¿Qué tienen que ver los ángeles
con el Sagrado Corazón de Jesús?
Como cristianos tenemos grandes riquezas
y tesoros que a veces desconocemos y pensamos que son algo “normal” o
“superfluo”, y sin embargo son grandes gracias que Dios nos da para que nuestro
corazón ame como El y encuentre la paz, la verdad y la belleza que solamente
vienen de Él.
De entre estos tesoros sobresale el culto
al Sagrado Corazón de Jesús. Ya el Papa Pío XII, en la Encíclica “Haurietis
Aquas” del 15 de mayo de 1956, que “este culto, si consideramos su naturaleza
peculiar, es el acto de religión por excelencia, esto es, una plena y absoluta
voluntad de entregarnos y consagrarnos al amor del Divino Redentor, cuya señal
y símbolo más viviente es su Corazón traspasado”.
Y es que, como afirma San Juan Pablo II,
el corazón ardiente de Jesús es la fuente de la vida de amor de los santos,
ángeles y hombres. El corazón Divino es, continúa Juan Pablo II, el espacio
vital de los bienaventurados: el lugar donde ellos permanecen en el Amor (Jn
15, 9), sacando de Él gozo perenne y sin límite (cfr. Angelus del 12/11/89).
Pero como es propio del amor darse,
entregarse, así los Ángeles salen de este “espacio vital” o, según descripción
de Jacob, suben y bajan de este Sagrado Corazón y vienen hasta nosotros los
hombres para encendernos en este amor Divino. Por ello, estas criaturas
espirituales nos ayudan a crecer en el conocimiento de este amor que brota del
Divino Corazón y a permanecer en él.
Sin embrago, esta ayuda que nos prestan
los Santos Ángeles brota de este fuego de amor del Corazón de Jesús. Al tener
como “espacio vital” este Divino Corazón los Ángeles contemplan la plenitud del
amor misericordioso del Amor del Redentor hacia los hombres.
Ellos, los Ángeles, ven en primer lugar a
su Señor, contemplan su Corazón traspasado por cada hombre y se admiran al ver
el corazón humano-Divino de su Señor.
Es desde ese corazón manso y humilde (Mt
11, 29) desde nos contemplan los Ángeles y ante el cual se admiran al ver el
corazón humano del Hijo de Dios y el amor extremo y mayor con el que nos ha
amado a cada uno de nosotros.
Pero los Ángeles entienden que este
corazón de Jesús, Redentor y Señor de la Creación, es un corazón manso y
humilde, y por ello buscan que el nuestro tenga también estos rasgos.
La mansedumbre, ha dicho Juan Pablo II,
consiste en vivir en Dios. “No se trata de cobardía, sino del auténtico valor
espiritual de quien sabe enfrentarse al mundo hostil no con ira, no con
violencia, sino con benignidad y amabilidad; venciendo el mal con el bien,
buscando lo que une y no lo que divide, lo positivo y no lo negativo, para
‘poseer así la tierra’ y construir en ella la ‘civilización del amor’” (cfr.
Homilia del 2/2/85).
A este amor nos llevan los Ángeles, a
vivir con Él, dentro de Él y dar testimonio de este amor mediante un amor sin
egoísmo, sin orgullos ni deseos de venganza, sino a un amor puro y bondadoso.
Un amor capaz de tener compasión y ser misericordioso con los hermanos.
Los Santos Ángeles contemplan este Divino
amor, lo adoran y se asombran ante este misterio grande, pero van más allá: nos
contemplan dentro de este Divino Amor y nos ayudan a hacer memoria del amor con
el que cada uno ha sido comprado.
Todo ello para que tengamos un corazón
como el de Jesús: manso y humilde.
Fuente:
Aleteia