EL ACEITE DE LA CARIDAD
II. El brillo de las buenas obras.
III. Ser luz para los demás.
“En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos esta parábola: -«Se parecerá el reino de los cielos a
diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco
de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas,
se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con
las lámparas.
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A
medianoche se oyó una voz: ¡Que llega el esposo, salid a recibirlo! Entonces se
despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y
las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que
se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron: "Por si
acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda
y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que
estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.
Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor,
ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por
tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora»” (Mateo 25,1-13).
I. En el Evangelio de la
Misa de hoy, el Señor nos insiste acerca de la vigilancia que hemos de tener
sobre nosotros mismos y sobre los demás, y se centra en la actitud que se ha de
tener a la llegada del Señor. Él viene a nosotros, y debemos aguardarle con
espíritu vigilante, despierto el amor, pues –dice San Gregorio Magno—“dormir es
morir” (Homilías sobre los Evangelios)
No
basta haber iniciado el camino que nos lleva a Cristo: es preciso mantenernos
en él con un alerta continuo, porque la tendencia del hombre, es la de suavizar
la entrega que lleva consigo la vocación cristiana. Es necesario estar atentos
porque puede ser muy fuerte la presión del ambiente que tiene como norma de
vida la búsqueda insaciable de la comodidad.
La
virtud teologal de la caridad debe alumbrar siempre nuestros actos, en toda
circunstancia, en todo momento. El aceite que mantiene encendida la caridad es
la oración cuidada y llena de amor: la intimidad con Jesús.
II. El Señor nos pide
perseverancia en el amor, que irá creciendo siempre, sintiendo en cada época y
situación la alegría de servir a Cristo: sin desánimos, perseverantes en el
esfuerzo diario, para que el Amor nos encuentre preparados cuando venga.
Cuando
el cristiano pierde esa actitud atenta, cuando cede al pecado venial y deja que
se enfríe el trato de amistad con Cristo, cuando va dejando a un lado el
espíritu de mortificación, se queda a oscuras; sin luz para sí mismo y para los
demás que tenían derecho al influjo de su buen ejemplo.
No
está el amor a Dios en haber comenzado –incluso con mucho ímpetu-, sino en
perseverar, en recomenzar una y otra vez.
III. De esta actitud
vigilante que el Señor desea que mantengamos en el corazón han de beneficiarse
quienes están más cerca. Frater qui adiuvatur a fratre, quasi civitas firma
(LITURGIA DE LAS HORAS) el hermano ayudado por su hermano es tan fuerte como
una ciudad amurallada, que el enemigo no puede asaltar.
Es
necesario que seamos lámparas encendidas, que alumbren el camino de muchos.
Debemos amparar y proteger a esas personas con las que el Señor ha querido que
tengamos unos vínculos más estrechos y un trato particular, ayudándolos con la
oración, con la corrección fraterna, con un consejo oportuno, con una palabra
de aliento...
Hasta
con el saludo podemos hacerles bien, pues “el saludo es cierta especie de
oración” (SANTO TOMÁS, Catena aurea). Si somos fieles, el Señor nos introducirá
en el banquete de bodas en el Amor sin medida y sin fin.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org