El
Papa en su homilía en la Misa en la Solemnidad de Pentecostés, pide al Espíritu
Santo, que nos libre de la parálisis del egoísmo y encienda en nosotros el deseo
de servir, de hacer el bien
2020.05.31 Santa Misa de Pentecostés (Vatican Media) |
Porque
como dijo, lo peor de esta crisis es desaprovecharla, encerrándonos en nosotros
mismos. “Debemos ser constructores de unidad, para llegar a ser una sola
familia”.
“«Hay diversidad de carismas, pero un mismo
Espíritu», escribe el apóstol Pablo a los corintios; y continúa diciendo: «Hay
diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de
actuaciones, pero un mismo Dios». Diversidad-unidad: San Pablo insiste en
juntar dos palabras que parecen contraponerse. Quiere indicarnos que el
Espíritu Santo es la unidad que reúne a la diversidad; y que la
Iglesia nació así: nosotros, diversos, unidos por el Espíritu Santo”.
Con
estas palabras, el Papa Francisco explicó en la homilía, en la misa por la
celebración de la Solemnidad de Pentecostés, que así como los apóstoles eran
diversos entre ellos, sin embargo formaron “un solo pueblo: el pueblo de Dios,
plasmado por el Espíritu, que entreteje la unidad con nuestra diversidad, y da
armonía, porque el Espíritu, es armonía, dijo el Papa. El Espíritu es la unidad
que reúne a la diversidad. Jesús no cambió a los apóstoles, no los uniformó, ni
convirtió en ejemplares producidos en serie. Jesús dejó las diferencias que
caracterizaban a cada uno de ellos: los pescadores, quien era gente sencilla,
quien recaudador de impuestos.
Había
dejado sus diferencias y, ahora, expresó Francisco, ungiéndolos con el Espíritu
Santo, los une. La unión se realiza con la unción. En
Pentecostés los Apóstoles comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu.
Alcanzar la unidad por el
Espíritu Santo
Y
hoy día, se preguntó el Santo Padre, nosotros en medio de nuestras diferencias:
de opinión, de elección, de sensibilidad. El Papa nos pide que no caigamos en
la tentación de querer defender a capa y espada las propias ideas,
considerándolas válidas para todos, y en llevarnos bien sólo con aquellos que
piensan igual que nosotros. Esta es una fe, manifestó, construida a nuestra
imagen y no es lo que el Espíritu quiere. La humanidad, dentro de las
diferencias, alcanza la unidad por el Espíritu Santo, porque, como dijo
Francisco, el Espíritu Santo nos recuerda que, ante todo, somos hijos
amados de Dios.
“El
Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y
miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús, y un solo Padre,
y que por esta razón somos hermanos y hermanas. Empecemos de nuevo desde aquí,
miremos a la Iglesia como la mira el Espíritu, no como la mira el mundo”.
El secreto de la unidad:
donarse
La
mirada mundana, dijo el Pontífice, ve estructuras que hay que hacer más
eficientes; la mirada espiritual ve hermanos y hermanas mendigos de
misericordia. El Espíritu nos ama y conoce el lugar que cada uno tiene en el
conjunto: para Él no somos confeti llevado por el viento, sino teselas
irremplazables de su mosaico. El día de Pentecostés, en la primera obra de la
Iglesia: el anuncio, los Apóstoles salen a proclamar el Evangelio, sin
ninguna estrategia ni plan pastoral. Se lanzan, dijo el Papa, corriendo
riesgos, poco preparados, salen con el solo deseo que les anima: dar lo que han
recibido. Porque es ese el secreto de la unidad, y del Espíritu, donarse.
“Porque
Él es don, vive donándose a sí mismo y de esta manera nos mantiene unidos,
haciéndonos partícipes del mismo don. Es importante creer que Dios es don, que
no actúa tomando, sino dando. ¿Por qué es importante? Porque nuestra forma de
ser creyentes depende de cómo entendemos a Dios. Si tenemos en mente a un Dios
que arrebata y se impone, también nosotros quisiéramos arrebatar e imponernos:
ocupando espacios, reclamando relevancia, buscando poder. Pero si tenemos en el
corazón a un Dios que es don, todo cambia. Si nos damos cuenta de que lo que
somos es un don suyo, gratuito e inmerecido, entonces también a nosotros nos
gustaría hacer de nuestra vida un don”.
Examinar nuestro corazón
El
Papa pide a cada uno de nosotros, que examinemos que nos impide darnos al otro,
si dentro de nosotros tenemos a los “tres enemigos del don”: el narcisismo, el
victimismo y el pesimismo.
El narcisismo,
que lleva a la idolatría de sí mismo y a buscar sólo el propio beneficio. Y en
esta pandemia que el mundo sufre, duele ver en la humanidad el narcisismo,
gente que se preocupa de sus propias necesidades, que es indiferente a las de
los demás, que no admite las propias fragilidades y errores.
El victimismo,
es peligroso, dijo Francisco. El victimista está siempre quejándose de los
demás: “Nadie me entiende, nadie me ayuda, nadie me ama, ¡están todos contra
mí!”. Y al respecto, en el drama que vive actualmente la humanidad, que
grave es el victimismo, exclamó el Papa, pensar que no hay nadie que nos
entienda y sienta lo que vivimos. Y el pesimista que “arremete contra el mundo
entero, pero permanece apático y piensa: “Mientras tanto, ¿de qué sirve darse?
Es inútil”. Y así, en el gran esfuerzo que supone comenzar de nuevo, qué dañino
es el pesimismo, ver todo negro y repetir que nada volverá a ser como antes”.
El
pesimista, es quien piensa que que ya no hay esperanza, y hoy día dijo por
último el Papa Francisco, nos encontramos ante una carestía de esperanza y
necesitamos valorar el don de la vida, el don que es cada uno de nosotros. Por
esta razón, necesitamos el Espíritu Santo, don de Dios que nos cura del
narcisismo, del victimismo y del pesimismo.
Patricia
Ynestroza-Ciudad del Vaticano
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