Este 3 de abril, Sábado Santo, el Papa Francisco presidió la celebración de la Vigilia Pascual, y aseguró que “siempre es posible volver a empezar, porque existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en nosotros más allá de todos nuestros fracasos”.
La
celebración, realizada en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro,
comenzó a las 7:30 p.m. (hora de Roma).
A continuación,
el texto completo de la homilía que pronunció el Papa Francisco en esta Vigilia
Pascual 2021:
Las mujeres
pensaron que iban a encontrar el cuerpo para ungirlo, en cambio, encontraron
una tumba vacía. Habían ido a llorar a un muerto, pero en su lugar escucharon
un anuncio de vida. Por eso, dice el Evangelio que aquellas mujeres estaban
«asustadas y desconcertadas» (Mc 16,8). Desconcierto: en este caso es miedo
mezclado con alegría lo que sorprende sus corazones cuando ven la gran piedra
del sepulcro removida y dentro un joven con una túnica blanca. Es la maravilla
de escuchar esas palabras: «¡No se asusten! Aquel al que buscan, Jesús, el de
Nazaret, el crucificado, resucitó» (v. 6). Y después esa invitación: «Él irá
delante de ustedes a Galilea y allí lo verán» (v. 7). Acojamos también nosotros
esta invitación, la invitación de Pascua: vayamos a Galilea, donde el Señor
resucitado nos precede. Pero, ¿qué significa “ir a Galilea”?
Ir a Galilea
significa, ante todo, empezar de nuevo. Para los discípulos fue regresar al
lugar donde el Señor los buscó por primera vez y los llamó a seguirlo. Es el
lugar del primer encuentro y del primer amor. Desde aquel momento, habiendo
dejado las redes, siguieron a Jesús, escuchando su predicación y siendo testigos
de los prodigios que realizaba. Sin embargo, aunque estaban siempre con Él, no
lo entendieron del todo, muchas veces malinterpretaron sus palabras y ante la
cruz huyeron, dejándolo solo. A pesar de este fracaso, el Señor resucitado se
presenta como Aquel que, una vez más, los precede en Galilea; los precede, es
decir, va delante de ellos. Los llama y los invita a seguirlo, sin cansarse
nunca. El Resucitado les dice: “Volvamos a comenzar desde donde habíamos
empezado. Empecemos de nuevo. Los quiero de nuevo conmigo, a pesar y más allá
de todos los fracasos”. En esta Galilea experimentamos el asombro que produce
el amor infinito del Señor, que traza senderos nuevos dentro de los caminos de
nuestras derrotas. Es así el Señor, traza senderos nuevos de nuestras derrotas.
Él es así, y nos invita a ir a Galilea para hacer esto.
Este es el
primer anuncio de Pascua que quisiera ofrecerles: siempre es posible volver a
empezar, porque siempre existe una vida nueva que Dios es capaz de reiniciar en
nosotros más allá de todos nuestros fracasos. Incluso de los escombros de
nuestro corazón, y cada uno conoce las miserias de nuestro corazón, Dios puede
construir una obra de arte, aun de los restos arruinados de nuestra humanidad
Dios prepara una nueva historia. Él nos precede siempre: en la cruz del
sufrimiento, de la desolación y de la muerte, así como en la gloria de una vida
que resurge, de una historia que cambia, de una esperanza que renace. Y en
estos meses oscuros de pandemia oímos al Señor resucitado que nos invita a
empezar de nuevo, a no perder nunca la esperanza.
Ir a Galilea,
en segundo lugar, significa recorrer nuevos caminos. Es moverse en la dirección
opuesta al sepulcro. Las mujeres buscaban a Jesús en la tumba, es decir, iban a
hacer memoria de lo que habían vivido con Él y que ahora habían perdido para
siempre. Van a refugiarse en su tristeza. Es la imagen de una fe que se ha
convertido en conmemoración de un hecho hermoso pero terminado, sólo para
recordar. Muchos y también nosotros, muchas veces, viven la “fe de los
recuerdos”, como si Jesús fuera un personaje del pasado, un amigo de la
juventud ya lejano, un hecho ocurrido hace mucho tiempo, cuando de niño asistía
al catecismo. Una fe hecha de costumbres, de cosas del pasado, de hermosos
recuerdos de la infancia, que ya no me conmueve, que ya no me interpela. Ir a
Galilea, en cambio, significa aprender que la fe, para que esté viva, debe
ponerse de nuevo en camino. Debe reavivar cada día el comienzo del viaje, el
asombro del primer encuentro. Y después confiar, sin la presunción de saberlo
ya todo, sino con la humildad de quien se deja sorprender por los caminos de
Dios. Tenemos nosotros miedo de las sorpresas de Dios. Generalmente tenemos
miedo de que Dios nos sorprenda. Hoy el Señor nos invita a dejarnos sorprender.
Vayamos a Galilea para descubrir que Dios no puede ser depositado entre los
recuerdos de la infancia, sino que está vivo, siempre sorprende. Resucitado, no
deja nunca de asombrarnos.
Luego, el
segundo anuncio de Pascua: la fe no es un repertorio del pasado, Jesús no es un
personaje obsoleto. Él está vivo, aquí y ahora. Camina contigo cada día, en la
situación que te toca vivir, en la prueba que estás atravesando, en los sueños
que llevas dentro. Abre nuevos caminos donde sientes que no los hay, te impulsa
a ir contracorriente con respecto al remordimiento y a lo “ya visto”. Aunque
todo te parezca perdido, déjate alcanzar con asombro por su novedad: te
sorprenderá.
Ir a Galilea
significa, además, ir a los confines. Porque Galilea es el lugar más lejano, en
esa región compleja y variopinta viven los que están más alejados de la pureza
ritual de Jerusalén. Y, sin embargo, fue desde allí que Jesús comenzó su
misión, dirigiendo su anuncio a los que bregan por la vida de cada día, a los
excluidos, a los frágiles, a los pobres, para ser rostro y presencia de Dios,
que busca incansablemente a quien está desanimado o perdido, que se desplaza
hasta los mismos límites de la existencia porque a sus ojos nadie es último,
nadie está excluido. Es allí donde el Resucitado pide a sus seguidores que
vayan, también hoy. Es el lugar de la vida cotidiana, son las calles que
recorremos cada día, los rincones de nuestras ciudades donde el Señor nos
precede y se hace presente, precisamente en la vida de los que pasan a nuestro
lado y comparten con nosotros el tiempo, el hogar, el trabajo, las dificultades
y las esperanzas. En Galilea aprendemos que podemos encontrar a Cristo
resucitado en los rostros de nuestros hermanos, en el entusiasmo de los que
sueñan y en la resignación de los que están desanimados, en las sonrisas de los
que se alegran y en las lágrimas de los que sufren, sobre todo en los pobres y
en los marginados. Nos asombraremos de cómo la grandeza de Dios se revela en la
pequeñez, de cómo su belleza brilla en los sencillos y en los pobres.
Por último, el
tercer anuncio de Pascua: Jesús, el Resucitado, nos ama sin límites y visita
todas las situaciones de nuestra vida. Él ha establecido su presencia en el
corazón del mundo y nos invita también a nosotros a sobrepasar las barreras, a
superar los prejuicios, a acercarnos a quienes están junto a nosotros cada día,
para redescubrir la gracia de la cotidianidad. Reconozcámoslo presente en
nuestras Galileas, en la vida de todos los días. Con Él, la vida cambiará.
Porque más allá de toda derrota, maldad y violencia, más allá de todo
sufrimiento y más allá de la muerte, el Resucitado vive y gobierna la historia.
Hermano,
hermana, si en esta noche tu corazón atraviesa una hora oscura, un día que aún
no ha amanecido, una luz sepultada, un sueño destrozado, abre tu corazón con
asombro al anuncio de la Pascua: “¡No tengas miedo, resucitó! Te espera en
Galilea”. Tus expectativas no quedarán sin cumplirse, tus lágrimas serán
enjugadas, tus temores serán vencidos por la esperanza. Porque el Señor te
precede, camina delante de ti. Y, con Él, la vida comienza de nuevo.
Fuente: ACI Prensa