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A los días pasaba por la iglesia y detuve el auto. Me
bajé para agradecer al buen sacerdote el atinado consejo. Lo encontré en la
sacristía y le dije:
― Me confesé con usted el domingo. Quería agradecerle
el consejo que me dio. Me ha sido de mucha ayuda en mi vida espiritual.
Me miró confundido.
―La verdad es que no recuerdo qué consejo te di ni
los pecados que confesaste.
Sonrió maravillado y exclamó:
―Qué bueno es Dios que no solo perdona y olvida los
pecados. Nos da a nosotros los sacerdotes la gracia de olvidar también los
pecados confesados.
Me hizo recordar las palabras de Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan quien
decía que Jesús tenía mala memoria. “Jesús no tiene una memoria como la
mía” escribió, “no sólo perdona, y perdona a todos, sino que
incluso olvida que ha perdonado”.
Si perdonó y
olvidó es de Dios
Recuerdo haber leído sobre aquella mujer anciana que
empezó a tener revelaciones divinas. Le contó al sacerdote de su parroquia
pidiéndole que la orientara para saber qué hacer, cómo reaccionar.
El buen sacerdote le sugirió: “La próxima vez
pregunta a Dios cuál fue tu último pecado”. Pasaron unas semanas y la
anciana regresó a ver al sacerdote. “Qué te dijo”, le preguntó éste sintiendo
curiosidad. “Me respondió que lo olvidó, porque ya lo había confesado”.
Qué terrible sería que Dios perdonara pero no olvidara. Andaríamos escondiéndonos, para que no nos viera ni nos encontrara,
atemorizados como Adán cuando cometió aquel pecado contra Dios en el jardín del
Edén. Por ello suelo decir:
Qué bueno que
Dios es bueno.
Del perdón a la
paz
Nosotros, por el contrario, perdonamos y recriminamos
sin poder soltar amarras: “Perdono pero no olvido”, es la expresión
común.
Perdonar y olvidar el agravio es una bendición, porque
nos permite despojarnos de una pesada carga y nos ayuda a recuperar la paz y
nuestras vidas.
Lo he visto cientos de veces, personas que se
confiesan luego de años y me han comentado:
“No lo vas a
creer Claudio, tuve el valor de confesar aquellos pecados que tanto me
mortificaban, y me ha dado el coraje para perdonar y pedir perdón a los que he
hecho daño. He recuperado mi vida”.
¿Cuándo fue la última vez que te confesaste, amable
lector?
Este sacramento es uno de los grandes tesoros de
nuestra iglesia, no lo desaproveches. Ve a confesarte, recupera la paz
y tu amistad con Dios.
Claudio de Castro
Fuente: Aleteia