Una lectura del Evangelio para entender el tiempo
presente, según lo que dice el Papa Francisco, después del último Concilio:
este es el tiempo de la misericordia, aunque el hombre de hoy - como dijo San
Juan Pablo II - parece oponerse a esta palabra
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| […] "como un niño tranquilo en brazos de su madre", cf. salmo 131 |
Este año es el 20º aniversario de la canonización de
Santa Faustina Kowalska, Apóstol de la Divina Misericordia, y es también el 40º
aniversario de la Encíclica
"Dives in Misericordia". El Papa Wojtyla recorrió
proféticamente el camino de la misericordia, “siguiendo – como escribe en ese
texto – las enseñanzas del Concilio Vaticano II” e impulsado “en estos tiempos
críticos y nada fáciles”, por la necesidad de descubrir en “Cristo el rostro
del Padre, que es « misericordioso y Dios de todo consuelo » (...) Por eso, “es
conveniente ahora que volvamos la mirada a este misterio: lo están sugiriendo
múltiples experiencias de la Iglesia y del hombre contemporáneo; lo exigen
también las invocaciones de tantos corazones humanos, con sus sufrimientos y
esperanzas, sus angustias y expectación”.
Wojtyla: el
hombre de hoy parece oponerse al Dios de la misericordia
En esa Encíclica, San Juan Pablo II lanza "una
vibrante llamada" para que la Iglesia dé a conocer cada vez más la
misericordia de Dios " de la que el hombre y el mundo contemporáneo tienen
tanta necesidad". Y lo necesitan, “aunque con frecuencia no lo
saben". También porque " La mentalidad contemporánea, quizás en mayor
medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la misericordia
y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano la idea
misma de la misericordia". También porque la palabra y el concepto de
misericordia “parecen producir una cierta desazón en el hombre”.
Papa Francisco:
es el tiempo de la misericordia
Francisco, en la estela del Concilio Vaticano II y de
sus predecesores, afirma con fuerza que este es el tiempo de la misericordia (Carta
Apostólica "Misericordia et misera", 2016). Un anuncio
proclamado con pasión que llena el corazón de muchas personas de alegría, pero
que no deja de suscitar en algunos, incluso dentro de la Iglesia, dudas y
perplejidad, si no una hostilidad abierta. Nos encontramos en la misma
situación descrita por los Evangelios hace 2000 años: la misericordia se
convierte en una palabra "buenista" y vacía para aquellos que no
sienten que la necesitan, una palabra enemiga de tantas de nuestras
"justicias" que sólo saben acusar y condenar de forma sumaria: la
justicia de Dios, en cambio, salva.
Benedicto XVI:
la misericordia es el núcleo del Evangelio
Para Benedicto XVI a misericordia es “el núcleo
central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, el rostro con el
que se reveló en la Antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del
Amor creador y redentor” (Regina Coeli,
30 de marzo de 2008). Los evangelistas nos dicen que los
primeros en oponerse a Jesús fueron los escribas y los fariseos, que no podían
soportar que el Señor se comportara misericordiosamente con los pecadores,
incluso con los más notorios y odiados, y era particularmente duro con ellos,
que se consideraban justos, verdaderos observadores y defensores de la Ley transmitida
por los Padres, que también hablaban de "un Dios compasivo y
bondadoso" (Ex 34, 6). Pero ellos sólo sabían ver a Dios como juez y
castigador de los pecadores, de los otros, y acusaban a Jesús de transgredir la
Ley, de blasfemar e incluso de estar endemoniado. Su ira es comprensible:
creían que eran justos y se sentían criticados duramente. Creían que estaban
defendiendo a Dios, y Dios los corrigió con palabras duras.
La dureza de
Jesús hacia los escribas y fariseos
Las palabras más duras son las siete maldiciones que
Jesús dirigió a los escribas y fariseos. Leamos una parte del texto de Mateo:
«¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que
cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan
entrar a los que quisieran. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que
devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones! Por eso serán
juzgados con más severidad. ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que
recorren mar y tierra para conseguir un prosélito, y cuando lo han conseguido
lo hacen dos veces más digno de la Gehena que ustedes! (…) ¡Ay de ustedes,
escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta, del hinojo y
del comino, y descuidan lo esencial de la Ley; la justicia, ¡la misericordia y
la fidelidad! Hay que practicar esto, sin descuidar aquello.
¡Guías ciegos, que filtran el mosquito y se tragan el
camello! ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que limpian por fuera
la copa y el plato, mientras que por dentro están llenos de codicia y
desenfreno! (…) ¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que parecen
sepulcros blanqueados: hermosos por fuera, ¡pero por dentro llenos de huesos de
muertos y de podredumbre! Así también son ustedes: por fuera parecen justos
delante de los hombres, pero por dentro están llenos de hipocresía y de
iniquidad. (...) ¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo podrán escapar a la
condenación de la Gehena?» (Mt 23, 13-33).
Los discípulos
de Jesús acusados de transgredir la tradición
Cuando los escribas y fariseos le preguntaron por qué
sus discípulos transgredían la tradición de los antiguos, Jesús respondió:
«¿Y por qué ustedes, por seguir su tradición, no
cumplen el mandamiento de Dios? (...) Así ustedes, en nombre de su tradición,
han anulado la Palabra de Dios. ¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías,
cuando dijo: "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está
lejos de mí. En vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son sino
preceptos humanos"» (Mt.15, 3, 6-9).
No los que
dicen, "Señor, Señor..."
También son desconcertantes las palabras de Jesús al
predecir que un día se dirigirá a algunos que se consideran creyentes:
«No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que
entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi
Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿acaso
no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos
milagros en tu Nombre?”. Entonces yo les manifestaré: «Jamás los conocí; apártense
de mí, ustedes, los que hacen el mal» (Mt 7, 21-23).
"Misericordia
quiero, y no sacrificios"
En ese momento se habían acumulado una gran cantidad
de normas religiosas, muy detalladas, que podían dar seguridad, pero que habían
perdido lo esencial. Jesús, criticado por los fariseos porque comía con
publicanos y pecadores, dice:
«No son los sanos los que tienen necesidad del médico,
sino los enfermos. Vayan y aprendan qué significa: Yo quiero misericordia y no
sacrificios. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores» (Mt 9, 12-13).
La esencia del
cristianismo
Los fariseos solían hacerle preguntas a Jesús para que
respondiera con "sí o no", secos, para ponerlo a la prueba. Otras
veces, simplemente, lo ponían a prueba. A uno de ellos que le pregunta cuál es
el mayor mandamiento de la ley, Jesús le revela claramente que la esencia del
cristianismo es la caridad:
«Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer
mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas» (Mt 22-
37-40).
Las preguntas
del juicio final
Sabemos que seremos juzgados por el amor, y ya
conocemos las preguntas del juicio final: son las obras de misericordia:
«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria rodeado
de todos los ángeles, se sentará en su trono glorioso. Todas las naciones serán
reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa
las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su
izquierda. Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: "Vengan,
benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado
desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer;
tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me
vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver» (Mt 25, 31-36).
Ejemplos de
caridad "lejanos" para los "cercanos"
Nuestra perenne tentación es enjaular a Jesús en
nuestros esquemas, pero Él va más allá, como nos recuerda la parábola del Buen
Samaritano (Lc 25, 10-37): un hombre considerado hereje que hace un gesto de
caridad, a diferencia del sacerdote y el levita que ven a un hombre medio
muerto por los bandidos pero que no intervienen. El samaritano, en cambio,
tiene compasión, se detiene y se ocupa de ese hombre. El juicio de Dios es
diferente de nuestros juicios. Las palabras de mayor estima pronunciadas por
Jesús son para dos personas aparentemente distantes que se acercan a Él no por
sí mismas, sino por la curación de una hija y un sirviente. Le dice a una mujer
cananea: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! (Mt 15, 28). Y a un centurión le dice:
«Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe» (Mt 8,
10). El amor supera todas las barreras y etiquetas.
La humildad de
dejarse corregir
A nadie le gusta que le llamen fariseo. Pero dentro de
cada uno de nosotros hay un "doctor de la ley" que juzga a nuestro
prójimo y se siente mejor que el publicano de turno, como nos dice la famosa
parábola (Lc 18, 9-14): tenemos que ser correctos, a veces incluso fuertemente,
para ser sacudidos en nuestra dureza. A todos nosotros, Jesús nos dice: «si la
justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán
en el Reino de los Cielos» (Mt 5, 20). La justicia de Jesús es la de la
misericordia que llega a amar al enemigo. La justicia de Jesús es la salvación.
Leer los signos
de los tiempos
El Señor en el Evangelio nos invita a leer los signos
de los tiempos para saber cuándo viene (cf. Lc 12,54-59). Con el último Concilio,
la Iglesia continuó su camino en la comprensión de la verdad de la misericordia
de Dios. Francisco sigue recorriendo este camino, como indicó San Juan Pablo
II: "fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza
para el hombre" (Homilía en el
Santuario de la Divina Misericordia de Cracovia-Łagiewniki, 17 de agosto de
2002).
Sergio Centofanti
Vatican
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