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Miguel González y Javier Martín Langa, Capellanes del Hospital Enfermera Isabel Zendal. Foto: Miguel González |
Igual no muy identificados porque «vamos de blanco como los demás», pero anima a solicitar su presencia porque, si no, solo «la gente se entera de que está el cura cuando lo ven en acción». Si la situación del paciente lo impide, que llamen los familiares.
Así sucedió con el primero que atendieron en el Zendal. «Fue una UCI», recuerda Javi, un padre de familia de mediana edad «con el que hicimos después todo el acompañamiento». Le administró la Unción y estuvo presente cuando lo despertaron de la sedación y cuando lo extubaron –«es una cosa preciosa verlos respirar por sí mismos»–. Y luego, las charlas ya en planta –que en el Zendal es más un concepto médico que una realidad física–, con este hombre «sencillo, no un meapilas: un enamorado de Jesucristo».
«A nosotros los curas nos encanta cuando nos encontramos gente así», con una fe tan grande que «dices ¡a ver si la tengo yo!». Se nota la experiencia de Javi de su paso por la capellanía del 12 de Octubre en sus años de seminarista, y también como sacerdote del SARCU (Servicio de Asistencia Religiosa Católica Urgente): «Dentro de la UCI, sin ser consciente eres consciente», y los pacientes refieren «que notan toda la oración de la Iglesia». Este primer enfermo se recuperó y ya está en casa. Otros no, pero también es una alegría «preparar el viaje para la vida eterna y por la puerta grande» de los que se han ido.
El alimento del alma
Hay veces que el paciente pide hablar con el cura por imitación. Pasó en IFEMA y ahora a Miguel y a Javi se les repite en el Zendal. «Hay gente que no quiere la Unción» porque piensan que es la antesala de la muerte y sin embargo, al ver «cómo se la das» al vecino «y que es una cosa normal, que se reza», la piden. También los médicos, con los que hay una relación excelente –«¡nos han dado hasta una taquilla!–», son mediadores. «A ver qué puedes hacer», le dijeron un día a Javi, con una mujer que «está alicaída, que ha perdido el apetito…». «Penitencia: te vas a comer todo lo que te pongan», y fue mano de santo, a los tres días había recuperado el ánimo.
El alimento del cuerpo es importante y, por supuesto, el del alma. Javi habla de una palabra, tsajená, el tengo sed de Jesucristo en arameo, que es lo que él ve con «los pacientes que han pedido la Comunión». Dios «nunca nos abandona» y «ser testigos privilegiados de los encuentros que tiene el Señor Resucitado con los enfermos» le hace pensar, entre otras cosas, que «cómo mola ser cura».
Buenas noticias
La pandemia ha llevado a los hospitales a familias completas. En el Zendal, como están separados por sexos, el que está mejor se hace sus «escapaditas» para ver a su hijo, a su marido («Cariño, que te quiero») o para recibir juntos la Comunión. Y como la atención es integral, no se limita solo a los católicos –ni siquiera a los cristianos–; han tenido una paciente evangélica, «filipina, ni papa de español, así que in English». No tenía devoción a la Virgen, pero «Jesus Christ…», le propuso Javi, y ella respondió: «you are my life», así que hizo una «pray of healing» (oración de sanación), y tan contenta.
En el hospital de pandemias, la soledad, el gran enemigo emocional de estos pacientes, se mitiga con la cercanía entre ellos. «Al ser todo abierto se apoyan, se animan» y, como en IFEMA, aplauden cuando uno se va a casa con el alta. No pueden estar con sus familias, pero lo suplen con los móviles, «el otro día hice una videollamada a un abuelito», y con llamadas para «dar el parte». «Tu marido está ya consciente, lo van a extubar –fue una de las que hizo Javi–. Los gritos de alegría que oí por el móvil en esa casa después de un: “¡Niñas, papá ha despertado!” no me los quita nadie».
Begoña Aragoneses