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Jeffrey Bruno |
Ayer me telefonearon de una emisora de radio católica
en los Estados Unidos, y me preguntaron si podría dar mi opinión como
autor católico.
No lo pensé un instante y respondí: “Me gustaría
hablar del sagrario y los beneficios de la Adoración Eucarística”. Les encantó
la propuesta.
Quisiera que tengas la oportunidad de leerlo. Es una
historia maravillosa. Te muestra el poder de la oración y los milagros que
ocurren con la adoración eucarística en la Hora Santa:
«Recién en
1973, cuando empezamos nuestra Hora Santa diaria, fue que nuestra comunidad comenzó a crecer y
florecer. … En nuestra congregación solíamos tener adoración una vez a la
semana durante una hora; luego en 1973 decidimos dedicar una hora diaria a la
adoración. El trabajo que nos espera es enorme. Los hogares que tenemos para
los indigentes enfermos y moribundos están totalmente llenos en todas partes. Pero
desde el momento que empezamos a tener una hora de adoración cada día, el amor
a Jesús se hizo más íntimo en nuestro corazón, el cariño entre nosotras fue más
comprensivo y el amor a los pobres se nos llenó de compasión, y así se nos
ha duplicado el número de vocaciones. Dios nos ha bendecido con muchas
vocaciones maravillosas. La hora que dedicamos a nuestra audiencia diaria con
Dios es la parte más valiosa de todo el día.»
«Ven»
Jesús anhela recibir nuestro amor. Muchas veces he sentido su
llamado, en lo más hondo del alma:
“Claudio, ven a verme”.
Como
ocurre en momentos que estoy enredado en algún asunto, le he dado largas, pero
Él insiste.
“Aquí estoy”.
Al
final siempre me vence y detengo el auto en alguna iglesia. Me bajo y voy al
oratorio donde tienen el sagrario. Cuando entro descubro el motivo. Estaba
solo.
«Aquí estoy, Jesús»
“Aquí estoy Jesús”, le digo sonriéndole. Le
pido perdón por tenerlo abandonado. De pronto experimento como pedacitos de
cielo. Un gozo
interior, espiritual, que se desborda en mi alma. ¿Lo has
experimentado alguna vez?
Él
sabe que disfruto escribiendo. Y de pronto me llueven las ideas y las
palabras. Saco del bolsillo papel y un bolígrafo: “Despacio
Jesús que no puedo escribir tan rápido”. Y me sonrío por sus
ocurrencias. Así he escrito muchos de mis libros, ante el sagrario, en la
dulce presencia de Jesús.
Amable
lector, no dejes solo a Jesús. Y cuando vayas a verlo por favor dile: “Claudio te
manda saludos”. Ya sabes que me encanta sorprenderlo.
¡Dios
te bendiga!
Claudio de Castro
Fuente: Aleteia