Hay enseñanzas de Jesús que parten de sus observaciones sobre la conducta de la gente.
Dominio público |
En el Evangelio de hoy, el evangelista dice que «estando Jesús
sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando
dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos
monedillas, es decir, un cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo: En
verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más
que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa
necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir» (Mc 12,41-44).
La fórmula que emplea Jesús para iniciar
sus palabras —«en verdad os digo»— expresa que quiere enseñar algo importante.
Para entender bien su enseñanza conviene tener en cuenta, en primer lugar, la
contraposición entre «muchos ricos» y la «viuda pobre». Es sabido que en la
Biblia la viuda es un personaje que representa el desamparo, la pobreza y la
necesidad. Junto a los huérfanos y a los extranjeros vivían de las limosnas y
ayudas de los demás, especialmente si la muerte del marido las había dejado sin
recursos para vivir. De ahí que a Dios se le dé el calificativo de Dios de
huérfanos y de viudas.
Si, además, habían quedado sin descendencia, muchas de ellas
quedaban en la más absoluta pobreza. Se explica que Jesús, en la cruz, viendo a
su madre viuda, se la encomendase a Juan para que la protegiera. En el libro de
Baruc, la comunidad judía en el destierro se presenta como una «viuda
abandonada de todos» (4,12). Sabemos que la comunidad cristiana naciente se
ocupó especialmente de las viudas, cuidando de su futuro y amparándolas frente
a la adversidad.
No es difícil imaginar la escena que contempla
Jesús. En contraste con los ricos, la viuda se acerca a uno de los cepillos del
templo y echa dos monedillas, que, según Marcos, era «todo lo que tenía para
vivir». Esta traducción del texto griego le quita expresividad, porque
literalmente dice: «ha echado toda su vida». Frente a los que echaban de lo que
les sobraba, ella entrega la vida representada en las monedas que guardaba para
sus sustento. No se escapó este gesto a la mirada aguda y penetrante de Jesús
que conoce la intimidad de cada hombre.
La viuda se convierte así en el prototipo del verdadero culto, pues
esta escena tiene lugar en el templo, donde los judíos daban culto a Dios. Su
actitud pone de relieve la esencia del culto a Dios, que no consiste en dar de
lo que a uno le sobra, sino de entregar la vida entera en oblación. Si el
primer mandamiento de la ley es amar a Dios con todas las fuerzas, la mente y
el corazón, la pobre viuda lo ha cumplido con creces porque se ha dado a sí
misma poniendo toda su seguridad y confianza en el Dios vivo.
Hay pasajes evangélicos que resumen de modo admirable en qué consiste la esencia de la religión y del culto que damos a Dios. Este es uno de ellos. La viuda, sin buscarlo, es sacada por Jesús de su anonimato y enaltecida en su pequeñez hasta la cima de la ejemplaridad. Ella honra a Dios de la única manera que es posible honrarlo. Frente a un culto que reduce la entrega de uno mismo a dar de aquello que le sobra, la viuda adora a Dios con la virtud que es atributo de Dios: la magnanimidad. No se guarda nada para sí misma y lo entrega todo con el convencimiento de que Dios no necesita nuestras limosnas sino el corazón entregado. Este es el verdadero culto que conquista a Dios y atesora en el cielo nuestras riquezas.
+ César Franco