Me juzgarán los
hombres pero el juicio que vale es el de Dios y para Él vale más el amor que el
dinero
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A veces
me pregunto qué tengo que hacer. ¿Hay que decir que sí o que no a lo que me
piden? ¿Hacer caso a mis deseos o reprimirlos para que no molesten? ¿Intentar
cumplir todo para ser perfecto o dejarme hacer por Dios ablandando mis
resistencias?Esta
pregunta me despierta por las mañanas. ¿Qué quiere Dios que haga hoy? ¿Dónde
quiere que vaya, que esté, que viva y ame?
Las
preguntas se agolpan en el alma y me turban.
Estaría
dispuesto a dar la vida, pero darla siempre duele y guardarla es más cómodo,
más apacible, más sencillo. Dice la Biblia:
«Supliqué, y se me
concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a cetros y tronos, y, en su comparación, tuve en nada la riqueza. No
le equiparé la piedra más preciosa, porque todo el oro, a su lado, es un poco
de arena, y, junto a ella, la plata vale lo que el barro. La quise más que la
salud y la belleza, y me propuse tenerla por luz, porque su resplandor no tiene
ocaso. Con ella me vinieron todos los bienes juntos».
La sabiduría y la prudencia antes que todo el oro del mundo. Antes que
las ganancias que puedo conseguir con mis talentos, con mis bienes.
Qué pobre lo que hago
Quiero
dejar huella con mis obras, quiero cambiar este mundo con mi esfuerzo. Y luego
sé que tan solo permanece el olvido, el silencio, el vacío.
Incluso
me recuerdan mal o se quedaron con una parte de mí y la interpretaron. O mi
fama va cambiando, para bien o para mal.
Y
todo lo que construyo queda destruido con el paso del tiempo. No hago nada
importante. Y no dejo un legado por el que haya merecido
la pena vivir.
¿Qué
tengo que hacer…?
Quedan
las palabras flotando en la neblina de esta vida, en la humedad del amanecer.
Cuando el día cae ya muriendo.
Y
siento que deseo
algo eterno, el amor y la vida, un cielo ganado o conquistado.
Y que mis obras logren lo que Dios me pide.
¿Qué
quiere Dios que haga?
Resuena
su voz dentro de mi alma. Prudencia, sabiduría, luz, paz, presencia
de Dios muy dentro que me calma en todos mis afanes.
No
tengo miedo porque sé que no podré añadir un solo día a mi vida. Y al final
simplemente quedará lo que he amado, lo que he entregado.
Es
lo que merece la pena, lo que de verdad importa. Dice el salmo:
«Sácianos de tu
misericordia, Señor. Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un
corazón sensato. Vuélvete, Señor. Ten compasión de tus siervos. Por la mañana
sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Danos
alegría. Baje a nosotros la bondad del Señor y haga prósperas las obras de
nuestras manos».
Misericordia, sensatez, compasión, alegría y júbilo. Que la bondad de
Dios me llene el alma. Todo eso es lo que pido.
Amor
mejor que dinero
No
quiero bienes porque el dinero y los logros no me harán feliz,
aumentarán solo mis preocupaciones.
El
amor de Dios me cambia por dentro. Él puede hacerlo y volverme prudente y
sensato.
Puede hacer que elija y
haga lo que me hace bien y me da paz. Que no me empeñe en obsesiones que me
intranquilizan.
No
puedo cambiar el mundo entero y no puedo hacer posible lo que los demás me
exigen.
Lo
que importa es la valoración de Dios
Alguien
malinterpretará mis gestos y no por eso habrá sido en vano toda mi entrega. Me juzgarán
los hombres pero el juicio que vale es el de Dios.
Yo sólo tengo que caminar con
un corazón sabio y prudente. Pidiéndole a la vida lo que pueda darme.
Sin
pretender que todo sea como yo creo mejor, de acuerdo con mis
deseos.
Es vanidad pensar
que soy perfecto. Los años me pueden hacer más sabio o todo lo contrario.
De
mí depende que pueda aprovechar las cruces y heridas para crecer o para
hundirme en
lo hondo de mi amargura.
Si aprendiera a vivir
podría ser una buena ayuda para el niño que comienza su camino. Si aprendiera a
no buscarme a mí mismo en lo que hago y digo.
Y si supiera que no tengo que
hacer nada especial para que Dios me ame. Él ya lo hace
aunque yo no haga nada, aunque nada entienda.
Pedir
sabiduría
Me
gustan los sueños que leo entre líneas, mientras Dios me habla y me toma de la
mano. Un poco de sabiduría preciso para entender las respuestas.
Sólo mi sí o mi no pueden
alterar el camino. Y no importan las caídas siendo yo tan pequeño.
Tal vez me hacen falta
preguntas para empujarme en la vida. Me pongo en camino y todo parece fluir
delante de mis ojos. Acallo mis deseos y me siento muy pequeño.
La realidad es que merece
la pena suplicarle a Dios sabiduría para entender su voz. Su
Palabra me parte por dentro ayudándome a seguir sus deseos.
Sueño con un corazón
abierto para escuchar sus palabras. Y siento el silencio de su amor presente en
medio de mi alma.
Carlos Padilla Esteban
Fuente: Aleteia