Se cumplen 30 años de esa promesa: No ve la Televisión desde 1990. Algunas
particularidades de la vida del Papa Francisco contadas por él mismo
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En una
entrevista publicada por «La Voz del Pueblo» en el año 2015, Papa Francisco
explicó la curiosa promesa que le hizo a la Virgen del Carmen: «Televisión
no veo desde el año 1990 (se toma el tiempo para responder). Es una promesa que
le hice a la Virgen del Carmen en la noche del 15 de julio de 1990″.
En una
entrevista con el periodista Juan Berretta, que publicó el diario La Voz del Pueblo de la ciudad
bonaerense de Tres Arroyos, en 2015, Francisco dio su visión sobre Argentina,
habló de sus gustos y sus miedos, y en especial de los temas de la realidad del
mundo que le preocupan.
¿Soñaba con ser
Papa?
¡¡¡Nunca!!!
Tampoco con ser presidente de la República o general del Ejército. Viste que
hay algunos pibes que sueñan con eso. Yo no.
¿Pero avanzando
en el servicio episcopal tampoco fantaseó con esa posibilidad?
Después de que
estuve 15 años en puestos de mando en los que me fueron poniendo, volví al
llano, a ser confesor, cura… La vida de un religioso, de un jesuita, va cambiando
según las necesidades.
Y con respecto
a la posibilidad, yo estaba en la lista de los papables en el otro
cónclave… Pero esta vez, la segunda, por la edad, 76 años, y porque además
había gente más valiosa ciertamente… Así que a mí nadie me nombraba, nadie.
Además decían
que era un kingmaker (o hacedor de reyes, como se denomina
aquellos cardenales que debido a su experiencia y autoridad son más capaces que
otros para pesar en el resultado electoral), que podía influir en los
cardenales latinoamericanos para que votaran.
Tanto era el
asunto que ni una foto mía salió en los diarios, nadie pensaba en
mí. En las casas de apuestas de Londres estaba en el número 46 (se ríe
con ganas). Yo tampoco pensaba en mí, ni se me ocurría.
¿A pesar de que
en 2005 fue el segundo más votado luego de Ratzinger?
Esas son cosas
que se dicen. Lo cierto es que al menos en la otra elección estaba en los
diarios, aparecía entre los papables. Adentro era claro que tenía que ser
Benedicto y hubo casi unanimidad por él y eso a mí me gustó mucho. Era clara su
candidatura, en la segunda no había ningún candidato claro. Había varios
posibles, pero ninguno fuerte.
Por eso me vine
a Roma con lo puesto y con pasaje para volver el sábado a la noche y poder estar
en Buenos Aires en el Domingo de Ramos. Incluso dejé hecha mi homilía sobre el
escritorio. Nunca pensé que iba a pasar.
¿Y cuando fue
elegido qué sintió?
Antes de la
elección definitoria sentí mucha paz. «Si Dios lo quiere…», pensé. Y me
quedé en paz. Mientras que se hacían los escrutinios, que son eternos,
yo rezaba el rosario, tranquilo. Tenía a mi lado a mi amigo el cardenal Claudio
Hummes, que en una votación anterior a la definitiva me decía, «no te
preocupes, ¿eh?, que así obra el Espíritu Santo…» (vuelve a reírse).
¿Y lo asumió en
seguida?
Me llevaron a
la Sacristía, me cambiaron la sotana, y a la cancha. Y ahí dije lo que me vino.
Fue algo
natural entonces.
Sí, sentí mucha
paz y dije lo que me vino del corazón
¿Reconoce el
magnetismo que genera en la gente? Lo digo por el plus que le da su figura a la
investidura papal.
Y, sí… Sé que la gente… (duda, hace silencio) Primero
no entendía por qué ocurría eso. Y me cuentan algunos cardenales que la gente
dice: «le entendemos». Claro, yo trato de ser plástico en las audiencias, en
las cosas que hablo, como hoy (por la audiencia pública del miércoles pasado),
que conté una anécdota de cuando estaba en cuarto grado. Entonces es como que la gente entiende lo que quiero decir.
Como cuando
hablé del caso de los padres separados, que usan de rehenes a los hijos, algo
muy triste, los victimizan, el papá le habla mal de la mamá, o al revés, y al
pobre chico se le arma un corso a contramano en la cabeza. Trato de ser
concreto y eso que vos llamás magnetismo, ciertos cardenales me dicen que tiene
que ver con que la gente me entiende.
¿Disfruta de la
audiencia pública?
Sí, lo disfruto
en un sentido humano y espiritual, las dos cosas. La gente me hace bien,
me tira buena onda, como se dice. Es como que mi vida se va involucrando en la
gente.
Yo,
psicológicamente, no puedo vivir sin gente, no sirvo para monje,
por eso me quedé a vivir acá en esta casa (en la residencia de Santa Marta).
Esta es una casa de huéspedes, hay 210 piezas, vivimos 40 personas que
trabajamos en la Santa Sede y los otros son huéspedes, obispos, curas, laicos,
que pasan y se hospedan acá.
Y eso a mí me
hace muy bien. Venir aquí, comer en el comedor, donde está toda la gente, tener
la misa esa donde cuatro días a la semana viene gente de afuera, de las
parroquias… Me gusta mucho eso. Yo me hice cura para estar con la
gente. Doy gracias a Dios que eso no se me haya ido.
¿Qué añora de
su vida previa al papado?
Salir a la
calle. Eso sí lo añoro, la tranquilidad de caminar por las calles. O ir a una
pizzería a comer una buena pizza (se ríe).
Puede pedir un
delivery al Vaticano.
Sí, pero no es
lo mismo, la cuestión es ir allí. Yo siempre fui callejero. De
cardenal me encantaba caminar por la calle, ir en colectivo, subte. La ciudad
me encanta, soy ciudadano de alma. No podría vivir en una ciudad
como la tuya por ejemplo, me costaría mucho… No, Tres Arroyos no es tan chico,
sí podría vivir ahí. En el campo no podría vivir.
¿Acá recorre la
ciudad?
Noooo, (otra
vez se ríe con ganas). Voy a las parroquias… Pero no puedo salir.
Imaginate que yo salgo ahí (por la calle) y se arma. Un día salí en el
auto sólo con el chofer y me olvidé de cerrar la ventanilla, estaba abierta y
no me di cuenta. Y se armó un lío… Yo iba en el asiento del
acompañante, teníamos que ir ahí nomás, pero la gente no dejaba avanzar el
auto. Claro, que el Papa esté por la calle…
Eso tiene que
ver con su forma de ser
Es verdad
que acá tengo el apelativo de indisciplinado, el protocolo mucho no lo
sigo. El protocolo es muy frío, aunque hay cosas oficiales a las que me
atengo totalmente.
¿De noche puede
descansar, se desconecta?
Yo tengo un
sueño tan profundo que me tiro en la cama y me quedo dormido. Duermo
seis horas. Normalmente a las nueve estoy en la cama y leo hasta casi las diez, cuando
me empieza a lagrimear un ojo apago la luz y ahí quedé hasta las cuatro que me
despierto solo, es el reloj biológico.
Eso sí, después
necesito la siesta. Tengo que dormir de 40 minutos a una hora,
ahí me saco los zapatos y me tiro en la cama. Y también duermo
profundamente, y también me despierto solo. Los días que no duermo la siesta lo
siento.
¿Qué lee antes
de dormirse?
Ahora estoy
leyendo sobre san Silvano del Monte Athos, un gran maestro espiritual.
En la visita
que realizó a Manila en el verano, habló de la importancia de llorar. ¿Usted
llora?
Cuando
veo dramas humanos. Como el otro día al ver lo que ocurre con
los del pueblo rohingya, que andan arriba de esos barcones en aguas tailandesas
y cuando se acercan a tierra les dan un poco de comida, agua y los echan otra
vez al mar. Eso me conmueve profundamente, ese tipo de dramas.
Después, los
chicos enfermos. Cuando veo lo que acá llaman «enfermedades raras», que son
producidas por descuido del ambiente, se me revuelve todo. Cuando veo a esas
criaturas le digo al Señor: «¿Por qué ellos y no yo?».
Cuando voy a la cárcel también me conmuevo. De los tres Jueves Santos que tuve, dos
fui a cárceles, una vez a una de menores y la otra a la de Rebibbia. Y después
en otras ciudades de Italia que visité fui a la cárcel, almorcé con ellos, y
cuando estaba charlando me venía a la cabeza: «Pensar que yo podría estar
aquí…». Es decir, ninguno de nosotros está seguro de que nunca va a cometer un
crimen, una cosa digna de ser encarcelado.
Entonces me digo: ¿por qué Dios
permitió que yo no esté aquí? Y siento dolor por ellos y le agradezco a Dios no
estar, pero a la vez siento que ese agradecimiento es de conveniencia también,
porque ellos no tuvieron la oportunidad que tuve yo de no hacer una macana
digna de estar encarcelado. Eso me lleva al llanto interior. Eso
lo siento mucho.
¿Pero
llega a llorar con lágrimas?
Públicamente no lloro. Me pasó dos veces que estuve al límite,
pero me pude frenar a tiempo. Estaba demasiado conmovido, incluso hubo algunas
lágrimas que se escaparon, pero me hice el tonto y después de un rato me pasé
la mano por la cara.
¿Por
qué no quería que lo vieran llorar?
No sé, me pareció que tenía que seguir
adelante.
¿Cuáles
fueron esas situaciones?
Recuerdo una, la otra no. La que me acuerdo
tuvo que ver con la persecución de los cristianos en Irak. Estaba hablando de
eso y me conmoví profundamente. Pensar en los chicos…
¿A
qué le tiene miedo?
En general no tengo miedo. Soy más bien
temerario, me mando sin medir consecuencias. Eso a veces me da dolores de cabeza porque
por ahí se me va una palabra de más (otra vez se ríe con intensidad).
En cuanto a los atentados, yo
estoy en manos de Dios y en mi oración le hablé al Señor y le dije: «Mirá, si
eso tiene que ser, que sea, solamente te pido una gracia, que no me duela» (se
ríe), porque soy cobarde frente al dolor físico.
El dolor moral lo aguanto, pero el físico, no. Soy muy cobarde en eso, no es que
le tenga miedo a una inyección, pero prefiero no tener problemas con el dolor
físico. Soy muy intolerante, lo asumo como algo que me quedó de la
operación de pulmón que me realizaron cuando tenía 19 años.
Fuente: Aleteia/Team