Descubre la ayuda y presencia de estos seres espirituales que
están en medio de nosotros y nos rodean prestándonos toda su asistencia y ayuda
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María Olguín Mesina |
En
estos tiempos del virus Conavid-19, que ha afectado a millones de personas en
su esfera social, familiar, espiritual, económica, se
pone de manifiesto, entre otras muchas cosas, un mundo invisble, un
mundo que no alcanzamos a ver con nuestros ojos.
Y es que los virus son entre
500 y 1000 veces más pequeños que una célula de nuestro organismo; solo pueden
ser vistos con microscopios especiales, pues con los microscopios normales no
los alcanzamos a ver.
La
humanidad se enfrenta a un
agente infeccioso que no ve. Tal vez esto sea un llamado a tomar
la iniciativa de san Pablo en la carta a los Corintios:
“No
ponemos la mirada en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, porque
las que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas” (2 Co. 4,18). Volver
a poner la mirada en las cosas que no se ven,
volver a recordar que hay un mundo visible e invisible, tal como lo profesamos
en el Credo.
Ese
mundo invisible existe, aunque no lo veamos y se encuentra actuando en medio de
nosotros.
Dentro de ese mundo
invisible están esos buenos amigos que son los
santos ángeles y que vienen a cuidar nuestro cuerpo y nuestra alma.
A ellos no los vemos con
nuestros ojos, pero como dice John Henry Newman, “aunque
son tan grandes, tan gloriosos, tan puros y tan hermosos, que la sola visión de
ellos, si nos fuera permitido verlos, nos derribaría por tierra, como le
ocurrió al profeta Daniel, tan santo y recto como era, sin embargo, son
nuestros servidores y compañeros, y velan cuidadosamente y defienden al más
humilde de nosotros, si somos de Cristo”.
Es
tiempo de volver la mirada a esta realidad invisible, invocarlos y dirigirnos a
ellos para que nos presten ayuda, consuelo, guía y fortaleza en estos tiempos
de tribulación, confusión, y por qué no, de combate espiritual.
Por ello te invito a que
levantes tus ojos, levanta tu corazón y descubre la ayuda y presencia de estos
seres espirituales que están en medio de nosotros y nos rodean prestándonos
toda su asistencia y ayuda.
En
estos momentos en que el hombre conoce y evita relacionarse con un agente
inferior como un virus, ¿por qué negar o es tan difícil de aceptar la
importancia y necesidad de relacionarnos con criaturas superiores como son los
ángeles?.
Cuando alcemos nuestros ojos
y veamos más allá, vamos a descubrir que la armonía en la creación, de
acuerdo a los que nos enseña la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia,
es mantenida por la obra de los ángeles.
Volvamos a John Henry
Newman, al decir que “el curso de la naturaleza, que es tan
maravilloso, tan bello y tan temible, es obrado por ministerio de aquellos
seres invisibles. La naturaleza no es
inanimada, su diario trabajo es inteligente, sus obras son servicios…” de los ángeles, ministros
de Dios.
Acudamos a ellos para
pedirles su intercesión, para rogarles que devuelvan el orden y la armonía en
la creación llamada a manifestar la gloria de Dios.
Ellos
conocen incomparablemente mejor que el hombre el mundo material y sus leyes,
ellos conocen a los seres inferiores, el virus y conocen su estructura y el
modo de eliminarlo.
Recuerda el ángel en la
piscina de Betesda, quien al mover sus aguas, le concedía a ésta un poder
medicinal (cfr. Jn. 5,4); recuerda que Dios ha dado órdenes a sus ángeles para
que te guarden en tus caminos y nos libren de la peste funesta (cfr. Salmo 91).
Los ángeles ejercen sobre la
creación material un imperio misterioso que se extiende sobre toda la creación
y sobrepasa todo conocimiento humano en el campo científico y técnico.
De acuerdo con la tradición
de la Iglesia oriental, san Miguel
Arcángel tiene la misión de ayudar a los enfermos. Esta misión se une de
manera armónica a la tarea de ver por el bienestar de aquellos a los cuales ha
sido encargado de proteger.
Y es que han sido varios los
episodios en que este glorioso arcángel, jefe de la milicia celestial, ha
intervenido librando a la humanidad de la peste funesta.
A manera de ejemplo
recordemos el testimonio del historiador Sozomeno, del siglo V, que relata que
en Constantinopla había una iglesia dedicada a san Miguel, “todos los que
tenían grandes penas o tenían enfermedades incurables se acercaban al templo a
orar y pronto se libraban de sus penas”.
Igualmente, durante el
pontificado de san Gregorio Magno, en el año 590, aparece una terrible peste
que estaba cobrando muchas vidas en la ciudad de Roma.
El Papa ordenó que se
hiciera una procesión penitencial desde Santa María la Maggiore, algo similar a
lo que hizo nuestro papa Francisco en días pasados.
Gregorio Magno cargaba una
estatua de la Virgen durante la procesión. Cuando llegaron al puente sobre el
río Tíber, oyeron cantos de ángeles y, de pronto, sobre el castillo que hoy se
llama Castel Sant ́Angelo, se apareció San Miguel, quien en su mano llevaba una
espada. En ese momento, la peste terminó.
Los cristianos de Egipto han
consagrado el rio Nilo, considerado como el río de la vida, a la protección de
este gran príncipe.
Y es que San Miguel Arcángel se interesa profundamente
por todos los asuntos de sus protegidos, particularmente de las calamidades que
les estén afligiendo. San Miguel atiende los pedidos de ayuda y socorro que el
pueblo le hace.
Por ello, en estos tiempos
acudamos a este gran protector, a este gran príncipe y jefe del ejército
celestial, y experimentaremos, si es la voluntad de Dios, su ayuda, protección
y su asistencia cargando a nosotros las gracias de sanación de la preciosa
sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
En estos tiempos elevemos
esta plegaria a este buen Arcángel:
Oh gloriosísimo San Miguel
Arcángel,
príncipe y caudillo de los ejércitos celestiales,
custodio y defensor de las almas,
guarda de la Iglesia,
vencedor, terror y espanto de los rebeldes espíritus infernales.
Humildemente te rogamos,
te dignes librar de todo mal a los que a ti recurrimos con confianza;
que tu favor nos ampare, tu fortaleza nos defienda
y que, mediante tu incomparable protección
adelantemos cada vez más en el servicio del Señor;
que tu virtud nos esfuerce todos los días de nuestra vida,
especialmente en el trance de la muerte,
para que, defendidos por tu poder
del infernal dragón y de todas sus asechanzas,
cuando salgamos de este mundo
seamos presentados por ti,
libres de toda culpa, ante la Divina Majestad.
príncipe y caudillo de los ejércitos celestiales,
custodio y defensor de las almas,
guarda de la Iglesia,
vencedor, terror y espanto de los rebeldes espíritus infernales.
Humildemente te rogamos,
te dignes librar de todo mal a los que a ti recurrimos con confianza;
que tu favor nos ampare, tu fortaleza nos defienda
y que, mediante tu incomparable protección
adelantemos cada vez más en el servicio del Señor;
que tu virtud nos esfuerce todos los días de nuestra vida,
especialmente en el trance de la muerte,
para que, defendidos por tu poder
del infernal dragón y de todas sus asechanzas,
cuando salgamos de este mundo
seamos presentados por ti,
libres de toda culpa, ante la Divina Majestad.
Fernando Cárdenas Lee, Foyer de Charite
Fuente: Aleteia