El libro del Apocalipsis dice que Cristo es el Alfa y la Omega, el principio y el fin de todo. Por él todo ha sido creado y hacia él tiende la creación entera en una especie de arrobamiento que busca la consumación.
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Junto a estas imágenes, sin embargo, el mismo Evangelio de hoy
utiliza otras más sencillas que describen el fin del mundo de manera más
cercana y amable. Jesús propone que, si miramos a la higuera cuando sus ramas
se ponen tiernas y brotan las yemas, deducimos que el verano está cerca. Del
mismo modo, cuando veamos que suceden los signos apocalípticos referidos en su
discurso, debemos pensar que «él está cerca, a la puerta».
Junto a una visión extraordinaria del mundo que, ante la llegada
del Señor, se estremece en sus fundamentos y en los cielos, tenemos esta otra
del visitante que llama a la puerta. También esta imagen aparece en el
Apocalipsis: «Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien escucha mi voz
y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Apc 3,20).
Pocas imágenes podemos hallar más expresivas que esta. La historia se consumará
cuando el Resucitado vuelva en su gloria y llame a mi puerta para cenar
conmigo. El Dios de la creación y de la historia, el vencedor sobre el pecado y
la muerte llama a la puerta para intimar en una cena que no tendrá fin.
Ante esta perspectiva se comprende que, desde la
partida de Jesús resucitado al Padre, la iglesia anhelara su vuelta. Miraba al
final, a la meta de su peregrinar. Añoraba el tiempo de la convivencia con el
Maestro y atisbaba el horizonte con el deseo de su retorno. Estaba a la espera
de que alguien llamara a la puerta y abrirle con la certeza de que era el
Maestro. Esta visión de la historia hoy suena a mito, leyenda, relato piadoso y
edificante, es decir, literatura. Nos falta la vivencia de la cercanía de Dios
en Cristo.
No miramos a la meta, hemos perdido lo que Julián Marías llamaba
la visión «futuriza» de la vida. Si hay algo cierto es que la vida avanza hacia
su fin. En estos días los poderosos de la tierra, reunidos para hablar del
clima y de nuestro planeta, han pronunciado discursos apocalípticos sobre el
fin de nuestro planeta si seguimos tratándolo como un cubo de basura. ¿Son los
nuevos profetas? Dejando aparte la visión global del planeta, más cercano es el
fin de cada uno de nosotros, la llegada a la «Estación Termini» de la vida.
Como en la película de Vittorio de Sica que lleva este nombre,
la estación es el símbolo de la decisión: ¿qué hacer con mi vida? No podemos
dejar que pasen los trenes, uno tras otro, sin tomar en serio la verdad de mi
vida, cuyo fin es seguro. La vida tiene un punto omega, que, gracias a Cristo,
está lleno de esperanza y de amor infinito.
Creer es esperar el momento de la consumación, de la plenitud
escatológica en la que este mundo viejo dará paso al nuevo, totalmente liberado
de la esclavitud y de la muerte, inimaginable pero real, un mundo que se abrirá
paso en la vida de cada uno de nosotros cuando oigamos que llaman a la puerta y
la abramos con la convicción de que el Altísimo se ha hecho tan cercano a
nosotros, tan compañero y amigo, que viene a cenar con nosotros en la cena sin
fin, partiendo el mismo pan que nosotros comemos cada domingo.
Obispo de Segovia.