Hacer un mundo más justo
![]() |
Dominio público |
Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado
Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y
en él estaba el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo
que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.
Movido por el
Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al Niño Jesús, para
cumplir lo que la Ley prescribía sobre Él, le tomó en brazos y bendijo a Dios
diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya
en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista
de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo
Israel».
Su padre y su madre estaban admirados de lo que se
decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Éste está puesto
para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción
-¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!- a fin de que queden al
descubierto las intenciones de muchos corazones» (Lucas 2,22-35).
I. El Niño que
contemplamos estos días en el belén es el Redentor del mundo y de cada hombre.
Más tarde, durante sus años de vida pública, poco dice el Señor de la situación
política y social de su pueblo, a pesar de la opresión que éste sufre por parte
de los romanos. Manifiesta que no quiere ser un Mesías político. Viene a darnos
la libertad de los hijos de Dios: libertad del pecado, libertad de la muerte
eterna, libertad del dominio del demonio, y libertad de la vida según la carne
que se opone a la vida sobrenatural.
El Señor, con su actitud, señaló también
el camino a su Iglesia, continuadora de su obra aquí en la tierra hasta el
final de los tiempos. Es a nosotros los cristianos a quien nos toca –dentro de
las muchas posibilidades de actuación- contribuir a crear un orden más justo,
más humano, más cristiano, sin comprometer con nuestra actuación a la Iglesia
como tal (PAULO VI, Enc. Populorum progressio). Hoy podemos preguntarnos si
conocemos bien las enseñanzas sociales de la Iglesia, si las llevamos a la
práctica personalmente, y si procuramos que las leyes y costumbres de nuestro
país reflejen esas enseñanzas en lo que se refiere a la familia, educación
salarios, derecho al trabajo, etc.
II. Si nos
esforzamos por los medios que están a nuestro alcance, en hacer el mundo que
nos rodea más cristiano, lo estamos convirtiendo a la vez en más humano. Y, al
mismo tiempo, si el mundo es más justo y más humano, estamos creando las
condiciones para que Cristo sea más fácilmente conocido y amado.
Además de
pedir cada día por los responsables del bien común, -pues de ellos dependen en
buena medida la solución de los grandes problemas sociales y humanos-, hemos de
vivir, hasta sus últimas consecuencias, el compromiso personal y sin
inhibiciones, y sin delegar en otros la responsabilidad en la práctica de la
justicia, al que nos urge la Iglesia. ¿Se puede decir de nosotros que
verdaderamente, con nuestras palabras y nuestros hechos, estamos haciendo un
mundo más justo, más humano?
III. Con la sola justicia no podremos resolver los problemas de los hombres. La justicia se enriquece y complementa a través de la misericordia. La justicia y la misericordia se fortalecen mutuamente. Con la justicia a secas, la gente puede quedar herida, la caridad sin justicia sería un simple intento de tranquilizar la conciencia.
La mejor manera de promover la justicia y la paz en el mundo es
el empeño por vivir como verdaderos hijos de Dios. El Señor, desde la gruta de
Belén, nos alienta a hacerlo.
Fuente: Almudi.org