La doble explosión en el puerto de Beirut este martes se ha cobrado ya más de un centenar de víctimas y miles de heridos, además de incalculables destrozos materiales causados por
una brutal onda expansiva
Jocelyne
Khoueiry, en dos momentos muy distintos de su vida:
a
la izquierda, durante la guerra por la liberación del Líbano;
a
la derecha, en una conferencia en el Vaticano el 8 de marzo de 2014
|
Es la última desgracia abatida
sobre un país que a mediados del siglo XX era denominado "la Suiza de
Oriente Medio", y cuya acogida generosa a los palestinos desplazados,
más la intervención de Siria e Israel, ha acabado costándole su unidad y prosperidad tras quince
años de guerra (1975-1990) y la inversión de su mayoría religiosa, de cristiana a musulmana, principalmente chiíta.
Los treinta años
transcurridos desde el final del conflicto parecían apuntar a una recuperación,
pero ahora mismo el país se encuentra económicamente hundido y con una agitación
política in crescendo y
la siempre presente violencia de Hezbolá.
En este duro contexto ha fallecido una mujer
extraordinaria que fue partícipe y protagonista de la historia reciente del
país de los cedros: Jocelyne
Khoueiry.
Con veinte años, cuando estalló la que fue llamada
"guerra civil", cogió las armas para defender la libertad del Líbano, socavada por los fedayines palestinos.
El conflicto la moldeó e hizo que viviera profundamente la fe. Llena de
una gran espiritualidad mariana, fundó movimiento laicos católicos en defensa
de la vida y la familia.
Marco Respinti le ha consagrado un artículo en La Nuova Bussola Quotidiana:
Jocelyne, la
heroína que defendió la libertad del Líbano
El 31 de julio perdió la última batalla en este
mundo, pero ciertamente ganó, en el Cielo, el premio más hermoso. Jocelyne Khoueiry, de 64 años,
se ha apagado, tras una larga enfermedad, en el hospital Notre-Dame de Secours
de Jbeil, llevándose con ella una parte del Líbano que la mayoría no conoce. No
saben qué se pierden.
Había nacido en Beirut en 1955 y, según la leyenda,
fue la primera combatiente de esa sanguinaria guerra del Líbano que, con
demasiada frecuencia, ha sido definida, con indulgencia superficial y
automáticamente cómplice, "civil", cuando en realidad siempre y sólo
fue una guerra por
poderes, una guerra de invasión, una guerra de aniquilación. No la
"guerra de todos contra todos", el habitual zoco oriental
donde no se entiende nada y tribus enfrentadas de semisalvajes disparan ráfagas
de metralleta a tontas y a locas, sino la guerra de una nación, es decir, de
una comunidad de hombres por nacimiento y destino, que se defendió para preservar su
identidad y que, preservándola, defendió la libertad de todos.
Líbano, de hecho, ha sido el Líbano cristiano desde la noche de los tiempos y,
dentro de él, siempre ha sido el Líbano maronita. Y lo ha sido en el sentido
menos confesional y, por tanto, más noble del término: un mundo definido hasta la médula
por el cristianismo, también cuando los cristianos no son la mayoría, pero
marcan la diferencia: es decir, son su sustancia.
La leyenda, decía más arriba, de Jocelyne no
es una hermosa mentira que se cuenta con palabras de plata: es, en cambio, la
historia que hay que leer de una Dama
del Lago que supo tener la valentía de defender la verdad también con las
armas.
Cuando, en abril de 1975, estalla la guerra,
Jocelyne coge sus veinte años y su fusil automático porque, en ese momento, es
lo único que se puede hacer. Los enemigos están sedientos de sangre, no
perdonan a nadie y alguien debe hacer algo. Los fedayines palestinos, acogidos por un Líbano generoso,
habían creado un Estado dentro del Estado, subvirtiendo al país desde
dentro.
Entonces Jocelyne dio un paso adelante, cual Lady
Marian con el aguante de Robin Hood. Las primeras fases de la guerra adoptaron
el nombre, famoso, de Front des Hotels,
"la Batalla de los Hoteles",
combatida con derroche de misiles y morteros en el distrito Minet-el-Hosn de
Beirut para conseguir el control de una zona estratégica.
El 7 de mayo de 1976, Jocelyne y seis compañeras defienden un edificio en la
Plaza de los Mártires contra 300 palestinos que, tras matar Jocelyne a su jefe,
huyen en desbandada y se retiran. Las Termópilas del Líbano. ¿Y alguien puede después pensar
que "leyenda" sigue siendo una expresión exagerada?
Entre 1977 y 1979, la guerra se reduce a lo mínimo
y Jocelyne cree que ha llegado el momento de deponer las armas. Esta es la virtud de los fuertes, que no
tiene parangón respecto a la violencia de los brutos. Pero los enemigos no
piensan igual y el conflicto se reaviva.
Fue entonces cuando el mundo vio surgir en el
horizonte la figura de Bashir
Gemayel (1947-1982), Thorin II Escudo de Roble [personaje ficticio del
mundo legendario de Tolkien, ndt], que le indica el camino al pueblo disperso. Bashir le pide a Jocelyne que
retome las armas y guíe a quinientas combatientes, el ala femenina de las
milicias del Kataeb, la "Falange libanesa", fundada en 1936 por
el padre de Bashir, el jeque Pierre
Gemayel (1905-1984).
La
sección comandada por la Dama llegará a tener mil unidades. Pero cuando Bashir es asesinado y las condiciones cambian, Jocelyne comprende realmente
que ha llegado el momento de proseguir la batalla con otras armas. La guerra la
ha forjado, cambiado, moldeado y la ha hecho vivir la fe hasta
el fondo.
En 1985 funda un
movimiento laical femenino católico, de formación y apostolado, La
Libanaise-Femme du 31 May, en el que entran también varias de
sus compañeras de armas y en el que muchas se consagran. Imbuida de espiritualidad mariana, funda
también Oui à la vie [Sí a la vida] en
1995 y el Centre Jean Paul
II en el año 2000, trabajando en el corazón de la identidad
nacional, humana y cristiana en ayuda y defensa de la vida y la familia.
En 1988, esta gran hija del Líbano se convierte en
objeto de un documental, La Tueuse,
dirigido por Jocelyne Saab,
compatriota suya, para el canal francés Canal+.
Amada
y reverenciada, ministros y eclesiásticos acudían a ella en busca de consejo.
En 2014, Jocelyne participó en la Tercera Asamblea general extraordinaria del
sínodo de los obispos. Era miembro del Pontificio Consejo
para los laicos.
Una mujer
extraordinaria, que cuando la conocías te dejaba asombrado por la fuerza de su
común heroicidad. Quien escribe esto visitó, con otras personas, el Líbano de
Jocelyne junto a Jocelyne en el verano de 1990, justo antes de que la guerra
del Líbano concluyera de manera sangrienta con el asalto final del ejército
sirio, el 13 de octubre, al palacio presidencial de Baabda, reducido a una
pequeña fracción, en el que otra gran personalidad, el general cristiano Michel Aoun, presidente de la
República ad interim, defendía
la última franja de soberanía del Líbano, un pedazo de tierra.
En Italia se había creado, ese mayo, el Comité para la Libertad y la
Independencia del Líbano que, entre otras cosas, organizaba envíos de
ayuda a la población bajo la égida de Cáritas. Llevamos géneros de primera necesidad, pisoteando,
en la explanada delante del edificio de las religiosas franciscanas toscanas
que nos hospedaban en Jounieh, los blísters de anticonceptivos que habían sido introducidos
en las dosis de medicamentos entregados por varios donantes.
Con
Jocelyne y sus hermanas pudimos ver el Líbano cristiano, alma de un país que es
una encrucijada de culturas, etnias y religiones: no una mezcla irenista, sino un humanismo auténtico puesto que cristiano, también para
quien no lo era, a pesar de los desastres de la guerra y el sufrimiento.
Hablamos de ello a todos los que vinieron a
nuestras conferencias públicas en Italia. Son cosas que una persona recuerda,
en su vida, como una epopeya, como esa enorme cruz de hierro -¡quién sabe si
aún seguirá allí!- que pintamos de rojo y que, después de llevarla en
procesión, izamos sobre el lateral de una montaña, bandera realista de la única
y verdadera paz posible. Tanto es así que, sin ella, todos pueden ver los
resultados, en Líbano y en cualquier otro lugar.
La gigantesca
estatua de Nuestra Señora
de Harissa, en la costa, es lo último que ves cuando abandonas el Líbano en
ferry: ciertamente, lo primero que ha hecho Jocelyne es abrazarla cuando ha
llegado al otro lado. Ahora sigue combatiendo delante de nosotros que, más
tarde, la seguiremos.
Traducido por Elena
Faccia Serrano.
Fuente:
ReL