CON TODO EL CORAZÓN
II. Amar a Dios también con el corazón.
III. Manifestaciones de piedad.
“En aquel tiempo, los
fariseos, al oír que Jesús había hecho callar a los saduceos, formaron grupo, y
uno de ellos, que era experto en la Ley, le preguntó para ponerlo a prueba:
-«Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?» Él le dijo:
-«"Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con
todo tu ser." Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es
semejante a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." Estos dos
mandamientos sostienen la Ley entera y los profetas»” (Mateo 22,34-40).
I. Amar a Dios no es
simplemente importante para el hombre: Es lo único que importa absolutamente,
aquello para lo que fue creado y, por tanto, su quehacer fundamental aquí en la
tierra y, luego su único quehacer eterno en el Cielo; aquello en lo que alcanza
su felicidad y su plenitud.
Sin
esto, la vida del hombre queda vacía. Maestro, ¿cuál es el principal
mandamiento de la Ley? Le pregunta a Cristo un fariseo en el Evangelio de la
Misa (Mateo 22, 34-40) Jesús le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Éste
es el mayor y el primer mandamiento. Cristo, Dios hecho hombre que viene a
salvarnos, nos ama con amor único y personal, “es un amante celoso” que pide
todo nuestro querer. Espera que le demos todo lo que tenemos de acuerdo a la
vocación a la que nos llamó un día y nos sigue llamando diariamente en medio de
nuestros quehaceres y a través de las circunstancias.
II. Santo Tomás nos enseña
que el principio del amor es doble, pues se puede amar tanto con el sentimiento
como por lo que nos dice la razón. Con el sentimiento, cuando el hombre no sabe
vivir sin aquello que ama.
Por
el dictado de la razón, cuando ama lo que el entendimiento le dice. Y nosotros
debemos amar a Dios de ambos modos: también con nuestro corazón humano, con el
afecto con que queremos a las criaturas de la tierra, (SANTO TOMÁS, Comentario
al Evangelio de San Mateo) con el único corazón que tenemos. El corazón, la
afectividad, es parte integrante de nuestro ser.
Humano
y sobrenatural es el amor que contemplamos en Jesús cuando leemos el Evangelio:
lleno de calor, de vibración y de ternura. Dios nos hizo con cuerpo y alma, y
con nuestro ser entero –corazón, mente, fuerzas- nos dice Jesús que debemos
amarle.
III. Es necesario cultivar
el amor, protegerlo, alimentarlo. Evitando el amaneramiento, debemos practicar
las manifestaciones afectivas de piedad –sin reducir el amor a estas
manifestaciones- poner el corazón al besar el crucifijo o al mirar una imagen
de Nuestra Señora..., y no querer ir a Dios sólo “a fuerza de brazos”, que a la
larga fatiga y empobrece el trato con Cristo.
Sin
embargo, el amor a Dios –como todo amor verdadero- no es sólo sentimiento; no
es sensiblería, ni sentimentalismo vacío, pues ha de conducir a múltiples
manifestaciones operativas, debe dirigir todos los aspectos de la vida del
hombre. “Obras nos amores y no buenas razones”.
Seguiré
diciéndote muchas veces que te amo -¡cuántas te lo he repetido hoy!-; pero, con
tu gracia, será sobre todo mi conducta, serán las pequeñeces de cada día –con
elocuencia muda- las que clamen a Ti, mostrándote mi Amor” (J. ESCRIVÁ DE
BALAGUER, Forja)
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org