poner alguna vela,
como un acto especial. Lectores voraces de literatura, cultos, entendían la
pregunta sobre Dios.
Como
profesores de ruso como lengua extranjera, en su juventud vivieron en dos países de la órbita
comunista: dos años en Guinea Conakry, en África (en 1974 y 1975) y
cuatro años en Argelia. Y
en esos dos países de mayoría musulmana tuvieron sus primeros contactos con la
fe católica.
La Navidad en una dictadura africana
En
Guinea Conakry gobernaba el dictador comunista Ahmed Sekou Touré. En 1967 había
expulsado a los misioneros europeos. En 1969 era ordenado un joven Robert Sarah
que llegaría a cardenal en el siglo XXI, pero era entonces uno de los únicos 9 sacerdotes
nativos en el país. En 1970 la dictadura encarcelaba al arzobispo de Conakry, Raymond-Marie
Tchidimbo, que pasó 9 años en el siniestro campo de prisioneros Boiro.
En
1974, a ese país pobre y con una iglesia aún más pobre y perseguida, llegaron
Natalya y Evgeny. Les habían dicho: "prepararos como para una isla
desierta, llevad de todo, menos ropa de abrigo". "No había tiendas, era imposible
comprar nada que no fuera fruta. Si se rompía el cepillo de dientes, a
cepillarse con el dedo; si se rompía el vaso, a beber de una lata. Los técnicos
soviéticos recibían un cargamento de comida enlatada que, al parecer, llegaba
por barco desde Nueva Zelanda. Apareció el primer semáforo en Conakry, la
capital. No había asfalto en ningún sitio", recuerda Natalya.
Cada
mañana les despertaba el canto
del muecín desde la mezquita. Por eso les asombró un sonido especial: el 24 de diciembre de
1975, Nochebuena,
"¡oímos sonar una campana! Seguimos ese hermoso sonido, y vimos una iglesia, y alrededor de ella,
una procesión con la Cruz. Los niños pequeños, negros, con túnicas
blancas, parecían ángeles", comenta Evgueny.
"Tenían rostros increíbles,
inspirados, sublimes. Los niños no saben fingir, pensamos. Si están
así, es que se sienten así, es que hay algo aquí... Era una sensación de algo
familiar. Aquí estamos lejos del mundo, de la civilización, y el Señor está
aquí, y eso da la sensación de que estamos en casa", explica Natalya.
Un mensaje en francés en Argelia
En
1981 llegaron a Argelia. Vivían en Boumerdes, pequeña ciudad llena de técnicos
soviéticos a 60 kilómetros de la capital. Visitaron sus ruinas romanas, el
desierto... En Argel, en 1984, vieron la catedral católica, Nuestra Señora de África.
Allí,
en círculo en el edificio, se podía leer una inscripción en francés. La
tradujeron: "Si le das
gracias a Dios por lo que te da, no tendrás tiempo para ser infeliz". Natalya
quedó impactada por esas palabras: "son palabras que me han ayudado mucho, a mí y a otras personas,
en todos estos años".
El catolicismo les atraía muy ligeramente, como algo curioso que encontraban en la literatura o la historia... "El príncipe Gagarin, el decembrista Lunin, el escritor Venedikt Erofeev eran católicos", enumera Evgueny. Natalia había leído la monumental tetralogía del premio Nobel Thomas Mann sobre José y sus hermanos en Egipto, publicada entre 1933 y 1943, muy alabada como obra literaria. "¿Podríamos considerarla como una especie de catequesis?", plantea ella. No lo era... pero a ella sí le sirvió para adentrarse en la fe.
"En
Argelia, tuvimos una vida creativa muy rica: organizamos veladas de poesía, realizamos reseñas de revistas
literarias, incluso creamos nuestro propio estudio literario... Y cuando
regresamos a Moscú, sentimos una especie de vacío", recuerda Natalya.
Pronto conocieron al poeta David
Samoilov. Natalya fue su secretaria literaria y disfrutaba
mucho del trabajo y su ambiente
cultural y amistad, hasta que el poeta murió en 1990. Para entonces, el
Muro de Berlín había caído y ellos se sentían de nuevo con un gran vacío.
La JMJ de 1991 en Czestochowa: jóvenes
de las dos Europas
El Papa Juan Pablo II convocó la Jornada
Mundial de la Juventud de 1991 en Polonia, en el santuario de la Virgen en
Czestochowa. Era una gran ocasión para los jóvenes de Europa oriental de viajar
y de conocer jóvenes de Occidente. El Muro de Berlín y el comunismo habían
caído. En Rusia aún no estaba claro, pero muchos jóvenes rusos vieron la posibilidad de ir a este
encuentro europeo, como su primer viaje al extranjero. Incluyendo la
hija de Natalya y Evgueni. No se pedían visados ni pasaportes.
El
matrimonio se apuntó con
otras personas de mediana edad. Viajaron en tren y montaron una tienda en el
campo por primera vez. Llovió esa noche y su tienda aguantó muy bien,
quizá por milagro, mientras otras se inundaban.
A
la mañana siguiente, empezaron a llegar peregrinos alegres, sacerdotes con guitarras, religiosas que
reían y cantaban... "No sabíamos que eso pudiera ser posible,
nuestras ideas sobre la Iglesia eran muy distintas", recuerdan, ellos, que
no sabían nada.
Como
en Guinea, les asombró ver a los jóvenes escuchar con atención al Papa.
"No mirábamos tanto al Papa como a los chicos, casi niños, que escuchaban atentos. Nosotros
habíamos crecido en un ambiente de autoridades que mentían, estábamos
acostumbrados a discursos vacíos, que nadie escucha, que entran por un oído y
salen por el otro, pero esos
chicos escuchaban al Papa y sus rostros se iluminaban..."
Pablo J. Ginés
Fuente: ReL