
“¿Quieres
de verdad ser santo?”, preguntaba san Josemaría. “Cumple el pequeño deber de
cada momento: haz lo que debes y está en lo que haces”. Más
tarde, desarrollaría esta perspectiva realista y concreta de la santidad en
medio del mundo en la homilía Amar al mundo apasionadamente:
“Dejaos,
pues, de sueños, de falsos idealismos, de fantasías, de eso que suelo llamar
mística ojalatera —¡ojalá no me hubiera casado, ojalá no tuviera esta
profesión, ojalá tuviera más salud, ojalá fuera joven, ojalá fuera viejo!…—, y ateneos,
en cambio, sobriamente, a la realidad más material e inmediata, que es donde
está el Señor”.
Este
“santo de lo ordinario” nos invita a sumergirnos de verdad en la aventura de lo
cotidiano:
“No
hay otro camino, hijos míos: o sabemos encontrar en nuestra vida
ordinaria al Señor, o no lo encontraremos nunca”.
2. DESCUBRIR
ESE “ALGO DIVINO” OCULTO TRAS LOS DETALLES
“Dios
está cerca”, recuerda Benedicto XVI. Este es también el camino en el que san
Josemaría acompañaba dulcemente a sus interlocutores:
“Vivimos
como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no
consideramos que también está siempre a nuestro lado”.
¿Cómo
encontrarlo, cómo establecer una relación con Él?
“Sabedlo
bien: hay algo santo, divino, escondido en las situaciones más
comunes, que os toca a cada uno de vosotros descubrir”.
En
el fondo, se trata de transformar todas las circunstancias
de la vida corriente, agradables o menos agradables, en fuente de diálogo con
Dios. Y por tanto de contemplación:
“Pero
esa tarea vulgar —igual que la que realizan tus compañeros de oficio— ha
de ser para ti una continua oración, con
las mismas palabras entrañables, pero cada día con música distinta. Es misión
muy nuestra transformar la prosa de esta vida en endecasílabos, en poesía
heroica”.
Para
san Josemaría, la aspiración a una vida de oración auténtica está íntimamente
ligada a una búsqueda de mejoría personal, a través de la adquisición de
virtudes humanas “engarzadas en la vida de la gracia”. Paciencia ante el
adolescente rebelde, sentido de amistad y capacidad de fascinación en las
relaciones con los demás, serenidad ante un fracaso doloroso…
Aquí
está, según san Josemaría, la “materia prima” del diálogo con Dios, el campo de
ejercicio de la santificación. Se trata de “materializar la vida
espiritual” para evitar la tentación de “llevar como una doble vida: la vida
interior, la vida de relación con Dios, de una parte; y de otra, distinta y
separada, la vida familiar, profesional y social, plena de pequeñas realidades
terrenas”.
Un
diálogo que aparece en Camino ilustra bien esta
invitación:
“Me
preguntas: ¿por qué esa Cruz de palo? —Y copio de una carta: ‘Al levantar la
vista del microscopio la mirada va a tropezar con la Cruz negra y vacía. Esta
Cruz sin Crucificado es un símbolo. Tiene una significación que los demás no
verán. Y el que, cansado, estaba a punto de abandonar la tarea, vuelve a
acercar los ojos al ocular y sigue trabajando: porque la Cruz solitaria está
pidiendo unas espaldas que carguen con ella’”.
4. VER A
CRISTO EN LOS DEMÁS
Nuestra
vida cotidiana es esencialmente una vida de relaciones, familiares, amistosas,
profesionales… Fuentes de alegría al igual que de tensiones inevitables. Según
san Josemaría, el secreto es saber “reconocer a Cristo, que nos sale al
encuentro, en nuestros hermanos los hombres. (…) Ninguna persona es un verso suelto, sino
que formamos todos parte de un mismo poema divino, que Dios escribe con el
concurso de nuestra libertad”.
Las
relaciones cotidianas adquieren, desde ese momento, también, un relieve
insospechado. “—Niño. —Enfermo. —Al escribir estas palabras, ¿no sentís la
tentación de ponerlas con mayúscula? Es que, para un alma enamorada, los niños
y los enfermos son Él”.
Y
de ese diálogo íntimo y continuo con Cristo deriva también de forma natural las
ganas de hablar a los demás de Él: “El apostolado es amor de Dios, que se
desborda, dándose a los demás”.
“Todo
lo que se hace por Amor adquiere hermosura y se engrandece”. Esta es sin duda
la última palabra de la espiritualidad de san Josemaría. No se trata de
intentar hacer grandes acciones o esperar circunstancias extraordinarias para
comportarse de forma heroica. La cuestión es, más bien, esforzarse humildemente
en el pequeño deber de cada momento poniendo todo el amor y toda la perfección
humana de los que seamos capaces.
A
san Josemaría le gustaba especialmente servirse de la imagen del pequeño burro
de noria cuya vida, en apariencia insípida y monótona, resulta de una
extraordinaria fecundidad:
“¡Bendita
perseverancia la del borrico de noria! —Siempre al mismo paso. Siempre las
mismas vueltas. —Un día y otro: todos iguales. Sin eso, no habría madurez en
los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín. Lleva
este pensamiento a tu vida interior”.
Edifa
Fuente: Aleteia