Hoy se celebra la primera Jornada Mundial de los Abuelos y los Mayores convocada por Francisco
Sta.Misa con ocasión de la I Jornada Mundial de los Abuelos y Personas Mayores |
En la homilía,
preparada por el Papa y pronunciada por monseñor Rino Fisichella, en la misa
para la ocasión en la Basílica Vaticana, el Pontífice subrayó la necesidad de
dar vida a una nueva relación intergeneracional. “Los abuelos y los mayores no
son sobras de la vida, desechos que se deben tirar”, recordó el Papa.
Ver, compartir, custodiar: con estos tres verbos el Papa Francisco describe la relación entre generaciones, en la homilía de la misa celebrada con motivo de esta primera Jornada Mundial dedicada a los abuelos y a las personas mayores, llamando a una nueva alianza para "compartir el común tesoro de la vida", para "soñar juntos" y "preparar el futuro de todos", superando el egoísmo y la soledad.
La santa misa celebrada en la
Basílica Vaticana fue presidida por monseñor Rino Fisichella, presidente del
Consejo Pontificio para la Promoción de la Nueva Evangelización, quien además
pronunció la homilía del Pontífice, inspirada en el pasaje del Evangelio de
Juan que narra uno de los milagros de Jesús impulsado por la compasión hacia la
multitud que le seguía. “¿Dónde compraremos pan para que coma esta gente?”, le
pregunta Jesús a Felipe. Jesús no se limita a enseñar, - subraya - sino que se
deja interrogar por el hambre que anida en la vida de la gente. Y, de ese modo,
da de comer a la multitud distribuyendo los cinco panes de cebada y los dos
pescados que un muchacho le ofreció. Al final, como sobraron bastantes pedazos
de pan, les dijo a los suyos que los recogieran, «para que no se pierda nada»
(v. 12).
Ver, con una mirada que sabe captar la necesidad de cada
uno
El Evangelista Juan, al principio de la narración,
señala este particular: Jesús levanta los ojos y ve a la multitud hambrienta
después de haber caminado mucho para encontrarlo. Así inicia el milagro, con la
mirada de Jesús, que no es indiferente ni está atareado, sino que advierte los
espasmos del hambre que atormentan a la humanidad cansada.
Él se preocupa por nosotros, nos cuida, quiere saciar
nuestra hambre de vida, de amor y de felicidad. En los ojos de Jesús
descubrimos la mirada de Dios: una mirada que es atenta, que escudriña los
anhelos que llevamos en el corazón, que ve la fatiga, el cansancio y la
esperanza con las que vamos adelante. Una mirada que sabe captar la necesidad
de cada uno. A los ojos de Dios no existe la
multitud anónima, sino cada persona con su hambre.
Esta es también la mirada con la que los abuelos y los
mayores han visto nuestra vida. Es el modo en el que ellos, desde nuestra
infancia, se han hecho cargo de nosotros:
Habiendo tenido una vida a menudo muy sacrificada, no
nos han tratado con indiferencia ni se han desentendido de nosotros, sino que
han tenido ojos atentos, llenos de ternura. Cuando estábamos creciendo y nos
sentíamos incomprendidos o asustados por los desafíos de la vida, se fijaron en
nosotros, en lo que estaba cambiando en nuestro corazón, en nuestras lágrimas
escondidas y en los sueños que llevábamos dentro. Todos hemos pasado por las
rodillas de los abuelos, que nos han llevado en brazos. Y es gracias también a
este amor que nos hemos convertido en adultos.
¿Qué mirada tenemos hacia los abuelos y
los mayores?
Seguidamente el Obispo de Roma nos invita a
preguntarnos “¿Cuándo fue la última vez que hicimos compañía o llamamos por
teléfono a un anciano para manifestarle nuestra cercanía y dejarnos bendecir
por sus palabras?” Y agrega:
Sufro cuando veo una sociedad que corre, atareada e indiferente, afanada en tantas cosas e incapaz de detenerse para dirigir una mirada, un saludo, una caricia. Tengo miedo de una sociedad en la que todos somos una multitud anónima e incapaces de levantar la mirada y reconocernos. Los abuelos, que han alimentado nuestra vida, hoy tienen hambre de nosotros, de nuestra atención, de nuestra ternura, de sentirnos cerca. Alcemos la mirada hacia ellos, como Jesús hace con nosotros.
Compartir, lo que somos y lo que tenemos
Francisco evidencia que Jesús, después de haber visto
el hambre de aquellas personas, desea saciarlas, y realiza el milagro de la
multiplicación de los panes y los peces “gracias al don de un muchacho joven”,
que comparte lo que tiene, y añade:
Hoy tenemos necesidad de una nueva alianza entre los
jóvenes y los mayores, de futuro, de soñar juntos, de superar los conflictos
entre generaciones para preparar el futuro de todos. Sin esta alianza de vida,
de sueños y de futuro, nos arriesgamos a morir de hambre, porque aumentan los
vínculos rotos, las soledades, los egoísmos, las fuerzas disgregadoras.
Frecuentemente, en nuestras sociedades hemos entregado la vida a la idea de que
“cada uno se ocupe de sí mismo”. Pero eso mata. El Evangelio nos exhorta a
compartir lo que somos y lo que tenemos, ese es el único modo en que podemos
ser saciados.
Jóvenes y ancianos, juntos
“Jóvenes y ancianos juntos”: esta es la
invitación de Francisco, que cita una vez más las palabras del profeta Joel
(cf. Jl 3,1). “Los jóvenes, profetas del futuro que no olvidan
la historia de la que provienen; los ancianos, soñadores nunca cansados que trasmiten
la experiencia a los jóvenes, sin entorpecerles el camino”.
“Jóvenes y ancianos, el tesoro de la tradición y la
frescura del Espíritu. Jóvenes y ancianos juntos. En la sociedad y en la
Iglesia: juntos”
Custodiar a los ancianos
“A los ojos de Dios nada se debe descartar”. “Es así
el corazón de Dios, afirma Francisco, no sólo nos da mucho más de lo que
necesitamos, sino que se preocupa también de que nada se desperdicie, ni
siquiera un fragmento”:
Es una invitación profética que hoy estamos llamados a
hacer resonar en nosotros mismos y en el mundo: recoger, conservar con cuidado,
custodiar. Los abuelos y los mayores no son sobras de la vida, desechos que se
deben tirar. Ellos son esos valiosos pedazos de pan que han quedado sobre la
mesa de nuestra vida, que pueden todavía nutrirnos con una fragancia que hemos
perdido, “la fragancia de la memoria”. No perdamos la memoria de la que son
portadores los mayores, porque somos hijos de esa historia, y sin raíces nos
marchitaremos. Ellos nos han custodiado a lo largo de las etapas de nuestro
crecimiento, ahora nos toca a nosotros custodiar su vida, aligerar sus
dificultades, estar atentos a sus necesidades, crear las condiciones para que
se les faciliten sus tareas diarias y no se sientan solos.
Concluyendo su homilía, el Santo Padre nos invita a
preguntarnos cuánto tiempo hemos dedicado a nuestros mayores y exhorta a
custodiarlos, “para que no se pierda nada. Nada de su vida ni de
sus sueños”:
“Por favor, no nos olvidemos de ellos. Aliémonos con
ellos. Aprendamos a detenernos, a reconocerlos, a escucharlos. No los
descartemos nunca. Custodiémoslos con amor. Y aprendamos a compartir el tiempo
con ellos. Saldremos mejores. Y, juntos, jóvenes y ancianos, nos saciaremos en
la mesa del compartir, bendecida por Dios.”