"El sueño de las espigas. Historia de los mártires oblatos de Pozuelo" |
"El trienio 1936-1939 fue un período de sangre y martirio para la Iglesia en España. Durante esa persecución religiosa hubo miles de personas que sufrieron una muerte violenta.
En ese clima generalizado de
odio y fanatismo antirreligioso podemos situar el martirio de 22 misioneros
Oblatos de María Inmaculada: padres, hermanos y escolásticos, en Pozuelo de
Alarcón (Madrid), junto con el padre de familia Cándido Castán, conocido
católico comprometido", explican desde la editorial a Religión
Confidencial.
El trabajo
es el resultado de una cuidadosa investigación en diversos archivos, como los
de los Misioneros oblatos en Roma y San Antonio (Estados Unidos, Texas), o el
de los jesuitas en Alcalá de Henares, entre otros, además de las actas del
Proceso de Beatificación.
Por primera
vez, la historia de los jóvenes mártires se
narra sistemáticamente en detalle y se coloca en el contexto de la época. El título
del libro está tomado de un poema escrito por uno de los jóvenes mártires,
Serviliano Riaño, muerto con 20 años, en el que habla de las espigas de trigo
que “sueñan” con proporcionar el grano que se convierte en pan para la
Eucaristía.
Las espigas
simbolizan a los jóvenes religiosos que deseaban entregar su vida en el
compromiso misionero.
“Muchachos
de 18 a 26 años, fusilados en el convulso Madrid de 1936, junto a sus
formadores, curtidos hombres de fe. Dios les preparó para ser una «comunidad
mártir», víctima de la terrible persecución religiosa que asoló España en los
años 30", señalan desde la editorial.
Unido a
ellos en el martirio, se descubre el testimonio de Cándido Castán, padre de
familia generoso y valiente en el compromiso social, sobre todo en el mundo de
los sindicatos católicos. "La entrega de su vida es
para nosotros, los cristianos del siglo XXI, una inspiración para vivir hoy el
Evangelio en medio de las pruebas de nuestro tiempo", indican las mismas
fuentes.
Los Oblatos
se establecieron en el barrio de la Estación de Pozuelo de Alarcón en 1929. El
superior provincial vivía en Madrid. El escolasticado era el centro de
formación. Algunos presbíteros servían como capellanes de las tres comunidades
de religiosas. También tenían servicios pastorales en las parroquias cercanas:
confesiones y predicación.
Los
escolásticos oblatos enseñaban el catecismo en las parroquias vecinas. Esta
actividad religiosa comenzó a preocupar a los comités revolucionarios de la
Estación. Los oblatos adoptaron una actitud de prudencia, compostura y calma,
comprometiéndose entre ellos a no responder a las provocaciones.
El 20 de
julio de 1936 las juventudes socialistas y comunistas tomaron las calles y
comenzaron a quemar Iglesias y conventos, sobre todo en Madrid. La milicia de
Pozuelo atacó la vecina capilla de la Estación. Arrojaron todas las ropas
litúrgicas y las imágenes a la calle y las quemaron.
Cuando
quemaron la capilla fueron a repetir la misma escena en la parroquia local. El 22 de
julio un fuerte contingente de la milicia armada con fusiles y revólveres,
atacó la casa de los Oblatos. Lo primero que hicieron fue capturar a los 38
Oblatos que fueron hechos prisioneros en su propia casa, los llevaron al
refectorio donde las ventanas tenían rejas. El 24 de julio sobre las tres de la
madrugada empezaron las primeras ejecuciones, relatan desde la web de los oblatos.
El mismo día
24 de julio de 1936 la policía recibió la orden de llevar al resto de los
religiosos a la Oficina General de Seguridad. Al día siguiente después de
rellenar ciertos formularios, los otros 15 oblatos fueron soltados
inesperadamente.
Buscaron
refugio en casas privadas. Pero en octubre fueron de nuevo cazados, capturados
y puestos en prisión donde sufrieron hambre, frío, miedo y amenazas. Los
testimonios de algunos supervivientes hablan de cómo aceptaron con paciencia
heroica esta situación difícil que implicaba la posibilidad del martirio. Entre ellos
reinaba un espíritu de caridad y una atmósfera de oración silenciosa.
No fue
posible obtener información directa de los testigos oculares sobre el momento de
la ejecución. El enterrador ha declarado que uno de los
Oblatos, el Provincial P. Francisco Esteban Lacal, debió haber dicho: “Sabemos
que nos matáis porque somos católicos y religiosos. Lo somos. Mis compañeros y
yo os perdonamos de todo corazón. ¡Viva Cristo Rey!"
Durante el
proceso de beatificación se hizo evidente que todos ellos murieron
profesando su fe y perdonando a sus perseguidores. A pesar
de la tortura psicológica durante su cruel cautividad ninguno renegó o perdió
la fe, ni se lamentaron del hecho de haber abrazado una vocación religiosa.
Un informe
sobre la persecución religiosa en España recoge la muerte de 6.932 miembros del
clero y religiosos sacrificados en esta persecución durante los años de la
guerra civil. 12 obispos, 4.172 presbíteros diocesanos, 2.365 religiosos y
283 religiosas.