MEDITACIÓN DIARIA: VIERNES DE LA SEMANA 23 DEL TIEMPO ORDINARIO

FILIACIÓN DIVINA

Dominio público
I.
Generosidad de Dios, que ha querido hacernos hijos suyos.

II. Consecuencias de la filiación divina: abandono en el Señor.

III. Portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios>>: fraternidad.

“En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: -«¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo? Un discípulo no es más que su maestro, sí bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro. 

¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: "Hermano, déjame que te saque la mota del ojo", sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano»” (Lucas 6,39-42).

I. Cada uno de nosotros puede afirmar que Dios ha derramado su gracia sobre él. Dios nos creó, y luego ha querido darnos gratuitamente la dignidad más grande: Ser hijos suyos, alcanzar la felicidad de ser domestici Dei, de su propia familia (Efesios 2, 19). La filiación divina natural se da en Dios Hijo.

Pero Dios quiso, a través de una nueva creación, hacernos hijos adoptivos, partícipes de la filiación del Unigénito: Ved qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre, que nos llamemos hijos de Dios y lo seamos. (1 Juan 3, 1) Toda la vida queda afectada por el hecho de la filiación divina: nuestro ser y nuestro actuar.

Descubrimos que Dios, además de ser el Ser Supremo, Creador y Todopoderoso, es verdaderamente Padre amoroso de cada uno, y nuestra vida se convierte en un abandono en los brazos fuertes del Padre... y deseo vivo –que se traduce en obras- de dar alegrías a nuestro Padre Dios, de quien nos sabemos muy queridos.

II. Quien se sabe hijo de Dios no debe tener temor alguno es su vida, porque Él conoce nuestras necesidades reales. Cuando navegamos en el mar de la vida, en la calma y en la tempestad, cuando tratamos de identificar nuestra voluntad con la de Dios, el timón de la vida lo lleva Él, que conduce bien el rumbo a puerto seguro.

Sin embargo puede suceder que en algunas ocasiones en medio de las dificultades, cuando parece que la cabeza enloquece y el corazón se rompe, podemos repetir despacio, con un dulce paladeo: “Hágase, cúmplase, sea alabada y eternamente ensalzada la justísima y amabilísima Voluntad de Dios, sobre todas las cosas, -Amén” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino) Ese abandono en las manos de nuestro Padre, nos dará una paz inquebrantable.

III. Los cristianos somos hermanos porque somos hijos del mismo Padre, que ha querido establecer con nosotros el vínculo sobrenatural de la caridad. Las manifestaciones que esta fraternidad debe tener en la vida corriente son innumerables: respeto mutuo, delicadeza en el trato, espíritu de servicio y ayuda en el camino que nos lleva a Dios.

Lo lograremos si miramos a los demás con ojos nuevos, como a hermanos a quienes Dios tiene un amor particular. Nuestro amor a ellos ha de ser sacrificado, diario, hecho de mil detalles de comprensión, de sacrificio silencioso, de entrega que no se nota, que naturalmente nos impulsará al apostolado. 

Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, nos enseñará a abandonarnos en el Señor como niños pequeños y a portarnos como hijos de Dios con los hijos de Dios (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa)
  
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.

Fuente: Almudi.org