ORACIÓN Y APOSTOLADO
II. No
desaprovechar las ocasiones de apostolado. Mantener firme la esperanza
apostólica.
III. Oración y
apostolado.
“En aquel tiempo, Jesús, saliendo de la
sinagoga se fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de
Simón estaba en cama con fiebre; y le hablan de ella. Se acercó y, tomándola de
la mano, la levantó. La fiebre la dejó y ella se puso a servirles.
Al atardecer, a la puesta del sol, le trajeron todos los enfermos y
endemoniados; la ciudad entera estaba agolpada a la puerta. Jesús curó a muchos
que se encontraban mal de diversas enfermedades y expulsó muchos demonios. Y no
dejaba hablar a los demonios, pues le conocían.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración. Simón y sus compañeros fueron en su busca; al encontrarle, le dicen: «Todos te buscan». El les dice: «Vayamos a otra parte, a los pueblos vecinos, para que también allí predique; pues para eso he salido». Y recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios” (Marcos 1,29-39).
I. Continúan siendo
actuales aquellas palabras de San Agustín al comienzo de sus Confesiones: “Nos
has creado, Señor, para Ti y nuestro corazón no halla sosiego hasta que
descansa en ti” (Confesiones) El corazón de la persona humana está hecho para
buscar y amar a Dios. Y el Señor facilita este encuentro, pues Él busca también
a cada persona, a través de gracias sin cuento, de cuidados llenos de
delicadeza y de amor.
En
esto reside nuestra esperanza apostólica: a todos, de una manera u otra, anda
buscando Cristo. Nuestra misión por encargo de Dios- es facilitar estos encuentros
de la gracia. Hoy en nuestra oración le pedimos al Señor que nos enseñe a darlo
a conocer a los que nos rodean con el ejemplo de una vida alegre, a través del
trabajo bien realizado, con una palabra que mueva los corazones.
II. Somos los brazos de
Dios en el mundo, pues Él ha querido tener necesidad de los hombres. No debemos
pasar –por pereza, comodidad, cansancio, respetos humanos- ni una sola ocasión.
El Papa Juan Pablo I nos exhortaba a que se estudiaran todos los caminos, todas
las posibilidades, y se procurasen todos los medios para anunciar, oportuna e
inoportunamente (Alocución), la salvación a todas las gentes.
Por
eso debemos sentir la responsabilidad personal de que nadie, con quienes
tuvimos algún trato, pueda decir al Señor: hominem non habeo (Juan 5, 39): no
encontré quien me hablara de Ti, nadie me enseñó el camino. Hoy podemos
preguntarnos: ¿a cuántas personas he ayudado a vivir cristianamente el tiempo
de Navidad que acabamos de celebrar? ¿A quiénes he ayudado a celebrar el
Jubileo que acaba de terminar?
III. No podríamos ser
instrumentos del Señor sin cuidar con esmero la vida de piedad, sin un trato
verdaderamente personal con Cristo en la oración. El apostolado es fruto del
amor a Cristo. Él es la Luz con la que iluminamos, la Verdad que debemos
enseñar, la Vida que comunicamos. En el trato con Jesús en donde aprendemos a
comprender, a mantener la alegría, a atender y apreciar a las personas que el
Señor pone en nuestra senda.
La
oración es el soporte de nuestra vida y la condición de todo apostolado.
Acudimos a la intercesión poderosa de San José, maestro de vida interior, y le
pedimos que nos enseñe a amar a Jesús como él lo amó.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org