FILIACIÓN DIVINA
II. Consecuencias de la filiación divina: abandono en el Señor.
III. Portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios>>: fraternidad.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a los discípulos una parábola: -«¿Acaso puede un ciego guiar a otro
ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, sí
bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué te fijas en
la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el
tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la
mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita!
Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del
ojo de tu hermano»” (Lucas 6,39-42).
I. Cada uno de nosotros
puede afirmar que Dios ha derramado su gracia sobre él. Dios nos creó, y luego
ha querido darnos gratuitamente la dignidad más grande: Ser hijos suyos,
alcanzar la felicidad de ser domestici Dei, de su propia familia (Efesios 2,
19). La filiación divina natural se da en Dios Hijo.
Pero
Dios quiso, a través de una nueva creación, hacernos hijos adoptivos,
partícipes de la filiación del Unigénito: Ved qué amor tan grande nos ha
mostrado el Padre, que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos. (1 Juan 3, 1)
Toda la vida queda afectada por el hecho de la filiación divina: nuestro ser y
nuestro actuar.
Descubrimos
que Dios, además de ser el Ser Supremo, Creador y Todopoderoso, es
verdaderamente Padre amoroso de cada uno, y nuestra vida se convierte en un
abandono en los brazos fuertes del Padre... y deseo vivo –que se traduce en
obras- de dar alegrías a nuestro Padre Dios, de quien nos sabemos muy queridos.
II. Quien se sabe hijo de
Dios no debe tener temor alguno es su vida, porque Él conoce nuestras
necesidades reales. Cuando navegamos en el mar de la vida, en la calma y en la
tempestad, cuando tratamos de identificar nuestra voluntad con la de Dios, el
timón de la vida lo lleva Él, que conduce bien el rumbo a puerto seguro.
Sin
embargo puede suceder que en algunas ocasiones en medio de las dificultades,
cuando parece que la cabeza enloquece y el corazón se rompe, podemos repetir
despacio, con un dulce paladeo: “Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente
ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas,
-Amén” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino) Ese abandono en las manos de nuestro
Padre, nos dará una paz inquebrantable.
III. Los cristianos somos
hermanos porque somos hijos del mismo Padre, que ha querido establecer con
nosotros el vínculo sobrenatural de la caridad. Las manifestaciones que esta
fraternidad debe tener en la vida corriente son innumerables: respeto mutuo,
delicadeza en el trato, espíritu de servicio y ayuda en el camino que nos lleva
a Dios.
Lo
lograremos si miramos a los demás con ojos nuevos, como a hermanos a quienes
Dios tiene un amor particular. Nuestro amor a ellos ha de ser sacrificado,
diario, hecho de mil detalles de comprensión, de sacrificio silencioso, de
entrega que no se nota, que naturalmente nos impulsará al apostolado.
Santa
María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos enseñará a abandonarnos en el Señor
como niños pequeños y a portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios (J.
ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org