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Borisevich Sergei | Shutterstock |
Un hombre austero,
pobre, sincero. Un hombre de una pieza, sencillo y libre.
No tenía nada que defender, nada que ocultar. No había nada que no quisiera
perder.
Es un hombre
íntegro que invita a la conversión. Sólo quiere que los
demás confiesen sus pecados, se conviertan, cambien de vida. Esta va a ser su
misión.
La condición para
seguirlo a él como discípulos es dejar de pecar. Es necesario que cambien, que
muestren una inocencia que antes no tenían. Es el camino de Juan.
«Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro
rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie».
Dios hace
posible el cambio
El camino se abre para poder acoger a Jesús. Este
domingo me invita Juan a cambiar, a mejorar, a allanar mis montes y elevar mis
valles.
Vivo rodeado de montañas, como en un valle. Y me
parece imposible que esos montes puedan ser allanados.
Un Dios todopoderoso puede bajar con su poder y hacer
desaparecer esas montañas tan escarpadas que alegran mi vista. Sólo Él
con su fuerza puede allanar montañas inmensas.
Así pienso que es en mi vida. Conozco muy bien las
montañas que forman mis pecados. Y he visto la hondura de mis valles de dejadez
y pereza.
Y sé que yo solo no puedo acabar con lo escarpado, ni
liberar mi alma enferma de su pecado. Yo no puedo.
Yo tengo que
querer cambiar
Pero sé que lo que me pide hoy Jesús es que me ponga
en camino, que desee cambiar, que acepte que no puedo seguir como
siempre, que comprenda que muchas de las cosas que no me resultan en el corazón
son parte de mi esclavitud, de mi pobreza.
Y sólo ese Jesús que se hace carne y acampa en mi vida
puede hacer posible en mí el milagro de la conversión.
Por eso en este segundo domingo, en esta segunda vela,
me postro ante Jesús para decirle que quiero que me cambie por dentro, para ser
mejor persona, más suyo, más trasparente, más niño. Decía Víctor Hugo:
«He dejado de ser lo que a otros agrada para convertirme
en lo que a mí me agrada ser, he dejado de buscar la aceptación de los demás
para aceptarme a mí mismo, he dejado tras de mí los espejos mentirosos que
engañan sin piedad».
Creo que la conversión supone eliminar todo aquello
que es mentira en mi corazón, todo lo falso, todo el
maquillaje, todo lo aparente.
Me escondo detrás
de una máscara de aparente perfección, detrás de unas montañas que ocultan mi
desnudez, detrás de unos valles en los que me protejo de miradas intrusas.
Convertirme tiene que ver con liberarme, no con hacerlo todo
perfecto. Tiene
que ver con volver a ese lugar en mi alma en el que soy yo mismo, yo de verdad,
sin tapujos ni falsas imágenes.
Recuperar las
batallas perdidas. E iniciar los caminos antiguos que vuelven a ser nuevos. Y ser yo de
nuevo, sin tantas falsas apariencias que se me han pegado a la
piel tratando de encantar al mundo.
Adviento: un
inicio
Quiero ser libre de pretensiones, de gustos
enfermizos, de apegos insanos. Quiero emprender en este Adviento este
camino de conversión que saque lo mejor de mí, lo más puro, lo más auténtico.
Dios quiere «que todos lleguen a la conversión» y
por eso tiene tanta paciencia conmigo. Y me pregunta el apóstol: «¿Cómo
conviene que seáis en vuestra santa conducta y en la piedad, esperando y
acelerando la venida del Día de Dios?».
Mi conversión acelera su venida. Cuando allano el camino viene con más facilidad a mi vida, a otras
vidas.
Su presencia se hace más visible si mi vida es más
concorde con su misericordia, con su generosidad. Si me parezco a Él será más
visible su rostro en mí.
Es la conversión que necesito: que mi corazón se abra
a su presencia, que mi vida se deje modelar en sus manos. Me resisto tan a
menudo al cambio… No quiero cambiar nada.
Me resisto al más mínimo cambio en mis rutinas, en mis
hábitos a veces tan perezosos. No estoy abierto a lo nuevo y no quiero tampoco
permitir que mi primer amor brille con fuerza.
Convertirse es dejar que el fuego del primer amor
caliente de nuevo mi alma. Esa es la conversión que Dios espera de mí. Un
sí valiente, enamorado, apasionado, que me ponga en camino hacia Él.
Carlos Padilla Esteban