Gaétan Kabasha, sacerdote ruandés en Madrid, explica en un libro su viaje de años
Gaétan Kabasha |
Gaétan Kabasha siempre
dice que es “un especialista de
las guerras, no por combatir, sino por sobrevivir a ellas”. También al
genocidio, al cólera y la malaria. Persiguiendo su vocación, recorrió miles de
kilómetros huyendo de la muerte, las milicias y los servicios secretos.
Aprendió varias lenguas e incluso fue operado de una hernia sin anestesia en la
mesa de un comedor.
Estas son algunas
de las aventuras que llevaron a este joven seminarista de Ruanda hasta Madrid -donde
ahora es capellán de hospital- y que ha contado en su libro Una mano invisible. De
seminarista en el exilio a sacerdote de Cristo publicado
por la editorial Nueva Eva.
Los niños veían como
degollaban a sus padres
Gaétan nació en Ruanda en
1972, en el seno de una familia cristiana de agricultores. Vivía con sus
abuelos cuando supo que tenía vocación al sacerdocio, y entró al seminario en 1994, cuando
estalló uno de los mayores genocidios contemporáneos.
Los hutus, la etnia mayoritaria en Ruanda, atribuyeron el
asesinato del presidente Juvenal Habyarimana a la etnia rival, los tutsis,
sobre los que ejercieron un brutal genocidio. Tras una rápida guerra civil y la
posterior matanza, murieron
cerca de un millón de personas, la mayoría tutsis.
“Recuerdo aquel día como si fuese ayer”, relata. “Se habían
producido masacres en todos los rincones de Ruanda. Muchos niños habían presenciado como degollaban a sus padres.
Avanzábamos lentamente entre una multitud que se precipitaba hacia el
exilio como si fuera la salvación, y los que no estaban físicamente muertos, andaban como una sombra”.
Intérprete, médico y dentista
refugiado
Al salir de Ruanda, el seminarista y sus conocidos lo perdieron todo. “No solo los
bienes materiales, sino la esperanza de un futuro mejor. Mi vocación era el elemento que
mantenía viva mi esperanza. Refugiado o no, tenía que ser sacerdote”.
Durante más de un año, el joven seminarista permaneció recluido en varios campos de
refugiados en la frontera del Zaire aún gobernado por Mobutu (en 1997
el país pasó a llamarse República Democrática del Congo). Allí ejercía de
intérprete, agente de salud comunitaria e incluso dentista improvisado.
En agosto de 1995, supo que Zaire iba a devolver a los
refugiados a Ruanda.
“No puedo estudiar ni decir que soy seminarista si no tengo
seminario ni obispo, que ha sido asesinado. Pero al mismo tiempo algo me decía: `tú vas a ser
sacerdote´”.
Por su cuenta y riesgo, el seminarista dejó el campo buscando a
alguien que le ayudase a llegar a la República Centroafricana para terminar sus
estudios.
Un milagro tras otro hasta
llegar al Congo
Unas hermanas le ayudaron a conseguir un documento de identidad falso para atravesar el Congo. Cuando
ya tenía el billete de avión para Isiro, en el norte de Zaire y cerca de
República Centroafricana, fue consciente de su delicada situación. No tenía
dinero, no sabía hablar el idioma, el lingala y sus documentos no pasarían el
filtro de aduanas.
“Habiendo agotado mis recursos humanos, me abandoné en manos de Dios e imploré su ayuda. Él, que me
había salvado del cólera, las aguas contaminadas, la miseria y el hambre en los
campos, no iba a abandonarme ahora”.
Una monja que también iba a Isiro, la hermana Catherine, le ayudó.
“Es un seminarista que viene a
estudiar con nosotros. Viaja conmigo”, le dijo al inspector antes de
que les diese los billetes de embarque. La hermana y el seminarista lograron
acceder al avión, pero Gaétan sabía que no podría salir.
Al aterrizar, un
militar entró en el avión. “¡Señor, protégeme!” rezó el joven.
“Preguntó si la hermana Catherine viajaba en el avión, y le dijo que el obispo
estaba esperándole al otro lado del control. La hermana me pidió que la
siguiera. Todo había sido
un desencadenamiento de acontecimientos milagrosos, uno tras otro, y no
paré de dar gracias a Dios”.
Con los servicios secretos
pisándole los talones
En Zaire, “los
servicios secretos estaban por todas partes. Te podían considerar un espía
y podías desaparecer”, recuerda Gaétan. Las cuatro semanas que el seminarista
pasó allí estuvo sometido
a la vigilancia del Servicio Nacional de Inteligencia, célebre por sus
torturas y que también investigaba a los inmigrantes.
Nada más llegar, el seminarista comenzó a preparar su siguiente
viaje hasta la República Centroafricana en un autobús de los misioneros
combonianos. Cuando tenía todo listo, tres hombres le hicieron una señal para que se detuviera.
“Seguridad presidencial. ¿Nos puedes decir por qué no hablas
lingala?”, preguntaron. Comenzaron un interrogatorio del que el seminarista sospechaba que no saldría con vida hasta
que les enseñó sus papeles recién conseguidos. “Tienes suerte. Morirás en otro sitio. Buen viaje”, le
despidieron.
A punto de morir de
malaria e inanición, estalló una nueva guerra
Gaétan comenzó un viaje de semanas por la selva, sin comida y
en el que contrajo la malaria, hasta que llegó a la República
Centroafricana. Nada más llegar, “los países de la región, para evitar la
internacionalización del conflicto, emitieron un decreto que mandaba devolver a los ruandeses a los
campamentos de refugiados. Fue como un clavo en el cerebro. Y me
devolvieron al Congo”.
Extenuado, el seminarista
difícilmente encontraba motivos para seguir luchando. “Tenía la impresión de haber perdido la esperanza”.
Gaétan decidió presentarse en el
obispado, donde estuvo un año y medio hasta que estalló una nueva guerra. “El conflicto vino de Ruanda, que
quería derrocar a Mobutu. Emitieron un comunicado diciendo que había que
detener a todos los ruandeses y a mí me detuvieron considerándome espía y tuve que vivir como un prófugo”.
Con la vida en peligro a cada paso
que daba en el Congo, rodeado por las autoridades y con los ruandeses pisándole
los talones, Gaétan se
disfrazó de congoleño y consiguió los documentos necesarios para emigrar nuevamente
a la República Centroafricana.
Operado sobre la mesa de un comedor sin anestesia
Una vez en este país, comenzó a
sentir un ligero dolor en
la pelvis que empeoraba por minutos. Tenía un principio de hernia, allí no había medios para
tratarle y el doctor que le atendía no tenía jurisdicción para operarle.
"Solo nos queda una opción", le dijo el médico, "cruzar el río a
primera hora de la mañana y operarte en Zaire".
El día escogido, cuando Gaétan vio
que le trasladaban a una cabaña se temió lo peor. Le operaron sobre una mesa de un comedor, sin luz, instrumentos
y una anestesia cuyo efecto no tardo en irse. "Fui consciente de toda
la operación, en medio de grandes dolores. También tuve una fuerte infección
tras la operación y una fiebre tan alta que parecía que iba a perder el
conocimiento, pero las hermanas de Bondo se encargaron de cuidarme".
Un renacer en el seminario de Madrid
Al fin, el seminarista tuvo una buena
noticia cargada de esperanza. “Un
obispo me acogió y me envió al seminario de Bangui, donde estuve dos
años y después me envió a
España, en 1999. Habían pasado cinco años desde que salí de Ruanda. Para mí era un milagro. Empecé en
el seminario de Madrid e hice 4 años”.
Finalmente, tras años de agónica
huida y supervivencia, Gaétan fue ordenado diácono el 25 de junio de 2003, en
una abarrotada catedral de la Almudena. “Madrid supuso un renacer en todos los sentidos, y cuanto más
recordaba mi pasado, más
veía la mano invisible de Dios a mi lado”.
Seis meses más tarde, fue ordenado sacerdote. “Sobre las ruinas
de mi historia había nacido una rosa. Empezaba una nueva vida en la que iba a vivir un aventura
extraordinaria con Dios”.
J. M. Carrera
Fuente: ReL