El Papa ha descrito la comunión que debe existir entre hermanos católicos y greco-católicos
El Papa con su Beatitud |
En el encuentro
con Su Beatitud Jerónimo II, el Papa hizo hincapié en las divisiones que han
amenazado la comunión entre ambas iglesias, y expresó la “necesidad de renovar
la súplica de perdón a Dios y a los hermanos por los errores que han cometido
tantos católicos”.
El Papa se
encontró en el Arzobispado de Atenas y de toda Grecia, Su Beatitud Jerónimo II.
En su discurso recordó su anterior visita, hace cinco años, a Lesbos, en la
“emergencia de uno de los dramas más grandes de nuestro tiempo, el de tantos
hermanos y hermanas migrantes que no pueden ser dejados en la indiferencia y
vistos sólo como una carga que hay que gestionar o, todavía peor, que hay que
delegar a otro”.
El Papa ha
descrito la comunión que debe existir entre hermanos católicos y
greco-católicos, resaltó la importancia que da la iglesia ortodoxa a la
formación y a la preparación teológica. Y pidió aunar esfuerzos, en las
diferentes formas de cooperación en la caridad, para servir a los hombres y
"llevarles la consolación del Evangelio, curando las heridas de la
humanidad".
Raíces comunes
apostólicas
Hablando de las
raíces comunes apostólicas, el Papa recordó los grandes frutos que dieron, como
los primeros grandes Concilios ecuménicos, y expresó: “Lamentablemente, después
hemos crecido alejados: nos han contaminado venenos mortales, la cizaña de la
sospecha aumentó la distancia y dejamos de cultivar la comunión. Con vergüenza
—lo reconozco por la Iglesia católica— acciones y decisiones que tienen poco o
nada que ver con Jesús y con el Evangelio, basadas más bien en la sed de
ganancias y de poder, han hecho marchitar la comunión. De este modo hemos
dejado que la fecundidad estuviera amenazada por las divisiones”.
Sin embargo,
hoy, el Pontífice siente la “necesidad de renovar la súplica de perdón a Dios y
a los hermanos por los errores que han cometido tantos católicos. Pero es un
gran consuelo la certeza de saber que nuestras raíces son apostólicas y que, no
obstante, las distorsiones del tiempo, la planta de Dios crece y da frutos en
el mismo Espíritu. Y es una gracia que reconozcamos los unos los frutos de los
otros y que juntos agradezcamos al Señor por ello”.
El Espíritu
Santo, aceite de comunión
Tras afirmar
que el Espíritu Santo es, sobre todo, aceite de comunión, Francisco dijo que
hoy en día, se necesita reconocer el valor único que resplandece en todo
hombre, en cada hermano. “Reconocer esta característica común de la humanidad
es el punto de partida para edificar la comunión”. Con todo, añadió, si las
tradiciones propias y las especificidades de cada uno llevan a atrincherarse y
a tomar distancia de los demás, si «la alteridad no es algo cualificado por la
comunión, difícilmente se puede dar vida a una cultura adecuada», en cambio,
afirmó, la comunión entre los hermanos trae consigo la bendición divina.
El Espíritu que
se derrama en las mentes nos impulsa en efecto a una fraternidad más intensa, a
estructurarnos en la comunión. Por eso, no nos tengamos miedo, ayudémonos a
adorar a Dios y a servir al prójimo, sin hacer proselitismo y respetando
plenamente la libertad de los demás, porque —como escribió san Pablo— «donde
está el Espíritu del Señor hay libertad». Rezo para que el Espíritu de caridad
venza nuestras resistencias y nos haga constructores de comunión, porque «si el
amor logra expulsar completamente al temor y éste, transformado, se convierte
en amor, entonces veremos que la unidad es una consecuencia de la salvación».
Se preguntó,
cómo podemos dar testimonio al mundo de la concordia del Evangelio si nosotros
cristianos todavía estamos separados, cómo podemos anunciar el amor de Cristo
que reúne a las gentes, si no estamos unidos entre nosotros. Muchos pasos se
han realizado para encontrarnos. Invoquemos al Espíritu de comunión para que
nos impulse en sus caminos y nos ayude a fundar la comunión no en base a
cálculos, estrategias y conveniencias, sino sobre el único modelo al que hemos
de mirar: la Santísima Trinidad.
Espíritu Santo,
aceite de sabiduría
En segundo
lugar, el Espíritu es aceite de sabiduría. Él ungió a Cristo y desea inspirar a
los cristianos. Dóciles a su sabiduría humilde, crecemos en el conocimiento de
Dios y nos abrimos a los demás. Quisiera en este sentido expresar mi
reconocimiento por la importancia que da esta Iglesia ortodoxa, heredera de la
primera gran inculturación de la fe —la inculturación con la cultura helénica—
a la formación y a la preparación teológica. También quisiera recordar la fructífera
colaboración en el ámbito cultural entre la Apostolikí Diakonía de la Iglesia
de Grecia —cuyos representantes tuve la alegría de encontrar en el 2019— y el
Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, así como
la importancia de los simposios intercristianos promovidos por la Facultad de
Teología ortodoxa de la Universidad de Salonicco junto a la Universidad
Pontificia Antonianum de Roma. Son ocasiones que nos han permitido instaurar
cordiales relaciones y llevar adelante útiles intercambios entre los académicos
de nuestras confesiones. Agradezco además la activa participación de la Iglesia
ortodoxa de Grecia en la Comisión mixta internacional para el diálogo
teológico. ¡Que el Espíritu nos ayude a proseguir con sabiduría en estos
caminos!
Espíritu Santo,
aceite de consolación
Por último, el
mismo Espíritu es aceite de consolación, Él ha consagrado a Cristo con la
unción para que proclamara la buena noticia a los pobres, la liberación a los
cautivos, la libertad a los oprimidos. Y Él todavía nos impulsa para que nos
hagamos cargo de los más débiles y los más pobres, y para que su causa
—primordial a los ojos de Dios— se dé a conocer al mundo. Aquí, como en
cualquier otro sitio, ha sido indispensable el apoyo ofrecido a los más
necesitados durante los períodos más duros de la crisis económica.
Desarrollemos juntos formas de cooperación en la caridad, abrámonos y
colaboremos en cuestiones de carácter ético y social para servir a los hombres
de nuestro tiempo y llevarles la consolación del Evangelio. En efecto, el
Espíritu nos llama, hoy más que en el pasado, a curar las heridas de la
humanidad con el óleo de la caridad.
"Con la
gracia del Espíritu Santo, los discípulos del Señor, animados por el amor, por
la fuerza de la verdad y por la voluntad sincera de perdonarse mutuamente y reconciliarse,
están llamados a reconsiderar juntos su doloroso pasado y las heridas que
desgraciadamente éste sigue produciendo también hoy», señaló Francisco
retomando la encíclica Ut Unum Sint, de San Juan Pablo II.
Patricia
Ynestroza-Ciudad del Vaticano
Vatican News