La profesora Dagny Kjaergaard fue una de las figuras menos conocidas, pero de mayor influencia en la Iglesia Católica por su “rol fundamental” en la composición del Catecismo.
Dagny Kjaergaard / el Papa San Juan Pablo II. Crédito: Cortesía de Alan Fimister / National Catholic Register |
Como una forma de honrar su memoria, Alan Fimister, Ph. D. y
profesor asistente de teología de Historial de la Iglesia en el Seminario
Teológico de San Juan Vianney en Denver (Estados Unidos), escribió en National Catholic
Register algunos datos sobre la vida de la virgen
consagrada que tuvo un “rol decisivo” en la composición del Catecismo.
Conversión al catolicismo
Dagny Kjaergaard nació en 1933 en Greifswald (Alemania), su padre
era un danés luterano y su madre una alemana católica. Cuando se hizo evidente
el horror del régimen nazi, su familia dejó Alemania y regresó a Dinamarca.
Ella era anglófila y apoyaba a los aliados en la Segunda Guerra Mundial.
Dagny tenía solo siete años cuando Alemania ocupó Dinamarca en
abril de 1940. Después de la guerra, sus padres pensaron que su ascendencia
alemana sería un problema en sus estudios, así que la bautizaron como
protestante e inscribieron en una escuela católica privada.
Según Fimister, su encuentro con el Santísimo Sacramento en el
colegio fue una experiencia “totalmente transformadora para ella”, al conocer
que era Jesús y que la amaba. Los que la vieron “recibir la Comunión, o venerar
la reliquia de la Santa Cruz o de Santo Tomás de Aquino, pueden dar testimonio
de la ferocidad del amor que ardía en ella por Cristo y sus santos”, dijo.
Al poco tiempo, la joven Kjaergaard se negó rotundamente a
confirmarse luterana y pidió ser recibida en la Iglesia Católica. Dagny le dijo
a sus padres que si la obligaban a ir a confirmarse luterana, ella
“respondería: ‘¡No!’, tan alto como pudiera. Sus padres horrorizados cedieron y
se le permitió convertirse en católica”.
De religiosa a virgen consagrada
Fimister dijo que “antes de ser recibida formalmente, Dagny visitó
[el Santuario de la Virgen de] Lourdes, y se consagró como virgen a la edad de
14 años, de forma privada”. Luego, “ingresó en la Congregación de las
Carmelitas Descalzas en Bélgica e hizo los votos solemnes”.
“En 1965, fue enviada con un grupo de hermanas a fundar una casa
en Suecia. Pero entonces, les sobrevino la terrible turbulencia de los años
posconciliares. Como tantos religiosos, Dagny luchó por conciliar las normas y
el carisma […], con las arbitrarias novedades que se le ordenó abrazar,
supuestamente en nombre del Concilio”, relató.
Dagny tuvo “un desequilibrio mental y sufrió un colapso”, así que
fue “enviada fuera del Carmelo para recibir tratamiento. Mientras se recuperaba
por completo, le dijeron que una recaída era inevitable si regresaba al
convento” y la dispensaron de sus votos.
Ella siguió fiel a su voto de virginidad realizado en la
adolescencia, y “se dedicó en cierto modo a la actividad misionera y al estudio
de la teología, primero en Bélgica, luego en Friburgo y finalmente, en Roma, en
el Angelicum, donde terminó su Doctorado en Sagrada Teología”. Sin embargo,
“estaba ansiosa por reafirmar canónicamente su estado de vida”.
De forma providencial, el Papa Pablo VI restauró la antigua forma
de consagración de una Virgen viva en el mundo en 1970. Así que Dagny preguntó
a su obispo si podía acoger esta vocación; pero él le dijo que “era una idea
muy pasada de moda”.
Al poco tiempo, Dagny se encontró casualmente en un autobús en
Roma con el Papa emérito Benedicto XVI, entonces prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe. Fimister dijo que Dagny se ubicaba a unos asientos
detrás del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, y que al bajar del bus, decidió
seguirlo, presentarse y preguntarle “si podía contarle sus problemas”.
Tras ello, el Papa emérito envió una carta al obispo con el que
habló Dagny, “preguntándole por qué pensaba que la idea de la virginidad
consagrada estaba pasada de moda” y pidiéndole ser él mismo quien consagre a
Kjaergaard. El 25 de marzo de 1989, Dagny fue consagrada “en la abadía donde el
Cardenal Ratzinger hacía su retiro anual”.
Su influencia en el Catecismo
Fimister dijo que la influencia de Kjaergaard “sobre la Iglesia
[Católica] es oculta, pero omnipresente”, pues ella se involucró en la
redacción del Catecismo, pero nunca reveló los nombres de quienes lo
escribieron. “Su mano está presente en todas partes”, pero ella “honró hasta la
tumba” el secreto de “la autoría precisa de cada parte del Catecismo”, dijo.
Explicó que como ella solía contar algunas anécdotas sobre el tema
sin dar detalles, durante las cenas, sus amigos, colegas y estudiantes,
averiguaron el “papel decisivo y extenso que desempeñó en este monumento del
pontificado de Juan Pablo II”.
El Catecismo fue “preparado siguiendo el Concilio Ecuménico
Vaticano II”, promovido por el Papa San Juan Pablo II, con “la intención de
restaurar la certeza doctrinal a los fieles, al demostrar que la enseñanza de
la Iglesia permanece completa e ininterrumpida desde Pentecostés, a través de
los 21 concilios ecuménicos y más allá”, dijo.
La profesora Dagny tenía la “pureza de visión e intención” para
participar en esta gran tarea, en la que se involucró a partir de su relación
con el Papa Emérito, quien la recuerda como “la tomista”, y el Cardenal
Christoph Schönborn, cuando aún no era nombrado Arzobispo de Viena, agregó.
Fimister dijo que cuando “el borrador de una sección muy
importante [del Catecismo] llegó a Roma, Dagny se horrorizó por lo que leyó. Se
quedó despierta mucho tiempo en ferviente oración y fue a ver a Ratzinger en su
oficina al día siguiente”.
Relató que, durante ese encuentro, el Papa Emérito le preguntó:
“‘¿Qué pensaste?’ -ella vaciló y él la animó a responder. ‘Esta no es la
religión a la que me convertí’-respondió [Dagny]. ‘Qué alivio’- sonrió y tiró
el texto a la papelera -‘No escuchemos más sobre eso’, [dijo el Papa]”.
Luego, “un ex profesor dominico de Dagny fue reclutado para
escribir una nueva versión [del Catecismo]” y; “años después, le transmitieron
una queja sobre que el Catecismo dice muy poco sobre el misterio de la
predestinación”. Ella tomó muy en serio el tema y tras leer los debates
relacionados resolvió que los dominicos tenían razón.
“Esto reflejó la gracia especial que se le dio por su trabajo y
que, al parecer, persistió después. Cuando se terminó el Catecismo, Dagny
asumió un puesto como profesor en el Instituto Teológico Internacional en
Austria fundado por Juan Pablo II en 1996”, dijo.
Últimos años
La profesora, que vivió sus últimos años en una torre del
Instituto, “era profundamente amada y los estudiantes apreciaban mucho su
olfato para la herejía”, señaló
Fimister relató que “una estudiante que solía ayudarla a limpiar
su habitación recuerda que sus libros estaban ordenados en círculos
concéntricos”: los libros más ortodoxos como “las Escrituras y los de Santo
Tomás en su escritorio, y los teólogos más dudosos en los extremos más alejados
del apartamento”.
Además, dijo que siempre que un conferencista visitaba el
instituto, ella “se sentaba al frente de la audiencia y se apoyaba en su
bastón, escuchando con atención. Si el orador comenzaba a mostrar signos de
desviarse de la ortodoxia, su frente se fruncía”, inconscientemente.
“Si en algún momento se desviaba de la oscuridad sospechosa a la
herejía absoluta, Dagny estallaba, golpeaba el suelo con su bastón y gritaba:
‘¡No!’ Nunca estuvo claro si ella sabía que había hecho esto, pero fue muy
desconcertante para el orador. A los estudiantes les encantó”, agregó.
Con los años empezó a necesitar muchos cuidados, que eran
atendidos por “sus estudiantes y la familia del capellán del Instituto, el P.
Jurai Terek”; hasta que murió en Viena por una “breve enfermedad”. Mons. Larry
Hogan asistió a su liturgia fúnebre, que fue en rito bizantino,“el que tanto
amaba”, y fue enterrada detrás de la iglesia de Trumau, donde ahora está el
instituto.
Pese a ser la profesora de más edad, sus colegas y alumnos la
recuerdan como una persona con un gran sentido del humor y, sobre todo, un
fuerte compromiso por defender con seriedad la Verdad y la Iglesia Católica,
señaló The Katholische Hochschule ITI en su sitio web.
Para Fimister, “la legendaria Dr. Kjaergaard” parecía “una anciana
matriarca temible de una aldea nórdica en la época de los vikingos”; y que, si
bien lo “habría rechazado bruscamente”, era percibida como una mujer “cordial,
amorosa” y caritativa con los demás.
Si bien muchos la extrañarán, para ella la muerte significaba
cumplir su mayor anhelo: encontrarse “cara a cara” con el Señor. El
Instituto señaló Testimonios de Fe que “ella solía decir: ‘Mi
verdadero matrimonio será mi muerte; luego podré ver realmente a mi novio’”.
POR CYNTHIA PÉREZ
Fuente: ACI