Patriarca de la Iglesia, el pueblo de la Alianza que Dios prometió desde el principio
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Dominio público |
Pero apenas había tomado
esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:
-“José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque
la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú
le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.
Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor” (Mateo
1,16.18-21.24ª).
1. “Jacob
engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo”.
Es el final de la genealogía de Jesús, con José, nuevo Patriarca de la
Iglesia, de la nueva descendencia, del pueblo que comienza en su núcleo vital
de la Sagrada Familia, que como el antiguo de Egipto, “proveerá”, cuidará de la
casa.
“El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto”. Dice san Bernardo: “¿Por qué quiso José despedir a María? Escuchad acerca de este punto, no mi propio pensamiento, sino el de lo Padres; si quiso despedir a María fue en medio del mismo sentimiento que hacía decir a san Pedro, cuando apartaba al Señor lejos de sí: Apártate de mí, que soy pecador (Lc 5, 8); y al centurión, cuando disuadía al Salvador de ir a su casa: Señor, no soy digno de que entres en mi casa (Mt 8, 8).
También dentro de este pensamiento es como José, considerándose indigno y pecador, se decía a sí mismo que no debía vivir por más tiempo en la familiaridad de una mujer tan perfecta y tan santa, cuya admirable grandeza la sobrepasaba de tal modo y le inspiraba temor. El veía con una especie de estupor, por indicios ciertos, que ella estaba embarazada de la presencia de su Dios, y, como él no podía penetrar este misterio, concibió el proyecto de despedirla. La grandeza del poder de Jesús inspiraba una especie de pavor a Pedro, lo mismo que el pensamiento de su presencia majestuosa desconcertaba al centurión.
Del mismo modo José, no siendo más que un simple mortal, se sentía
igualmente desconcertado por la novedad de tan gran maravilla y por la profundidad
de un misterio semejante; he ahí por qué pensó en dejar secretamente a María.
¿Habéis de extrañaros, cuando es sabido que Isabel no pudo soportar la
presencia de la Virgen sin una especie de temor mezclado de respeto? (Lc 1,
43). En efecto, ¿de dónde a mí, exclamó, la dicha de que la madre de mi Señor
venga a mí?" La cita es larga, pero me gusta más esa explicación que otras
muchas que nos cuentan.
Otra
explicación, esta vez de San Jerónimo: "José, conociendo la castidad de
María y extrañado por lo acaecido, oculta con su silencio aquello cuyo misterio
ignora". Por tanto, José se habría encontrado ante un dilema: por un lado,
la indiscutible inocencia de María, y, por otro, un hecho que parecía
desmentirla; José busca entonces un comportamiento que deje a salvo ambas
exigencias.
“Pero apenas
había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor que le
dijo: -“José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer,
porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo
y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los
pecados”. Aquí se llama Jesús, “Salvador”, y en el anuncio de María
Emmanuel, “Dios-con-nosotros”. Así acaba el Evangelio:
"Yo-estaré-con-vosotros"... en la Iglesia, por la fuerza del
Espíritu.
“Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor”. José, hombre cabal, es obediente a Dios sin rechistar. Toda la vida. Hasta en sueños estaba pendiente de la palabra de Dios. Por voluntad de Dios, que él interpretó en la orden del emperador, se desplazó con su esposa a Belén. Por obediencia a Dios, y para evitar la persecución de Herodes, llevó a María y a Jesús hasta las tierras de Egipto. Por obediencia a Dios, muerto el perseguidor, regresó del exilio con Jesús y María. Por obediencia a Dios, para evitar los antojos del tirano Arquelao, regresó con su familia a Nazaret. Siempre obediente, siempre pendiente de la palabra de Dios, siempre en silencio, como cuando Jesús se quedó en el templo.
Y en silencio se fue, sin que nos quede constancia en los
evangelios del día y de la fecha. Pero este silencio de José resuena hoy por
toda la tierra y se escucha en todo el mundo. En san José, la palabra de Dios,
obedecida y realizada, resuena con su original pureza, sin el más leve añadido,
en el silencio profundo de la más plena responsabilidad. Porque creyó contra
toda esperanza, contra todo lo humanamente razonable, creyó y confió en Dios,
como Abrahán. Podemos rezarle: “Oh custodio y padre de vírgenes San José, a
cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia, Cristo Jesús, y la
Virgen de las vírgenes, María; por estas dos queridísimas prendas, Jesús y
María, te ruego y suplico me alcances que, preservado de toda impureza, sirva
siempre castísimamente con corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María.
Amén”.
Decía S. Josemaría: “Yo me lo imagino joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana. / José se abandonó sin reservas en las manos de Dios, pero nunca rehusó reflexionar sobre los acontecimientos, y así pudo alcanzar del Señor ese grado de inteligencia de las obras de Dios, que es la verdadera sabiduría”. De este modo, aprendió poco a poco que los designios sobrenaturales tienen una coherencia divina, que está a veces en contradicción con los planes humanos. José es un ejemplo de cómo hemos de santificar el trabajo, y de un aspecto importante: el espíritu de servicio, el deseo de trabajar para contribuir al bien de los demás hombres. El trabajo de José no fue una labor que mirase hacia la autoafirmación, aunque la dedicación a una vida operativa haya forjado en él una personalidad madura, bien dibujada.
El Patriarca trabajaba con la conciencia de cumplir la voluntad de Dios, pensando en el bien de los suyos, Jesús y María, y teniendo presente el bien de todos los habitantes de la pequeña Nazaret. Para San José, la vida de Jesús fue un continuo descubrimiento de la propia vocación. José se sorprende, José se admira. Dios le va revelando sus designios y él se esfuerza por entenderlos… como ningún hombre antes o después de él, ha aprendido de Jesús a estar atento para reconocer las maravillas de Dios, a tener el alma y el corazón, abiertos…, en lo humano, ha enseñado muchas cosas al Hijo de Dios… Jesús debía parecerse a José: en el modo de trabajar, en rasgos de su carácter, en la manera de hablar.
En el realismo
de Jesús, en su espíritu de observación, en su modo de sentarse a la mesa y de
partir el pan, en su gusto por exponer la doctrina de una manera concreta,
tomando ejemplo de las cosas de la vida ordinaria, se refleja lo que ha sido la
infancia y la juventud de Jesús y, por tanto, su trato con José… José ha sido,
en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado,
y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para
que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la
fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es
otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él.
Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús (San Josemaría).
2. Jesús
tiene unos antepasados, para cumplir aquello: el Señor Dios le dará el trono de
David, su padre. Dios prometió a Abraham una tierra, una descendencia y un
vínculo. Como tierra, el mundo. «Recibir el mundo en herencia», dirá el salmo.
La fe da la posesión del mundo. La descendencia, no es por la circuncisión,
sino por la fe, por la que se pasa a ser heredero. Por esto es un don gratuito.
Y la promesa permanece válida. “Te hice padre de muchos pueblos”. Abraham es
nuestro padre ante Dios «en quien creyó»; "padre" de todos los
hombres. Por su fe, verdaderamente, "dio la vida". Hoy leemos la
profecía sobre David, que se cumple en Jesús: “consolidaré su trono real para
siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo. Tu casa y tu
reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre”.
El salmo de hoy
es un poema-himno real, que canta a Yahveh, Rey auténtico: “Cantaré eternamente
las misericordias del Señor, / anunciaré tu fidelidad por todas las edades. /
Porque dijo: «Tu misericordia es un edificio eterno, / más que el cielo has afianzado
tu fidelidad.» El amor y la fidelidad son tus cualidades divinas, Señor de
la historia, dueño del corazón humano.
“Sellé una
alianza con mi elegido, / jurando a David mi siervo: / «Te fundaré un
linaje perpetuo, / edificaré tu trono para todas las edades.» Tú eres
nuestro Dios, y nosotros somos tu pueblo. Te agradezco que me levantes de mi
nada para hacerme hijo tuyo: “Él me invocará: «Tú eres mi padre, / mi
Dios, mi Roca salvadora.» / Le mantendré eternamente mi favor / y mi alianza
con él será estable”.
3. Es con José
con quien se hacen realidad las profecías de Abraham y los antiguos. El nuevo
pacto que establece Dios con él abarca tres aspectos en su alianza: una
tierra, una descendencia, un vínculo.
Ya no es
por la “observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo para Abraham y su
descendencia la promesa de heredar el mundo”: por tanto, será José quien da
origen como nuevo Abraham a esta tierra nueva que es sentirse en casa
pues Dios ha venido.
“Por eso, como
todo depende de la fe, todo es gracia: así la promesa está asegurada para toda
la descendencia, no solamente para la descendencia legal, sino también para la
que nace de la fe de Abraham, que es padre de todos nosotros. Así lo dice la
Escritura: «Te hago padre de muchos pueblos»”. La descendencia –espiritual,
por la fe- es la nueva familia de Jesús que la Sagrada Familia inaugura, ahí
comienza la familia de Jesús, que no es por la sangre como dice hoy s. Pablo
sino por la fe, la Iglesia.
“Al
encontrarse con el Dios que da vida a los muertos y llama a la existencia a lo
que no existe, Abrahán creyó. Apoyado en la esperanza creyó, contra toda
esperanza, que llegaría a ser padre de muchas naciones, según lo que se le
había dicho: «Así será tu descendencia.» Por lo cual le fue computado como justicia”. El vínculo que
une esta familia, es ser hijos de Dios y la ley del amor que une –como
participación del amor divino- a todos los miembros de ella. Es el vínculo de
la fe, que en el Patriarca fue grande, en la escucha a la palabra divina,
lleno de esperanza por encima de toda experiencia humana. Por eso dio ese
crecimiento interior, esa santidad que le hace grande, anuncio de José, hombre
de fe, padre de Jesús.
Llucià Pou
Sabaté
Fuente: Almudi.org