Ciertas
críticas al actual pontificado contestan el Concilio Vaticano II y terminan
olvidando el Magisterio de San Juan Pablo II y Benedicto XVI
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Jesús: "Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos ,
no entraréis en el Reino de los Cielos" (Mt 5, 20)
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Ciertas
críticas doctrinales al actual pontificado muestran una distancia gradual pero
cada vez más neta del Concilio Vaticano II. No de una cierta
interpretación de algunos textos, sino a partir de los mismos textos
conciliares. Algunas lecturas que insisten en contraponer al Papa Francisco con
sus inmediatos predecesores terminan así por criticar abiertamente también a
San Juan Pablo II y a Benedicto XVI o, en todo caso, por silenciar algunos
aspectos fundamentales de sus ministerios que representan desarrollos evidentes
del último Concilio.
La profecía del diálogo
Un
ejemplo de esto fue recientemente el 25 aniversario de la Encíclica "Ut Unum sint" en la que el
Papa Wojtyla afirma que el compromiso ecuménico y el diálogo con los no
católicos son una prioridad de la Iglesia. El aniversario ha sido ignorado por
quienes hoy proponen una interpretación reductiva de la Tradición, cerrada a
ese "diálogo de amor", más allá del doctrinal, promovido por el Papa
polaco en obediencia al ardiente deseo de unidad de nuestro Señor.
La profecía del perdón
Igualmente
se pasó por alto otro importante aniversario: la petición de perdón jubilar
fervientemente deseada por San Juan Pablo II el 12 de marzo de hace veinte
años. Es incontenible el poder profético de un Pontífice que pide perdón por
los pecados cometidos por los hijos de la Iglesia. Y cuando se habla de
"hijos" están incluidos también los papas. Es sabido: quien pide
perdón por los errores cometidos se pone en una arriesgada situación de
revisión. Wojtyla eligió proféticamente el camino de la verdad. La Iglesia no
puede y no debe tener miedo de la verdad. El entonces Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de
la Congregación para la Doctrina de la Fe, subrayaba la "novedad de este
gesto", un "acto público de arrepentimiento de la Iglesia por los
pecados del pasado y de hoy": un "mea culpa del Papa en nombre de la
Iglesia", un gesto verdaderamente " nuevo, pero sin embargo en una
profunda continuidad con la historia de la Iglesia, con su
autoconciencia".
Inquisición y violencia:
una conciencia que crece
Se
han fomentado muchas leyendas negras sobre la Inquisición, hogueras e
intolerancias varias de la Iglesia a lo largo de la historia, exagerando,
falsificando, calumniando y descontextualizando para borrar de la memoria la
gran y decisiva contribución del cristianismo a la humanidad. Y los
historiadores a menudo han reconducido a la verdad muchas distorsiones y mitificaciones
de la realidad. Pero esto no impide hacer un serio examen de conciencia para
"reconocer -afirma Juan Pablo II- las
desviaciones del pasado" y " despertar nuestra conciencia ante los
compromisos del presente". De ahí la petición de perdón en el 2000
“por las divisiones que han surgido entre los cristianos, por el uso de la
violencia que algunos de ellos hicieron al servicio de la verdad, y por las
actitudes de desconfianza y hostilidad adoptadas a veces con respecto a los
seguidores de otras religiones”. "Con el paso del tiempo", afirma en 2004, "la Iglesia,
guiada por el Espíritu Santo, percibe con una conciencia cada vez más viva
cuáles son las exigencias de su conformidad” al Evangelio, que rechaza los
métodos intolerantes y violentos que han desfigurado su rostro en la historia.
El caso Galileo
Un
caso particularmente significativo fue el de Galileo Galilei, el gran
científico italiano, un católico, quien - dijo Juan Pablo II - "tuvo que
sufrir mucho —no sabríamos ocultarlo— de parte de hombres y organismos de la
Iglesia". El Papa Wojtyla examina el hecho "a la luz del contexto
histórico de la época" y "la mentalidad de entonces". La
Iglesia, aunque fundada por Cristo, "está sin embargo constituida por hombres
limitados y vinculados a su época cultural". Ella también
"aprende con la experiencia" y la historia de Galileo "ha
permitido una maduración y una comprensión más justa de su autoridad". La
comprensión de la verdad crece: no se da de una vez para siempre.
Una revolución copernicana
Wojtyla recuerda que "la
representación geocéntrica del mundo era comúnmente aceptada en la cultura de
la época como plenamente coherente con la enseñanza de la Biblia, en la que
algunas expresiones, tomadas literalmente, parecían constituir declaraciones de
geocentrismo. El problema que se plantearon los teólogos de la época era,
por lo tanto, el de la compatibilidad del heliocentrismo y de la
Escritura. Así, la nueva ciencia, con sus métodos y la libertad de
investigación que suponen, obligaba a los teólogos a cuestionar sus criterios
de interpretación de la Escritura. La mayoría no supo hacerlo.
Paradójicamente,
Galileo, un creyente sincero, se mostró en este punto más perspicaz que sus
adversarios teólogos" que habían caído en error tratando de defender la
fe. "La inversión causada por el sistema de Copérnico" generó así
"repercusiones en la interpretación de la Biblia": Galileo, no un
teólogo, sino un científico católico, "introduce el principio de una
interpretación de los libros sagrados, más allá incluso del sentido literal,
pero de acuerdo con la intención y al tipo de exposición propios de cada uno de
ellos" según los géneros literarios. Una posición confirmada por Pío XII
en 1943 con la Encíclica "Divino afflante Spiritu".
La teoría de la evolución
Un
análogo crecimiento en la conciencia de la Iglesia ocurrió con la teoría de la
evolución que parecía contradecir el principio de la creación. Una primera
apertura fue la de Pío XII con la Encíclica "Humani generis" de 1950: el
próximo 12 de agosto cumplirá 70 años. Juan Pablo II afirma que "la creación se presenta a la luz de la evolución como
un acontecimiento que se extiende en el tiempo - como una 'creatio continua' -
en la que Dios se vuelve visible a los ojos del creyente como Creador del cielo
y de la tierra". El Papa Francisco enfatiza que “cuando
leemos en el Génesis el relato de la creación corremos el riesgo de imaginar
que Dios haya sido un mago, con una varita mágica capaz de hacer todas las
cosas. Pero no es así. Él creó los seres humanos y los dejó desarrollarse según
las leyes internas que Él dio a cada uno, para que se desarrollase, para que
llegase a la propia plenitud (...). El Big-Bang, que hoy se sitúa en el
origen del mundo, no contradice la intervención de un creador divino, sino que
la requiere. La evolución de la naturaleza no se contrapone a la noción de creación,
porque la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan”.
El desarrollo del concepto
de libertad
En
el Nuevo Testamento, pero no sólo, hay referencias muy profundas a la libertad
que han cambiado la historia: pero se descubren poco a poco. El Papa Bonifacio
VIII con la bula "Unam sanctam" de 1302 reafirmaba la superioridad de
la autoridad espiritual sobre la autoridad temporal. Era una época diferente.
Casi 700 años después, Juan Pablo II, hablando en Estrasburgo ante
el Parlamento Europeo, observó que el cristianismo medieval todavía no
distinguía "entre la esfera de la fe y la de la vida civil". La
consecuencia de esta visión era la "tentación integrista de excluir de la
comunidad temporal a aquellos que no profesaban la verdadera fe ".
En
1791, en una carta a los obispos franceses, Pío VI criticó la Constitución
aprobada por la Asamblea Nacional que "establece como principio de ley
natural que el hombre que vive en Sociedad debe ser plenamente libre, es decir,
que en materia de Religión no debe ser disturbado por nadie, y puede pensar
libremente como le gusta, y escribir e incluso publicar en la prensa cualquier
cosa en materia de Religión. Y en 1832, la Encíclica de Gregorio XVI "Mirari vos" habla
de la libertad de conciencia como "error venenosísimo" y
"delirio", mientras que Pío IX en el Sillabo de 1864 condena
entre "los principales errores de nuestra época" el que ya no
convenga más "que la religión católica sea considerada la única
religión del Estado", excluyendo todos los demás cultos" y el hecho
de que "en algunos países católicos se ha establecido por ley que los que
van allí, sea lícito tener el culto público propio de cada uno".
El
Concilio Vaticano II, con sus Declaraciones "Dignitatis humanae" sobre
la libertad religiosa y "Nostra aetate" sobre el diálogo
con las religiones no cristianas da un salto que recuerda el Concilio de
Jerusalén de la primera comunidad cristiana que abre la Iglesia a toda la
humanidad. Frente a estos desafíos, Juan Pablo II afirma que "el pastor
debe mostrarse dispuesto a ser verdaderamente audaz".
Detenerse, ¿pero en qué
año?
En
1988 (Carta Apostólica "Ecclesia Dei") se
produce el cisma de los tradicionalistas lefebrianos. Rechazan los desarrollos
aportados por el Concilio Vaticano II: dicen que ha sido creada una nueva
Iglesia. Benedicto XVI utiliza una imagen fuerte cuando les exhorta a no "congelar la autoridad magisterial de la Iglesia
al año 1962 ". Ya había sucedido en 1870: los "viejos
católicos" condenaron el Concilio Vaticano I por el dogma de la
infalibilidad pontificia.
La
Iglesia Católica ha caminado en la historia atravesando más de 20 Concilios:
cada vez había alguien que no aceptaba los nuevos desarrollos y se detenía. Pío
IX en 1854 proclama el dogma de la Inmaculada Concepción. Pero un gran santo,
Bernardo de Claraval, aun siendo uno de los más ardientes propagadores de la
devoción mariana, expresó su oposición a esta verdad: "Estoy muy preocupado,
ya que muchos de vosotros habéis decidido cambiar las condiciones de
acontecimientos importantes, como por ejemplo introducir esta fiesta
desconocida por la Iglesia, ciertamente no aprobada por la Razón, y ni siquiera
justificada por la antigua Tradición. ¿Somos realmente más eruditos y piadosos
que nuestros antiguos padres?". Estamos en el siglo XII. La Iglesia, desde
entonces, ha introducido otras fiestas desconocidas que probablemente habrían
escandalizado a muchos fieles que vivían en siglos anteriores.
El camino de Jesús: cosas
nuevas y cosas viejas
Jesús
dijo que no vino a abolir la Ley, "sino a dar cumplimiento" (Mt
5:17). Ha enseñado a no transgredir "uno solo de estos mandamientos más
pequeños" (Mt 5, 19). Sin embargo, se le acusó de violar las reglas de la
Ley Mosaica, como el descanso sabático o la prohibición de frecuentar a
pecadores públicos. Y los apóstoles dieron el gran salto: abolieron la
obligación de la circuncisión, que se remontaba incluso a Abraham, vigente
durante 2000 años, y abrieron la puerta a los paganos, algo impensable en
aquella época. "Mira que hago un mundo nuevo" (Apocalipsis 21, 5).
Es
el "vino nuevo" del amor evangélico que siempre sufre el riesgo de
ser puesto en los "odres viejos" de nuestras seguridades religiosas,
que tan a menudo silencian al Dios vivo que nunca deja de hablarnos. Es la
sabiduría del "discípulo del reino de los cielos" que busca la
plenitud de la Ley, la justicia que supera aquella de los escribas y fariseos,
extrayendo "de sus arcas lo nuevo y lo viejo" (Mt 13, 52). No sólo
cosas nuevas, no sólo cosas viejas.
Sergio
Centofanti
Vatican
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