La Jornada de la Iglesia diocesana nos invita cada año a vivir y acrecentar la conciencia de que pertenecemos a una determinada diócesis, en nuestro caso a la de Segovia.
Pertenecer a la Iglesia exige conocerla, amarla y contribuir con nuestra aportación, espiritual y material, a que cumpla con su misión en el mundo, que es anunciar y testimoniar a Cristo con palabras y obras.
Las ideas de la campaña de este año subrayan el carácter familiar que define a la Iglesia: “Somos lo que tú nos ayudas a ser. Somos una gran familia contigo. Con tu tiempo, tus cualidades, tu apoyo económico y tu oración”.
La Iglesia no es un cuerpo amorfo,
sino perfectamente estructurado por el Espíritu en el que cada cristiano tiene
su lugar y responsabilidad. Con frecuencia, los cristianos miramos la Iglesia
desde fuera sin comprometernos en la tarea común.
Esta
visión de la Iglesia, como meros espectadores, nada tiene que ver con la fe
adulta. Es como si consideráramos la familia como una pensión en la que
pernoctar. La fe cristiana es compromiso, comunión, participación, entrega
generosa. Por eso, cada cristiano tiene que a ayudar a que la Iglesia sea lo
que es: una comunidad viva que ofrece a los hombres la salvación integral.
Precisamente
por eso, la oración está unida a la acción, la liturgia a la acción social y
caritativa, la evangelización a la promoción de la persona. Todo en la Iglesia
se relaciona, del mismo modo que en la familia todo es común y personal al
mismo tiempo. La vocación cristiana une con armonía lo personal y lo
comunitario.
Cada cristiano debe considerar en
esta Jornada qué hace para que la Iglesia cumpla su misión. ¿Cuánto tiempo de
mi vida dedico a la Iglesia? ¿De qué manera aporto mis cualidades? ¿Cómo es mi
participación en la parroquia en la que vivo? Debo preguntarme si siento la
diócesis como algo mío, o como una institución lejana que me interpela poco.
Quizás
me falte conocimiento de lo que hace la diócesis a favor de los demás a través
de sus organismos, delegaciones, servicios. Un primer paso hacia el compromiso
es conocer bien estas tareas en el servicio a los pobres, en la formación de
los laicos, en el trabajo con los jóvenes, ancianos, etc. Los campos son muchos
y variados. No todos tenemos que estar en todo, pero sí debemos sentirnos
responsables de todo.
Vienen tiempos difíciles después de
la pandemia. La Iglesia necesita cambiar su registro para poder dar respuesta a
las necesidades materiales y espirituales de nuestras gentes. Jesucristo es un
experto en mirar a los hombres y descubrir sus necesidades. También es experto
en abrir nuestros ojos para que sepamos mirar la realidad con sus propios ojos.
Por ello, en la medida en que vivimos unidos a Cristo participaremos de sus
propios sentimientos y, especialmente, de su compasión por el hombre.
Entenderemos
que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo que realiza su misión en el mundo. Solo
así seremos la verdadera iglesia de Cristo, capaz de acompañar a los hombres y
de ofrecerles la respuesta a sus necesidades. Y cada cristiano experimentará
que en la medida en que vive como miembro activo de la Iglesia crece dentro de
él el sentimiento de pertenecer a la comunidad cuyo fundamento y centro es el
Señor Jesús.
La Iglesia es un pueblo que está en camino y necesita, como afirma el Evangelio de hoy, llevar las lámparas encendidas para recibir al Señor cuando llegue. Las lámparas se apagarán si no echamos aceite. Y nos quedaremos a oscuras. La Iglesia necesita el aceite de la oración y de la limosna para poder realizar su misión en este mundo e iluminar a los demás en el camino de la vida. Seamos generosos para que nadie quede a oscuras por nuestra negligencia.