Murió diciendo: "Muero gustoso por el nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia Católica". Tenía apenas 52 años
| Dominio público | Este mártir que entregó su
vida por defender los derechos de la religión católica, nació en Londres en
1118.
Era hijo de un empleado
oficial, y en sus primeros años fue educado por los monjes del convento de
Merton. Después tuvo que trabajar como empleado de un comerciante, al cual
acompañaba los días de descanso a hacer largas correrías dedicados a la
cacería. Desde entonces adquirió su gran afición por los viajes aunque fueran
por caminos muy difíciles.
A los 24 años
consiguió un puesto como ayudante del Arzobispo de Inglaterra (el de
Canterbury) el cual se dio cuenta de que este joven tenía cualidades
excepcionales para el trabajo, y le fue confiando poco a poco oficios más
difíciles e importantes. Lo ordenó de diácono y lo encargó de la
administración de los bienes del arzobispado. Lo envió varias veces a Roma a
tratar asuntos de mucha importancia, y así Tomás llegó a ser el personaje más
importante, después del arzobispo, en aquella iglesia de Londres. Monseñor
afirmaba que no se arrepentía de haber depositado en él toda su confianza,
porque en todas las responsabilidades que se le encomendaban se esmeraba por
desempeñarlas lo mejor posible.
Dicen los que lo
conocieron que Santo Tomás Becket era delgado de cuerpo, semblante pálido,
cabello oscuro, nariz larga y facciones muy varoniles. Su carácter alegre lo
hacía atractivo y agradable en su conversación. Sumamente franco, trataba de
decir siempre la verdad y de no andar fingiendo lo que no sentía, pero
siempre con el mayor respeto. Sabía expresar sus ideas de manera tan clara,
que a la gente le gustaba oírle explicar los asuntos de religión porque se le
entendía todo fácilmente y bien.
Tomás como buen
diplomático había obtenido que el Papa Eugenio Tercero se hiciera muy amigo
del rey de Inglaterra, Enrique II, y este en acción de gracias por tan gran
favor, nombró a nuestro santo (cuando sólo tenía 36 años) como Canciller o
Ministro de Relaciones Exteriores. Tomás puso todas sus cualidades al
servicio de tan alto cargo, y llegó a ser el hombre de confianza del rey.
Este no hacía nada importante sin consultarle. Su presencia en el gobierno
contribuyó a que dictaran leyes muy favorables para el pueblo. Acompañaba a
Enrique II en todas sus correrías por el país y por el exterior (pues
Inglaterra tenía amplias posesiones en Francia) y procuraba que en todas
partes quedara muy en alto el nombre de su gobierno. Y no tenía miedo en
corregir también al monarca cuando veía que se estaba extralimitando en sus
funciones. Pero siempre de la manera más amigable posible.
En el 1161 murió el
Arzobispo Teobaldo, y entonces al rey le pareció que el mejor candidato para
ser arzobispo de Inglaterra era Tomás Becket. Este le advirtió que no era
digno de tan sublime cargo. Que su genio era violento y fuerte, y que tomaba
demasiado en serio sus responsabilidades y que por eso podía tener muchos
problemas con el gobierno civil si lo nombraban jefe del gobierno
eclesiástico. Pero su confesor decía: "En su vida privada es intachable,
y sabe mantener una gran dignidad aún en ocasiones peligrosas y en tentaciones
de toda especie". Y un Cardenal de mucha confianza del Sumo Pontífice lo
convenció de que debía aceptar, y al fin aceptó.
Cuando el rey empezó a
insistirle en que aceptara el oficio de Arzobispo, Santo Tomás le hizo una
profecía o un anuncio que se cumplió a la letra. Le dijo así: "Si acepto
ser Arzobispo me sucederá que el rey que hasta ahora es mi gran amigo, se
convertirá en mi gran enemigo". Enrique no creyó que fuera a suceder
así, pero sí sucedió.
Ordenado de sacerdote y
luego consagrado como Arzobispo, pidió a sus ayudantes que en adelante le
corrigieran con toda valentía cualquier falta que notaran en él. Les decía:
"Muchos ojos ven mejor que dos. Si ven en mi comportamiento algo que no
está de acuerdo con mi dignidad de arzobispo, les agradeceré de todo corazón
si me lo advierten".
Desde que fue nombrado
arzobispo (por el Papa Alejandro III) la vida de Tomás cambió por completo.
Se levantaba muy al amanecer. Luego dedicaba una hora a la oración y a la
lectura de la S. Biblia. Después del desayuno estudiaba otra hora con un
doctor en teología, para estar al día en conocimientos religiosos. Cada día
repartía el personalmente las limosnas a muchísimos pobres que llegaban al
Palacio Arzobispal. Muy pronto ya los pobres que allí recibían ayuda, eran el
doble de los que antes iban a pedir limosna.
Cada día tenía algunos
invitados a su mesa, pero durante las comidas, en vez de música escuchaba la
lectura de algún libro religioso. Casi todos los días visitaba algunos
enfermos del hospital. Examinaba rigurosamente la conducta y la preparación
de los que deseaban ser sacerdotes, y a los que no estaban bien preparados o
no habían hecho los estudios correspondientes no los dejaba ordenarse de
sacerdotes, aunque llegaran con recomendaciones del mismo rey.
Tomás había dicho al rey
cuando este le propuso el arzobispado: "Ya verá que los envidiosos
tratarán de poner enemistades entre nosotros dos. Además el poder civil
tratará de imponer leyes que vayan contra la Iglesia Católica y no podré
aceptar eso. Y hasta el mismo rey me pedirá que yo le apruebe ciertos
comportamientos suyos, y me será imposible hacerlo". Esto se fue
cumpliendo todo exactamente.
El rey se propuso ponerles
enormes impuestos a los bienes de la Iglesia Católica. El arzobispo se opuso
totalmente a ello, y desde entonces el cariño de Enrique hacía su antiguo
canciller Tomás, se apagó casi por completo. Luego pretendió el rey imponer
un fuerte castigo a un sacerdote. El arzobispo se opuso, diciendo que al
sacerdote lo juzga su superior eclesiástico y no el poder civil. La rabia del
mandatario se encendió furiosamente. Enrique redactó una ley en la cual la
Iglesia quedaba casi totalmente sujeta al gobierno civil. El arzobispo
exclamó: "No permita Dios que yo vaya jamás a aprobar o a firmar semejante
ley". Y no la aceptó. ¡Nueva rabia del rey! Enseguida este se propuso
que en adelante sería el gobierno civil quien nombrara para ciertos cargos
eclesiásticos. Tomás se le opuso terminantemente. Resultado: tuvo que salir
del país.
Tomás se fue a Francia a
entrevistarse con el Papa Alejandro III y pedirle que lo reemplazara por otro
en este cargo tan difícil. "Santo Padre le digo yo soy un pobre hombre
orgulloso. Yo no fui nunca digno de este oficio. Por favor: nombre a otro, y
yo terminaré mis días dedicado a la oración en un convento". Y se fue a
estarse 40 días rezando y meditando en una casa de religiosos.
Pero el Pontífice
intervino y obtuvo que entre Enrique y Tomás hicieran las paces. Y así volvió
a Inglaterra. Sin embargo, el problema peor estaba por llegar.
Después de seis años de
destierro y cuando ya le habían sido confiscados por el rey todos sus bienes
y los de sus familiares, el arzobispo Tomás regresó a Inglaterra el 1º de
diciembre con el título de "Delegado del Sumo Pontífice". El
trayecto desde que desembarcó hasta que llegó a su catedral de Canterbury fue
una marcha triunfal. Las gentes aglomeradas a lo lago de la vía lo aclamaban.
Las campanas de todas las iglesias repicaban alegremente y parecía que la
hora de su triunfo ya había llegado. Pero era otra clase de triunfo distinta
la que le esperaba en ese mes de diciembre. La del martirio.
Como él mismo lo había
anunciado, los envidiosos empezaron a llevar cuentos y cuentos al rey contra
el arzobispo. Y dicen que un día en uno de sus terribles estallidos de
cólera, Enrique II exclamó: "No podrá haber más paz en mi reino mientras
viva Becket. ¿Será que no hay nadie que sea capaz de suprimir a este clérigo
que me quiere hacer la vida imposible?".
Al oír semejante
exclamación de labios del mandatario, cuatro sicarios se fueron donde el
santo arzobispo resueltos a darle muerte. Estaba él orando junto al altar
cuando llegaron los asesinos. Era el 29 de diciembre de 1170. Lo atacaron a
cuchilladas. No opuso resistencia. Murió diciendo: "Muero gustoso por el
nombre de Jesús y en defensa de la Iglesia Católica". Tenía apenas 52
años.
Se llama apoteosis la
glorificación y gran cantidad de honores que se rinden a una persona. La
noticia del asesinato de un arzobispo recorrió velozmente Europa causando horror
y espanto en todas partes. El Papa Alejandro III lanzó excomunión contar el
rey Enrique, el cual profundamente arrepentido duró dos años haciendo
penitencia y en el año 1172 fue reconciliado otra vez con su religión y desde
entonces se entendió muy bien con las autoridades eclesiásticas. El mártir
Tomás consiguió después de su muerte, esto que no había logrado obtener
durante su vida.
Tres años después el Sumo
Pontífice lo declaró santo, a causa de su martirio y por los muchos milagros
que se obraban en su sepulcro.
Dos personajes con nombres
de Tomás, ocuparon el cargo de Canciller en Inglaterra, junto con dos reyes
de nombre Enrique. Y ambos fueron martirizados por defender a la santa
Iglesia Católica. Santo Tomás Becket, martirizado por deseos de Enrique II y
Santo Tomás Moro, martirizado por orden del impío rey Enrique VIII.
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