ORACIONES VOCALES
II. Oraciones vocales habituales.
III. Atención al rezarlas. Luchar contra la rutina y las distracciones.
“Y al orar, no charléis
mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser
escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis
antes de pedírselo. «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los
cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la
tierra como en el cielo.
Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos
nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no
nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal. «Que si vosotros perdonáis a
los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre
celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará
vuestras ofensas”(Mateo 6,7-15).
I. Y al orar no empleéis
muchas palabras como los gentiles, que se figuran que por su locuacidad van a
ser escuchados, nos dice el Señor en el Evangelio de la Misa. Quiere apartar a
sus discípulos de la visión equivocada de muchos judíos de su tiempo, quienes
pensaban que son necesarias largas oraciones vocales para que Dios las escuche;
y les enseña a tratar a Dios con la sencillez con que un hijo habla con su
padre. La oración vocal es muy agradable a Dios, pero ha de ser verdadera
oración: las palabras han de expresar el sentir del corazón. No basta recitar
meras fórmulas, pues Dios no quiere un culto sólo externo, quiere nuestra
intimidad.
La
oración vocal es un medio sencillo y eficaz, imprescindible, adecuado a nuestro
modo de ser, para mantener la presencia de Dios durante el día, para manifestar
nuestro amor y nuestras necesidades. Como leemos en el mismo Evangelio de la
Misa, Nuestro Señor quiso dejarnos la oración vocal por excelencia, el
Padrenuestro, en la que, en pocas palabras, compendia todo lo que el hombre
puede pedir a Dios. A lo largo de los siglos ha subido hasta Dios esta oración,
llenando de esperanza y de consuelo a innumerables almas, en las situaciones y
momentos más dispares.
Descuidar
la oración vocal significaría un gran empobrecimiento de la vida espiritual.
Por el contrario, cuando se aprecian estas oraciones, a veces muy cortas pero
llenas de amor, se facilita mucho el camino de la contemplación de Dios en
medio del trabajo o en la calle. «Empezamos con oraciones vocales, que muchos
hemos repetido de niños: son frases ardientes y sencillas, enderezadas a Dios y
a su Madre, que es Madre nuestra. Todavía, por las mañanas y por las tardes, no
un día, habitualmente, renuevo aquel ofrecimiento que me enseñaron mis padres:
¡Oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me ofrezco enteramente a Vos. Y, en prueba de
mi filial afecto, os consagro en este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi
corazón... ¿No es esto ‑de alguna manera- un principio de contemplación,
demostración evidente de confiado abandono? (...).
»Primero
una jaculatoria, y luego otra, y otra..., hasta que parece insuficiente ese
fervor, porque las palabras resultan pobres...: y se deja paso a la intimidad
divina, en un mirar a Dios sin descanso y sin cansancio». Y Santa Teresa, como
todos los santos, sabía bien de este camino asequible a todos para llegar hasta
el Señor: «Sé -afirmaba la Santa- que muchas personas, rezando vocalmente
(...), las levanta Dios, sin saber ellas cómo, a subida contemplación».
Pensemos
hoy nosotros en el interés que ponemos en nuestras oraciones vocales, en su
frecuencia a lo largo del día, en las pausas necesarias para que aquello que
decimos al Señor no sean «meras palabras que vienen unas en pos de otras».
Meditemos en la necesidad del pequeño esfuerzo que hemos de poner para alejar
de nuestras oraciones la rutina, que bien pronto significaría la muerte de la
verdadera devoción, del verdadero amor. Procuremos que cada jaculatoria, cada
oración vocal sea un acto de amor.
II. El secreto de la
fecundidad de los buenos cristianos está en su oración, en que rezan mucho y
bien. De la oración -mental y vocal-sacamos fuerzas para la abnegación y el
sacrificio, y para superar y ofrecer a Dios el cansancio en el trabajo, para
ser fieles en los pequeños actos heroicos de cada día... Se ha dicho que la
oración es como el alimento y la respiración del alma, porque nos pone en
relación íntima con Dios y nos empuja a conocerle mejor y amarle más. La piedad
auténtica es esa actitud estable que permite al cristiano valorar desde Dios el
trajín diario, donde encuentra ocasión para el ejercicio de las virtudes, el
ofrecimiento de la obra acabada, la pequeña mortificación...
Sin
darnos apenas cuenta estamos «metidos en Dios», y entonces estamos orando
también con el ejercicio de nuestro trabajo sin chapuzas, aunque en esos
momentos no realicemos actos expresos de oración. Una mirada al crucifijo o a
una imagen de Nuestra Señora, una jaculatoria, una breve oración vocal, ayudan
entonces a mantener «ese modo estable de ser del alma», y así nos es posible
orar sin interrupción, el orar siempre que nos pide el Señor. Hay muchos
momentos en los que debemos concentrarnos en el trabajo y la cabeza no nos
permite pensar a la vez en Dios y en lo que hacemos. Sin embargo, si mantenemos
esa disposición habitual del alma, esa unión con Dios, al menos ese ánimo de
hacerlo todo por el Señor, estamos orando sin interrupción...
Lo
mismo que el cuerpo necesita ser alimentado y los pulmones respirar aire puro,
así necesita dirigirse el alma hacia el Señor. «El corazón se desahogará
habitualmente con palabras, en esas oraciones vocales que nos ha enseñado el
mismo Dios, Padre nuestro, o sus ángeles, Ave María. Otras veces utilizaremos
oraciones acrisoladas por el tiempo, en las que se ha vertido la piedad de
millones de hermanos en la fe: las de la liturgia -lex orandi-, las que han
nacido de la pasión de un corazón enamorado, como tantas antífonas marianas:
Sub tuum praesidium..., Memorare..., Salve Regina...». Muchas de estas
oraciones vocales (el Bendita sea tu pureza, el Adoro te devote, que podemos
rezar los jueves, adorando al Señor en la Eucaristía...) fueron compuestas por
hombres y mujeres -conocidos o no- con mucho amor a Dios y fueron guardadas en
el seno de la Iglesia como piedras preciosas para que las utilicemos nosotros.
Quizá tienen para muchos el candor de aquellas enseñanzas fundamentales para la
vida que aprendieron de sus padres. Son una parte muy importante del bagaje
espiritual que poseemos para enfrentarnos con todo tipo de dificultades.
La
oración vocal es sobreabundancia de amor, y por eso es lógico que sea muy
frecuente desde que iniciamos la jornada hasta que dedicamos a Dios nuestro
último pensamiento antes del descanso diario. Y saldrá a nuestros labios -quizá
«sin ruido de palabras»- en los momentos más inesperados. «Acostúmbrate a rezar
oraciones vocales, por las mañanas, al vestirte, como los niños pequeños. -Y
tendrás más presencia de Dios luego, durante la jornada».
III. Del Patriarca Enoc nos
dice la Sagrada Escritura que anduvo siempre en la presencia de Dios, que le
tuvo presente en sus alegrías, en sus fatigas y en sus trabajos. «¡Ojalá nos
ocurriera a nosotros algo parecido! ¡Ojalá pudiéramos andar por esos mundos con
Dios a nuestro lado! Tan junto a Él, sintiendo tan vivamente su presencia, que
compartiéramos todo con Él. Recibiríamos entonces todo de su mano, cada rayo de
sol, cada sombra de incertidumbre que pasara por nuestra vida; aceptaríamos con
gratitud consciente todo lo que nos mandase, obedeciendo así al más ligero
soplo de su llamada».
Pero,
con frecuencia, el verdadero centro de referencia no es, por desgracia, el
Señor, sino nosotros mismos. De ahí la necesidad de ese empeño continuo por
estar metidos en Dios, «atentos» a sus más leves insinuaciones, evitando estar
ensimismados en nuestras cosas; en todo caso, teniéndolas presentes en la
medida en que hacen referencia a Dios: porque hacemos el bien con ellas, porque
las hemos ofrecido...
Las
oraciones vocales son un gran medio para tener a Dios presente en nuestros
quehaceres a lo largo del día. Para eso es necesario poner atención en lo que
le decimos al Señor. Y tendremos que luchar a veces en detalles muy pequeños
pero necesarios: en pronunciar claramente, con pausa, en huir de la rutina. Ha
de haber tiempo también para la consideración, de modo que llegue, en cierta
manera, a ser una verdadera oración mental, aunque no podamos evitar del todo
las distracciones.
Sin
una gracia especial de Dios no es posible mantener una atención continua y
perfecta al sentido y significado de las palabras. A veces, la atención estará
referida particularmente al modo como se pronuncia; en otros momentos se mira a
la persona a quien se habla. Pero hay ocasiones en que, por circunstancias
personales o de ambiente, no se puede prestar de modo conveniente ninguna de estas
tres formas de atención. Es entonces necesario poner al menos un cuidado
externo, que consiste en rechazar cualquier actividad exterior que por su misma
naturaleza impida la atención interior.
Algunos
trabajos manuales, por ejemplo, no impiden tener la cabeza en otra cosa; como
la madre de familia, que reza el Rosario en casa mientras limpia o mientras
está más o menos pendiente de los hijos pequeños, aunque se distraiga en algún
instante, mantiene al menos esa atención interior, cosa que no sería posible si
quisiera a la vez ver la televisión. De todos modos, hemos de organizar nuestro
plan de vida de modo que, siempre que sea posible, el tiempo que dedicamos a
algunas oraciones vocales como el Angelus o el Rosario sea un rato en que
podamos concentrarnos bien. Por otra parte, las simples distracciones
involuntarias son imperfecciones que el Señor disculpa cuando nos ve poner
empeño en rezar.
Junto
a las oraciones vocales, el alma necesita el alimento diario de la oración
mental. «Gracias a esos ratos de meditación, a las oraciones vocales, a las
jaculatorias, sabremos convertir nuestra jornada, con naturalidad y sin
espectáculo, en una alabanza continua a Dios. Nos mantendremos en su presencia,
como los enamorados dirigen continuamente su pensamiento a la persona que aman,
y todas nuestras acciones -aun las más pequeñas- se llenarán de eficacia
espiritual». El Señor las mirará con complacencia y las bendecirá.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org