Nigeriano, a pocos meses de cumplir 30 años, Anthony nació en una numerosa familia protestante y llegó en patera a nuestro país. Este septiembre, comenzará quinto curso en el Seminario Conciliar San Bartolomé de Cádiz.
Foto: Anthony Enitame. ©Alejandro Moreno Fariñas |
Natural de Nigeria y a pocos meses de cumplir 30 años,
Anthony nació en una numerosa familia protestante y llegó en patera a nuestro
país. Este septiembre, comenzará quinto curso en el Seminario Conciliar San
Bartolomé de Cádiz
Ha cruzado ya la frontera de su preparación al
sacerdocio. No ha sido la única frontera que ha cruzado con esfuerzo: durante
meses, como tantos otros africanos, cruzó el desierto y se embarcó hacia España
en busca de una vida mejor a través de la que ayudar a su familia. En su caso,
además, con el convencimiento de que era España el lugar donde Dios le haría
ver su voluntad, a la que no acababa de dar forma.
“Tuve que beber mi orina para sobrevivir”
“Mi viaje a España fue una experiencia inolvidable”,
relata para Omnes, “Dios aprovecha cada situación para abrir una puerta nueva.
Cada momento de mi vida doy gracias a Dios por todo el bien que me ha hecho
porque estuve a punto de morir varias veces. Fue un viaje largo, a través del
desierto desde Nigeria a Marruecos. No teníamos apenas con qué sobrevivir,
varias veces tuve que beber mi propia orina. En Marruecos cogí una patera a
España con riesgo de morir porque los africanos no sabemos nadar casi nunca,
varios murieron en aquel viaje. Ahora creo que el Señor permitió todo este
sufrimiento para hacerme fuerte, para prepararme para la vocación a la que me
llama”.
Aquel chico de apenas 18 años que había visto cercana la muerte en el viaje no sabía español, no sabía dónde ir… pero, una vez llegó a Cádiz había algo que sí sabía que tenía que hacer: “ir a una iglesia a dar gracias a Dios por haber podido terminar el viaje. Y en esa iglesia comenzó mi nuevo recorrido”. Entre las personas que Dios puso en su camino, Anthony conoció al sacerdote Gabriel Delgado, director del secretariado de Migraciones en la diócesis de Cádiz y Ceuta, gracias al que pudo regularizar su situación.
También recuerda al padre “Óscar, que me hizo estudiar en Salesianos y,
especialmente, al padre Salvador, que le ayudó en su proceso vocacional:
“Conocí la Iglesia que siempre tiene sus brazos abiertos para todos. Cada día
doy gracias a Dios por su cariño, por su presencia porque siempre está
disponible y he aprendido que el día de mañana, cuando sea cura, tengo que
hacer lo mismo.”
“La mano de Dios se ve en tu vida”
¿Cómo llega al seminario diocesano un chico
inmigrante, sin mucha idea de castellano? La inquietud vocacional de Anthony
venía de bien lejos. Fue en su país, cuando, siendo un niño, vio una película
sobre la vida de un sacerdote y aquello lo marcó: “yo no pertenecía a la
Iglesia, y vi una película en la que aparecía un sacerdote que tenía una vida
plena, una gran intimidad con Dios y con el pueblo de Dios, que siempre rezaba
y, tras la oración, tenía una gran alegría… en ese tiempo, yo no sabía que un
ser humano podía tener esa intimidad con Cristo y esa entrega al pueblo de
Dios. Vivir más allá y vivir con los pies en la tierra. Me gustó y, a partir de
ese momento, mi vida no fue igual. Todos los días pensaba en aquella vocación y
quería conocer más a Cristo para darlo a conocer a los demás”.
Justo antes de entrar en el seminario había firmado un
buen contrato. Humanamente, había logrado el objetivo de muchos como él, que
llegan a nuestro país. Pero escuchó (y respondió) la llamada de Dios, como él
apunta: “Dios puso en mi camino a esas personas. A todos nos pone a nuestro
lado gente que nos ayuda y hay que escuchar, para llegar al destino que Dios
quiere”.
De Nigeria a España y, en Cádiz, aquella iglesia en la
que entró para dar gracias y que “cambió radicalmente mi historia”. Anthony,
que tenía entonces un trabajo estable como electricista, recuerda cómo el padre
Salvador, muy enfermo “antes de morir, en el hospital, me dijo “ve al seminario,
inténtalo. Tienes que saber si, realmente, Dios te está llamando porque en tu
vida se ve algo especial”. Yo le decía “déjalo, de verdad…” pero al final fui.
Y aquí sigo”.
Su familia, no católica, no comprendía que Anthony,
una vez superados todos los escollos para vivir en Europa, con trabajo e
ingresos, lo dejase todo, otra vez, para dedicarse a una vida de entrega. Como
él mismo apunta: “su idea era que yo venía a España a tener una vida nueva para
cuidar de ellos y ayudarles económicamente, especialmente a mi madre. Ahora, mi
madre está más tranquila, pero algunos de mis hermanos, cuando hablamos, me
preguntan ‘¿estás seguro?, ¿cómo es posible que un hombre no se vaya a casar,
no tenga hijos?’… y yo les respondo ‘que sea la voluntad de Dios’”.
“¿Dónde estás, Señor?”
Anthony no es indiferente a las noticias que conoce y
vive cada día de la suerte de muchos de sus compatriotas que pierden la vida
intentando llegar a nuestras costas “me dan mucha pena. Son personas que llevan
trabajando toda su vida para esto, atravesando el desierto y el mar… muchas
veces perdiendo la vida… me duele mucho. A veces, ante esto, le pregunto al
Señor “¿Dónde estás? Sólo estamos buscando un futuro mejor. En África hay
muchas personas que no tienen un plato de comida y ahora, con el coronavirus,
la situación es peor. La corrupción de nuestros países lleva a esto. El Señor
lo sabe”.
Consciente de su suerte y su llamada, Anthony apunta
que “la vida del ser humano siempre es una migración, como la de Abraham o
Jacob… por eso además pido que todos ellos, conozcan a Cristo como yo, porque
es un amigo que nunca falla”.
“Con el Señor hablo de todo, también de lo que no
entiendo”
Anthony habla de su vida, pasada y actual, con la
sencillez con la que los africanos ven la mano divina en la vida ordinaria.
Afirma con rotundidad que “la oración es el arma principal de todos los
cristianos, especialmente a los que el Señor ha llamado. Para mí, es el momento
central para hablar con el Señor que me ha llamado. Busco un lugar tranquilo
donde pueda mantener una conversación ‘de corazón a corazón’, como cuando uno
habla con un amigo y comparto con él mis deseos, mis preocupaciones y problemas…
e incluso aquellas cosas que no entiendo. Sobre todo, doy gracias por la vida
que me ha dado. En el seminario, la oración es lo principal: empezar con
oración, terminar con oración, para ser fiel a esa vocación que Dios nos ha
dado”.
“Recibo una gracia para llevarla a los demás”
La voluntad de Dios, la llamada de Dios en cada momento,
es la que, junto a sus compañeros seminaristas, Anthony se esfuerza en conocer
y cumplir a diario. Poco antes de la publicación de esta entrevista, recibió,
junto a otros dos compañeros, el ministerio del Lectorado.
Cada paso en su camino al sacerdocio es, para este
nigeriano, una gracia inmerecida de Dios: “el Lectorado significa servir al
pueblo de Dios, a la Iglesia, a través de la Palabra de Dios, que ha de ser el
centro de nuestra vida y que se comparte con los demás. Para mí es una gracia, una
alegría. Que yo reciba una gracia aquí en la tierra para compartirlo con los
demás. Los días antes de recibir el Lectorado preguntaba al Señor “¿yooo?”…
estaba nervioso, porque en un futuro, aunque me dé miedo pensarlo, si Dios
quiere, seré sacerdote. Es un paso más en mi vida, una alegría sobrenatural,
porque la palabra de Dios es viva y eficaz, capaz de entrar en el corazón y
transformar la vida. No porque quite los problemas, sino porque da paz en el
corazón para llevarlo a los demás”.
Recibir para compartir, así vive Anthony su entrega a Dios “sabiendo que yo no soy digno. Yo Anthony, inmigrante, sin saber nada, quiero recibir esta Palabra de Dios, esta gracia que mi obispo me entrega, que pone sobre mi para que yo la ponga en mi vida y la lleve a los demás”.
Maria José Atienza
Fuente: Revista Omnes