LA SENDA ESTRECHA
II. Necesidad de la mortificación. Lucha contra
la comodidad y el aburguesamiento.
III. Algunos ejemplos de templanza y de
mortificación.
«No deis las cosas
santas a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las
pisoteen con sus patas y revolviéndose os despedacen. Todo lo que queráis que
hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos: Esta es la
Ley y los Profetas.
Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué angosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué pocos son los que la encuentran!» (Mateo 7, 6, 12-14)
I. Mientras iban de camino
hacia Jerusalén, uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan?. Jesús
no le contestó directamente, sino que le dijo: Esforzaos por entrar por la
puerta estrecha, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán. Y en el
Evangelio de la Misa de hoy San Mateo nos ha dejado esta exclamación del Señor:
¡Qué angosta es la puerta, y qué estrecha la senda que conduce a la vida, y qué
pocos son los que atinan con ella!.
La
vida es como un camino que acaba en Dios, un camino corto. Importa sobre todo
que, al llegar, se nos abra la puerta y podamos entrar: «caminamos peregrinos
hacia la consumación de la historia humana. Dice el Señor: Vengo presto y
conmigo mi recompensa, para dar a cada uno según sus obras... (Apoc 22,
12-13)».
Dos
sendas, dos actitudes en la vida. Buscar lo más cómodo y placentero, regalar el
cuerpo y huir del sacrificio y de la penitencia; o bien, buscar la voluntad de
Dios aunque cueste, tener los sentidos guardados y el cuerpo sujeto. Vivir como
peregrinos que llevan lo justo y se entretienen poco en las cosas porque van de
paso, o quedar anclados en la comodidad, el placer o los bienes temporales
utilizados como fines y no como simples medios.
Un
camino conduce al Cielo; el otro, a la perdición, y son muchos los que andan
por él. Con frecuencia nos hemos de preguntar por dónde caminamos nosotros y a
dónde vamos. ¿Nos dirigimos derechamente al Cielo, aunque no falten derrotas y
flaquezas? ¿Es el camino estrecho por el que andamos? ¿Vivimos habitualmente la
templanza y la mortificación, pequeños sacrificios, pequeños pero reales? ¿A
dónde vamos nosotros? ¿Cuál es realmente el fin de nuestros actos? «Si miramos
las cosas, no como una pura teoría, sino con referencia a la vida, quizá sea
posible entenderlo mejor.
Si
un universitario quiere ser médico no se matricula en Filología Románica... En
realidad, si un estudiante se matricula en Filología Románica está demostrando
que lo que de verdad quiere ser es filólogo, no médico, a pesar de cuanto se
diga (...). Y ello es así porque cuando se quiere algo hay que elegir los
medios adecuados (...). Si uno quiere ir a su propio hogar y deliberadamente
elige el camino que conduce a la casa de su enemigo, lo que sin duda está
queriendo es ir a donde, según dice, no desea». Y si diera la razón de que ha
elegido ese determinado camino porque es más cómodo, entonces lo que de verdad
le importa es el camino, no el fin al que éste le conduce.
Muchos
viven persiguiendo fines inmediatos, sin orientar su vida al fin último, Dios,
que debe determinarlo todo. Pero no olvidemos que, para conseguirlo, «cada día
un poco más -igual que al tallar una piedra o una madera-, hay que ir limando
asperezas, quitando defectos de nuestra vida personal, con espíritu de
penitencia, con pequeñas mortificaciones (...)».
II. El hombre tiende a ir
por la senda ancha, aunque posea pocos bienes, y por el camino cómodo de la
vida. Prefiere también una puerta ancha, que no conduce al Cielo: con
frecuencia se abalanza sin medida sobre las cosas, sin regla ni templanza.
La
senda que nos señala el Señor es alegre, pero es, a la vez, de cruz y
sacrificio, de templanza y de mortificación. Si alguno quiere venir en pos de
mí, que tome su cruz, cada día, y me siga. Si el grano de trigo no cae en la
tierra y muere, queda solo; pero si muere lleva mucho fruto.
Nos
es necesaria la templanza en esta vida para poder estar en la otra. Se nos pide
a los cristianos estar desprendidos de los bienes que tenemos y usamos, evitar
la solicitud desmedida, prescindir de lo superfluo y, en lo necesario, poner
mortificación, que garantiza la rectitud de intención. No podemos ser como esos
hombres que «parecen guiarse por la economía, de tal manera que casi toda su
vida personal y social está como teñida de cierto espíritu materialista».
Ponen
los medios materiales como fin de sus vidas; piensan que su felicidad está en
ellos y se llenan de ansiedad por adquirirlos, olvidando fácilmente que su vida
es un camino hacia Dios. Sólo eso: un camino hacia Dios. Estad vigilantes, nos
previene el Señor, no sea que se emboten vuestros corazones por la crápula, la
embriaguez y las preocupaciones de la vida. Tened ceñidos vuestros lomos y
encendidas las lámparas y sed como hombres que esperan a su amo de vuelta de
las bodas.
En
la senda ancha de la comodidad, el confort y la falta de mortificación, las
gracias que Dios nos da quedan agostadas y sin fruto. Ocurre como con la
semilla caída entre espinas: se ahoga a causa de las preocupaciones, riquezas y
placeres y no llega a dar fruto. La sobriedad, por el contrario, facilita el
trato con Dios, pues «con el cuerpo pesado y harto de mantenimiento, muy mal
aparejado está el ánimo para volar a lo alto».
Nos
dirigimos a Dios deprisa, y lo único verdaderamente importante es no equivocar
el camino. ¿Estamos nosotros en el camino bueno, el del sacrificio y la
penitencia, el de la alegría y la entrega a los demás? ¿Luchamos decididamente,
con obras, contra los deseos de comodidad que continuamente nos acechan?
III. En medio de un ambiente
con frecuencia materialista, la templanza es de gran eficacia apostólica. Es
uno de los ejemplos más atrayentes de la vida cristiana. Donde quiera que nos
encontremos debemos de esforzarnos para dar siempre ese ejemplo, que se
manifestará con sencillez en nuestro comportamiento. Para muchos, la
ejemplaridad de un cristiano ha sido el comienzo de un verdadero encuentro con
el Señor.
Una
vida sobria es una vida mortificada y alegre. La mortificación la encontraremos
frecuentemente en cosas pequeñas que mantienen el cuerpo sujeto a la razón y
disponen al alma para entender las cosas de Dios. Así, la mortificación
interior, por una parte, lleva al control de la imaginación y de la memoria,
alejando pensamientos y recuerdos inútiles o inconvenientes; y se manifiesta
también en la mortificación de la lengua: evitando, por ejemplo, conversaciones
inútiles y frívolas, murmuraciones, etc.
Para
caminar por la senda estrecha de la templanza hemos de practicar también la
mortificación de los sentidos externos: la vista, el oído, el gusto... «Al
cuerpo hay que darle un poco menos de lo justo. Si no, hace traición». Un poco
menos de lo justo en comodidad, en caprichos, etc. Mortificaciones, en fin, en
nuestra vida de cada día: «en el trabajo intenso, constante y ordenado;
sabiendo que el mejor espíritu de sacrificio es la perseverancia por acabar con
perfección la labor comenzada; en la puntualidad, llenando de minutos heroicos
el día; en el cuidado de las cosas, que tenemos y usamos; en el afán de
servicio, que nos hace cumplir con exactitud los deberes más pequeños; y en los
detalles de caridad, para hacer amable a todos el camino de santidad en el
mundo: una sonrisa puede ser, a veces, la mejor muestra de nuestro espíritu de
penitencia...».
La
senda estrecha pasa por todas las actividades del cristiano: desde las
comodidades del hogar, hasta el uso de los instrumentos de trabajo y el modo de
divertirse. En el descanso, por ejemplo, no es preciso realizar grandes gastos,
ni dedicar excesivas horas al deporte en perjuicio de otros quehaceres. También
da ejemplo de austeridad y de templanza quien sabe hacer uso moderado de la
televisión y, en general, de los instrumentos de confort que ofrece la técnica.
El
camino estrecho es seguro y es amable. Y en medio de esa vida, que tiene un
cierto tono austero y sacrificado, encontramos la alegría, porque la «Cruz ya
no es un patíbulo, sino el trono desde el que reina Cristo. Y a su lado, su
Madre, Madre nuestra también. La Virgen Santa te alcanzará la fortaleza que
necesitas para marchar con decisión tras los pasos de su Hijo».
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org