Al ser encendido el fuego, el Beato Vicente Carvalho sacó su crucifijo y levantándolo en alto exclamo “¡Adelante valerosos soldados de Jesucristo! ¡Viva nuestra fe y por ella valerosamente muramos!”
Nació
en la ciudad de México el 4 de septiembre de 1580, hijo de Alonso Gutiérrez y
Ana Rodríguez. Fue bautizado en la parroquia de Sagrario Metropolitano. Con 16
años ingresa a la orden agustina; hizo sus estudios en el convento de Yuriria,
Michoacán, profesando el 1 de junio de 1597.
Ordenado sacerdote, fue
trasladado a Puebla al convento de San Agustín. Por estas fechas ya tenía
deseos de ser misionero y mártir, sus hermanos de religión se burlaban de él
porque era muy gordo y no podría soportar las fatigas del misionero.
Pero el respondía con
jocosidad: “Tanto mejor, así habrá más reliquias que repartir cuando muera
mártir, porque algún día iré a Filipinas y de allí a Japón donde moriré por la
Fe de Cristo”. Sus palabras resultaron proféticas.
El 22 de febrero de 1606 se embarcó en Acapulco y llego a
Filipinas el 1 de mayo siguiente. Allí, los superiores al ver sus cualidades,
lo nombraron maestro de novicios, desempeñando este cargo durante un sexenio.
Tenía una gran facilidad para los idiomas, era un buen latinista y aprendió
pronto el japonés a pesar de las dificultades de esta lengua. En 1612 se
embarca a Japón y en 1613 es nombrado prior del convento de Usuki; como
dominaba bien el idioma japonés, se entregó de lleno a la evangelización,
teniendo pronto a su cargo una gran comunidad de fieles.
En 1614 hubo un decreto de
expulsión para los religiosos y en noviembre de este año el Beato Bartolomé fue
capturado y expulsado de Japón, volviendo a Filipinas, donde nuevamente fue
maestro de novicios. En Japón la persecución recrudeció a raíz del martirio del
Beato Fernando de San José Ayala, OSA y las demandas de refuerzos llegaban a
Manila porque los fieles ocupaban pastores. Algunas crónicas precisan que se
pedía la vuelta del Padre Bartolomé Gutiérrez porque este había dejado un buen
recuerdo. Así, el provincial designó que volviera a Japón acompañado del Beato
Pedro de Zúñiga, regresando ambos a tierra de misión el 12 de agosto de 1618.
Ejerció un ministerio ejemplar entre sus fieles, estimulando por
su fervor, sosteniendo a los débiles en la fe, predicando y administrando los
sacramentos a escondidas. Venció innumerables peligros para llevar a Cristo a
los creyentes y para no ser detenido, vivía en los campos y bosque; vivió
pobremente, padeció las inclemencias del clima y también el hambre. A esto él
añadió ayunos, vigilias y tales maceraciones, que aquel joven robusto de 25
años, se convirtió en un hombre enjuto y seco que no parecía tener más que
huesos y piel.
De él se platica que Dios lo protegió de manera milagrosa cuando
se escondía. En una ocasión escapó de sus perseguidores gracias a que una araña
tejió su telaraña en un rincón de la casa donde se escondía. Otra vez salió al
encuentro de sus captores tocando un instrumento musical sin ser notado por ello.
También sucedió que una buena
mujer lo escondió en su casa, llegaron los guardias y le preguntaron por él,
entonces ella sufrió un ataque de nervios y se reía mucho, pensaron los
oficiales que quería congraciarse con ellos mientras les señalaba que adentro y
lo tomaron a burla y se marcharon sin revisar. Así fue que desarrolló su
apostolado hasta 1629, en que llego a Nagasaki como gobernador un hombre
llamado Tacanga. Este fue un cruel perseguidor y redobló las pesquisas y
castigos. También respiraba mucho odio contra el Beato Bartolomé y los
agustinos porque en el reino de Bungo habían fundado el primer convento y para
acabar de componerla, el religioso había convertido al cristianismo a varios
familiares suyos.
Víctima de una traición, el Beato Bartolomé fue sorprendido y
arrestado el 10 de noviembre de 1629, junto con el catequista y ahora Beato
Juan Shozaburo y otros tres auxiliares con los que fue enviado a la cárcel de
Nagasaki, allí se reunieron pronto con él los religiosos agustinos Francisco de
Jesús Terrero y Vicente de San Antonio Carvalho. Desde 1618 él había sido el
sostén y promotor de la comunidad cristiana local, ahora ya detenido, el Tirano
Tacanga se alegró porque iba a escarmentarlo para infundir miedo en el reino.
Luego fue trasladado a la cárcel de Omuro, por considerarse que era un lugar
más cruel.
En su traslado fue notoria su tranquilidad y resignación así como
la alegría con que cantaba himnos a Dios en acción de gracias. Aquí languideció
durante dos años. En 1630 tuvo la oportunidad de escribir al provincial: “por
estar al presente por horas y momentos esperando la muerte” dando noticias no
menos interesantes sobre sus compañeros y circunstancias de su prisión. En 1631
vuelve a Nagasaki en compañía de sus hermanos de hábito Francisco de Jesús y
Vicente de San Antonio así como el Jesuita Antonio Ixda, encontrado en la
prisión al hermano franciscano Gabriel de la Magdalena.
Los hicieron sufrir la
tortura del agua sulfurosa en el Monte Unge, fueron llevados al lago de Arima,
de aguas hirvientes, con las que eran bañadas sus carnes hasta escaldarlos y
desollarlos creyendo que así renegarían de la fe. Esta dolorosísima prueba, de
la que muchos salían apostatando, fue ganada por los mártires. Los suplicios
fueron verdaderamente espantosos y se prolongaron por un mes, repitiéndose el
castigo por lo menos dos veces al día, lo que tuvieron que padecer, todo el
cuerpo hecho una llaga, no es fácil de imaginar.
Al ver que no se lograba ningún retroceso, fueron devueltos a
Nagasaki, donde se les condenó a morir en la hoguera. Todavía la víspera,
Tacanga les ofreció la libertad si apostataban, pero permanecieron firmes en la
fe. La sentencia se llevó a cabo el 3 de septiembre de 1632. Al llegar al lugar
del suplicio, entonaron, como era la costumbre entre quienes eran sacrificados,
el salmo 116 “Laudate Dominum omnes gentes”, luego los ataron con lazos muy
frágiles, para que se pudieran romper si decidían renegar. La leña era verde y
llena de lodo para que ardiera con dificultad. Al ser encendido el fuego, el
Beato Vicente Carvalho sacó su crucifijo y levantándolo en alto exclamo
“¡Adelante valerosos soldados de Jesucristo! ¡Viva nuestra fe y por ella
valerosamente muramos!”.
El Beato Bartolomé Gutiérrez dejo varios escritos. Explicación de
la doctrina cristiana la Relación del suceso de la prisión y dichoso fin de los
bienaventurados mártires Pedro de Zúñiga y Luis Flores y la Relación del
martirio que padecieron otros religiosos en el Japón en el mes de septiembre de
1622. Este grupo de misioneros cierra el elenco de los mártires encabezados por
el Beato Alfonso de Navarrete.
A continuación se refiere una
breve semblanza de los beatos martirizados junto Beato Bartolomé Gutiérrez.
Beato Vicente de San Antonio Simoes de Carvalho Nació en 1590 en
Albufeiora, Portugal, siendo sus padres Antonio Simoes y Catalina Pereiro,
quienes le dieron una buena educación. Ingresó con los agustinos en el convento
de Santa María de Gracia, donde profesó y fue ordenado sacerdote. En 1621
estuvo en México, en 1622 en Filipinas y en 1623 en Japón; por casi seis años
se consagró al ministerio en secreto y logró mucho fruto, burlando, también la
vigilancia de los espías hasta que finalmente fue capturado.
Beato Francisco de Jesús Terrero Pérez Nació en 1590 en Villa
Mediana, Palencia, siendo hijo de Pedro Terrero y María Pérez, ambos de
ascendencia noble y familias ricas. A los 8 años quedó huérfano y fue educado
por dos tíos suyos que eran sacerdotes; con 16 años ingresa a la orden de San
Agustín en Valladolid, luego de profesar en esa orden, hizo estudios
sacerdotales recibiendo por fin el presbiterado. En 1621 estuvo en México,
luego se trasladó a filipinas y por ultimo a Japón, donde fue vicario
Provincial. Estudió el japonés para poder transmitir el Evangelio, su
apostolado lo hacía de noche y con muchos peligros, tuvo que vivir en una cueva
para no ser descubierto. Las crónicas dicen que bautizó cerca de 7000 fieles.
Beato Antonio Ixhida Kyutaku S.J. Nació en el año de 1570
en Ximabaro, reino de Arima. Con 19 años ingreso a la Compañía de Jesús, donde
profesó y fue ordenado; como conocía de fondo las religiones paganas y tenía
buena elocuencia, su ministerio se valió de esto para tener mucho provecho.
Desafiaba los peligros para llevar el consuelo a los cristianos encarcelados,
burlando la vigilancia de los soldados.
Beato Jerónimo de la Cruz Jo ó de Torres Nació en Nagasaki, de
joven estudió con los padres franciscanos que lo enviaron a Filipinas para
continuar sus estudios; una profeso fue ordenado sacerdote y su ministerio lo
hacía entre sus compatriotas exiliados con abundancia de buenos resultados.
Entonces cambio su apellido Jo por el español de Torres. El Beato amaba mucho a
su patria y oraba a Dios suplicándole el fin de las persecuciones. En 1628
volvió a Japón para ayudar con su ministerio a sus hermanos perseguidos. Breve
fue su trabajo, pues fue apresado en 1629.
Beato Gabriel de la Magdalena Tarazona Rodríguez Nació en Sonseca,
Toledo en octubre de 1567, hijo de Pedro Tarazona e Isabel Rodríguez. Recibió
el bautismo el 22 de octubre del mismo año y la confirmación el 16 de junio de
1571. Estudio y ejerció la medicina y a los 30 años ingresó como hermano lego
en la orden Franciscana, en la rama alcantarina. Su ardiente amor a Cristo y la
salvación de las almas le hicieron ir a Japón, a donde llegó en 1606. Estuvo en
Osaka, donde se dedicó a curar almas y cuerpos.
En 1613 se desató una
persecución, muchos religiosos fueron expulsados pero él logró esconderse en
Nagasaki; su fama era tal que se decía que por sus conocimientos de medicina,
podría ser médico del propio emperador. Tuvo fama de tener gran religiosidad,
de hacer curaciones milagrosas, de levitar mientras oraba y tener el don de la
bilocación. En 1630 fue apresado y llevado a la cárcel de Omura, de donde fue
sacado para curar al propio Gobernador y su familia, así como para atormentarlo
luego con las aguas sulfurosas. Murió en la hoguera y sus cenizas, como las de
sus compañeros, fueron arrojadas al mar.
Culto Estos beatos integran
un numeroso grupo de 205 mártires encabezados por el Beato Alfonso Navarrete y
fueron elevados al honor de los altares el 7 de julio de 1867 por el Beato Pio
IX. El Beato Bartolomé Gutiérrez recibe culto litúrgico en México el 2 de
septiembre con el grado de memoria opcional y las oraciones de la misa y la
liturgia de las horas se refieren únicamente a él.
Fuente: ACI